América Latina ¿de dónde viene la convulsión y en qué puede parar?
Mauricio Jaramillo Jassir
Mauricio Jaramillo Jassir
América Latina atraviesa por uno de sus momentos de mayor efervescencia social. Hasta hace poco, incluso se dudaba sobre la posibilidad de que Pedro Castillo, mandatario peruano, pudiese continuar en el gobierno y semanas atrás, algo similar se especulaba sobre Guillermo Lasso, presidente ecuatoriano quien durante semanas enfrentó a la poderosa Confederación de Nacionalidades Indígenas el Ecuador (CONAIE). Ahora Alberto Fernández en Argentina, amenaza con renunciar tras las divisiones internas en el peronismo, puestas en evidencia por la dificultad para manejar la delicada coyuntura social.
La crisis que se ha vivido en todo el mundo, no es particular o atribuible exclusivamente a la mala gestión de estas administraciones, pues desde 2015, la región viene observando estallidos sociales. Haití ha sido testigo de movilizaciones por la elección de Jovenel Moïse en medio de las acusaciones de fraude, y durante todo su mandato arrastró una crisis de legitimidad con insólitos niveles de violencia ignorados por buena parte de América Latina y los medios de comunicación. Cuando fue asesinado, pocos repararon en que la crisis databa de, al menos, 7 años atrás. Luego llegaron las movilizaciones masivas y en buena medida marcadas por la violencia en Bolivia, Ecuador, Chile y Colombia, estos dos últimos pocos habituados a similares niveles de desafío a la gobernabilidad. Este panorama, pre Covid marcó la pauta sobre los hechos que.
En el recorrido de la pandemia, la profunda crisis económica agravó la delicada coyuntura social, y en la mayoría de países donde había protestas se exacerbaron. De nuevo, los casos chileno y colombiano resultaron emblemáticos pues no solo las movilizaciones continuaron, sino que con la pandemia se hicieron más evidentes los pasivos sociales que, durante años se fueron acumulando. Por eso, ahora cuando se levantaban las restricciones y en el mundo asomaban las posibilidades de una reactivación, llegó la guerra en Ucrania que ha provocado una escasez sin antecedentes de fertilizantes para la agricultura, una inflación galopante e incontrolada que ha amenazado a varias regiones en materia de seguridad alimentaria, Medio Oriente, Norte de África, Sudeste Asiático y América Latina. Por si fuera poco,
Argentina gobernada por Alberto Fernández justo comenzó la tan anhelada post pandemia, un acuerdo de pagos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), por un préstamo de 44 mil millones de dólares pactado por su antecesor Mauricio Macri. Se tratará del monto más grande jamás otorgado por el organismo y aprobado en tiempo récord, sin mucho reparo por las capacidades endógenas de la economía argentina por asumir dichas obligaciones. El caso es que su ministro de economía que recientemente renunció, Martín Guzmán, consiguió un acuerdo que hipotecó la política social de varios gobiernos venideros, todo con tal de cumplir con las obligaciones de cara al FMI. Esto ha provocado una ruptura entre dos sectores del kirchernismo peronista, uno que pretende mantener los apoyos sociales a los más vulnerables y quienes consideran que se debe reducir el déficit fiscal para sanear, de una vez por todas, las finanzas argentinas. La renuncia de Guzmán terminó por tensar aún más la situación y hoy la gobernabilidad parece comprometida. La subida de precios del combustible y la imposibilidad del gobierno para atajar la inflación, traen a la memoria los peores momentos de las crisis más traumáticas del último tiempo. Parece haber una fractura difícilmente disimulable entre Fernández y su vicepresidenta, la poderosa Cristina Fernández, pero recientemente asomaron gestos de reconciliación que solo el tiempo determinará su sinceridad e impacto sobre la gobernabilidad, seriamente comprometida. La renuncia de Guzmán terminó por tensar aún más la situación y hoy la gobernabilidad parece comprometida. La subida de precios del combustible y la imposibilidad del gobierno para atajar la inflación, traen a la memoria los peores momentos de las crisis más traumáticas del último tiempo. Parece haber una fractura difícilmente disimulable entre Fernández y su vicepresidenta, la poderosa Cristina Fernández, pero recientemente asomaron gestos de reconciliación que solo el tiempo determinará su sinceridad e impacto sobre la gobernabilidad, seriamente comprometida. La renuncia de Guzmán terminó por tensar aún más la situación y hoy la gobernabilidad parece comprometida. La subida de precios del combustible y la imposibilidad del gobierno para atajar la inflación, traen a la memoria los peores momentos de las crisis más traumáticas del último tiempo. Parece haber una fractura difícilmente disimulable entre Fernández y su vicepresidenta, la poderosa Cristina Fernández, pero recientemente asomaron gestos de reconciliación que solo el tiempo determinará su sinceridad e impacto sobre la gobernabilidad, seriamente comprometida.
Latinoamérica - De Heraldry - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0
En Ecuador, Perú y Panamá parece haber un denominador común: administraciones endebles que se enfrentan a una presión desde la calle para emprender esfuerzos más eficientes a la hora de reactivar la economía y proteger a los más vulnerables que se encuentran en grave riesgo de un desabastecimiento grave que afecta incluso al mínimo vital. Lasso y Castillo enfrentan por segunda y tercera vez respectivamente la posibilidad de destitución, por lo que su situación, sin duda alguna, es la más delicada de la región. Se trata además de coaliciones frágiles que dependen en extremo de la capacidad de negociación. Todos, incluida Argentina -y por qué no Colombia- tienen un denominador común:
Chile que tiene su propio drama, vive una situación de otro tipo. En realidad, se trata de las dificultades que enfrenta Gabriel Boric para hacer la nueva Constitución, cuya movilización en años posteriores lo llevó al poder. Su legitimidad depende en extremo de que el nuevo texto sea aprobado en septiembre, pero la feroz reacción de un sector de la prensa conservadora nacional como mundial (como The Economist) que ven en documento un riesgo para las garantías al modelo económico, hacen dudar a millones de chilenos sobre su garantía. La euforia de las movilizaciones que llevaron a una aprobación para la convocatoria de la Asamblea Constituyente (convención constituyente según el léxico chileno) con niveles históricos de participación y aprobación, parecen cosa del pasado y hoy la coincidencia de fuerzas estaría más cerrada.
Nada parece augurar una certeza de la política latinoamericana y menos aún, cuando este panorama se ve agravado por una polarización en ascenso. Mientras los gobiernos tanto de izquierda como de derecha, pierden legitimidad y las oposiciones aprovechan para poner en evidencia una supuesta incompetencia para gestionar la coyuntura, hay poca presión para detener la guerra en Ucrania, y un soslayo de factores globales como las perspectivas de recesión en EEUU y la extrema vulnerabilidad de los latinoamericanos a la volatilidad de los precios de ciertas materias primas.
Mientras se prolonga la crisis en varios latinoamericanos se retrasa de manera indefinida la reactivación post Covid y asoma con preocupación un pasivo social histórico que sigue acumulándose mientras los estallidos sociales seguirán a la orden del día. Resta por saber lo que vendrá para Colombia en medio de semejante panorama global y regional y con antecedentes de movilizaciones sociales que terminaron en la violencia. No será fácil como ocurrir con casi todos los Estados de América Latina y menos aún con las expectativas desbordadas y con poca paciencia para las transiciones.