La democracia estadounidense bajo fuego
La democracia estadounidense bajo fuego
La democracia estadounidense bajo fuego
Al finalizar 2020 y comenzando el año, se especuló con justa causa sobre la robustez de la democracia en los Estados Unidos.
Desde que el ex presidente Donald Trump asistiera a los debates con su rival Joe Biden y afirmara sin titubeos que desconfiaba del sistema electoral y que a través del voto electrónico se estaba gestando un fraude, quedaron al desnudo contradicciones de la democracia estadounidense. ¿Cómo entender que quien funge como jefe no solo de gobierno sino del conjunto de instituciones del Estado, pueda desacreditar públicamente uno de los procesos mas relevantes en la alternación como es el caso de las elecciones? ¿Puede un presidente en ejercicio mantener un discurso anti establecimiento de una de las democracias liberales más antiguas del mundo? ¿Son fundadas las acusaciones del hasta hace unas semanas presidente y está en su derecho de plantearlas?
Esta contradicción visible antes y en medio de los comicios presidenciales y legislativos de noviembre fue mucho más evidente en enero cuando un grupo de simpatizantes convocados por Trump intentó tomarse por la fuerza el Capitolio, sede del legislativo, para impedir la ratificación parlamentaria de la victoria de Biden. Los análisis apuntando a la debilidad de la democracia estadounidense abundaron y no faltaron las efusivas denuncias de que la profundidad democrática tan aludida por políticos de ese país para criticar a otros Estados, especialmente del sur global, era infundada. ¿Es posible sostener que a partir de los hechos violentos que sacudieron al capitolio a comienzos de año, la democracia estadounidense es débil, está en crisis o incluso se corrió el riesgo de colapso?
La respuesta a estos interrogantes requiere las siguientes precisiones. En primer lugar, se debe recordar que la fortaleza de la democracia no reside en su estabilidad, sino más bien en la capacidad de mantener dentro de unas circunstancias cambiantes, la independencia de los poderes públicos. Vale recordar que la democracia moderna, nació para recortar los poderes de los monarcas en Inglaterra y Francia y para contrarrestar, controlar y vigilar el de los presidentes en Estados Unidos. La esencia de este sistema no radica tanto en el “poder del pueblo” una máxima relevadora sobre la soberanía popular, pero menos fiable para entender en qué consiste tal régimen en épocas más contemporáneas. Por ende, la convulsión, las manifestaciones y protestas e incluso, la violencia esporádica que pueda surgir en medio de estos hechos, pueden convivir con la democracia e incluso, el sistema debe garantizar espacios de expresión donde los disidentes reivindicar sus demandas puedan sin pisotear los derechos de otros.
En segundo lugar, una vez surgida la crisis, esta es reveladora de la profundidad de la democracia. Dicho de otro modo, aunque sean momentos de tensión, tales coyunturas son necesarias pues no solo es imposible que un sistema democrático no experimente cierta convulsión al compás de nuevas demandas ciudadanas, sino que sirven para evaluar su funcionamiento. Por eso es importante recordar que el desenlace de la crisis define si la democracia sale fortalecida o debilitada, mas no su sola emergencia como se ha pretendido afirmar para el caso estadounidense.
En tercer lugar y tal vez lo más relevante para este caso: ¿En algún momento durante la crisis estadounidense se produjo una interrupción del orden constitucional? La respuesta es que, a pesar de la gravedad de los hechos, y especialmente del saldo trágico de cinco muertes y aunque la alternativa constitucional estuvo en riesgo, finalmente no se quebrantó. Más importante aún, en las horas posteriores al intento de toma del Capitolio las principales figuras del Partido Republicano cerraron filas con sus pares del Demócrata para defender la democracia y en un acto que traduce un rompimiento respecto de Trump, diez representantes votaron en la cámara baja por juzgar políticamente al entonces presidente por “incitación a la violencia”.
Ahora bien, no todo ocurrió idealmente según los valores democráticos, pues el juicio político no ocurrió en medio del mandato de Trump, lo que a todas luces hubiese significado un fortalecimiento de la democracia estadounidense con la creación de un antecedente. Con la dilación para votar en el senado el juicio con posterioridad al nuevo mandato de Biden, el Partido republicano y concretamente su líder Mitch Mc Connell, despilfarró la oportunidad histórica de dar una lección de grandeza en favor de la democracia. Sin embargo, pudo más una salida salomónica por medio de la cual se censuró la postura del mandatario, sin proceder a su destitución.
El mandato de Biden estará marcado por esta coyuntura, pero la gobernabilidad no parece estar comprometida. Aunque inicialmente la polarización que dejó Trump parece muy visible e incidente, las grandes preocupaciones de los estadounidenses acabarán con la capacidad de convocatoria de la que gozaron los seguidores más radicales del expresidente, con lo cual la democracia retomará su rumbo. Las grandes urgencias de Estados Unidos hoy pasan por recuperar la economía luego de una estagnación sin antecedentes y la pérdida de millones de empleos, luego de años de bonanza. De igual forma, será vital para la gobernabilidad cómo transcurra el proceso masivo de vacunación que avanza, pero el país al igual que el mundo, parece estar lejos de superar del todo la crisis sanitaria. Esto obligará a Biden a evitar el supuesto o verdadero dilema entre salud y economía. Finalmente, y como una tarea que requiere de acciones con impacto en el largo plazo, aparece la necesidad de reconciliar sectores de la sociedad estadounidense divididos por el discurso incendiario del exmandatario pero que irá perdiendo fuerza y solo aparecerá en coyunturas específicas como suele suceder cuando se producen los excesos policiales que reviven los peores traumas y las contradicciones de una de las democracias más reputadas del mundo.