Desde los 13 años, Óscar Salazar ha trabajado incansablemente por la paz de Colombia. Nació en Urabá, una región pujante pero tristemente asediada por la violencia, como muchos territorios colombianos. A lo largo de ese camino ha sufrido en carne propia el rigor de la guerra. Fue testigo y parte de diferentes acuerdos de paz, como el que se firmó con el M-19 en 1990, y participó en los diálogos de la Habana como delegado de la Mesa Social de Víctimas, para hacer su aporte en la construcción del Acuerdo de Paz con las Farc firmado en octubre de 2016
Hoy, siete años después del inicio de la implementación de los seis puntos del Acuerdo, este líder social que ha recorrido palmo a palmo el noroccidente del país, hace un balance agridulce. Reconoce logros significativos como la justicia transicional, pero lamenta que puntos como la reparación de las víctimas aún se encuentren rezagados.
“Hemos llegado hoy al escabroso número de casi 10 millones de víctimas del conflicto armado, de las cuales sólo 1.600.000 han sido reparadas, de acuerdo con la Unidad de Víctimas. Esto porque no habido el presupuesto suficiente. Tristemente, esta reparación duraría alrededor de 80 años. Pero más importante que una reparación pecuniaria, es una reparación integral que nos permita conocer la verdad”, expresa. Y es que en este periodo de poner en práctica lo acordado son numerosos los matices y contrastes que se han presentado, lo cual ha llamado la atención de muchos académicos que han hecho seguimiento a esta etapa. Precisamente, investigadores de la Universidad del Rosario y de otras instituciones del país, le pusieron la lupa a este tema desde un enfoque interdisciplinario, con el fin de analizar los diferentes escenarios que se erigieron una vez firmado el Acuerdo de Paz. De ahí surgió un importante trabajo investigativo condensado en un libro que se titula El posacuerdo en Colombia: procesos situacionales, temporalidad, territorio y materialidad.
El libro hace un recorrido por la historia del conflicto, la transición de las Farc, los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), las cadenas de mercancías y la construcción de paz, entre otros. Pero más allá de evaluar los puntos del Acuerdo, esta publicación contiene una serie de reflexiones y análisis sobre los procesos que se han vivido en torno al tema.
La firma del Acuerdo de Paz con las Farc en octubre de 2016 dio comienzo a una diversidad de cambios en muchas regiones del país, con marcados contrastes: varias poblaciones afrontan ahora la presencia de disidencias y de otros actores armados, mientras en algunas zonas se han gestado importantes procesos sociales que
involucran a excombatientes y sociedad civil. Así lo recoge el libro ‘El posacuerdo en Colombia’, una iniciativa de la Universidad del Rosario apoyada por la Fundación Fritz Thyssen de Alemania.
Los retos de la reincorporación
Uno de los pilares del Acuerdo de Paz con las Farc es la reincorporación de los guerrilleros a la vida civil, teniendo en cuenta que se trataba de la guerrilla más grande en la historia de Colombia, que llegó a tener cerca de 30 mil combatientes, como lo registra Mario Aguilera Peña en su artículo Las Farc: auge y quiebre del modelo de guerra. Fueron más de 13.000 los guerrilleros que se reincorporaron una vez se selló la paz con las antiguas Farc; de ellos, el 94,9 por ciento continúa cumpliendo con su proceso de retorno a la normalidad, de acuerdo con datos de la Comisión de la Verdad.
“Creo que ha habido un esfuerzo de diversas instituciones por articular una política de reincorporación multidimensional en temas sociales, económicos y psicosociales”, puntualiza Jairo Baquero, profesor de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario y editor académico del libro.
No obstante, este camino no ha estado libre de espinas. Si bien la mayoría de los excombatientes lograron adaptarse paulatinamente a un nuevo modo de vida en los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), el statu quo se vio alterado por el surgimiento de algunas disidencias, escudadas en supuestos incumplimientos del gobierno de turno.
En agosto de 2019 nace la “segunda Marquetalia”, compuesta por la facción más grande de disidentes de las antiguas FARC y comandada por alias Iván Márquez, que busca retomar sus antiguas zonas de control y disputarse otros territorios. Sumado a ello, empezaron a emerger nuevos grupos terroristas y a generarse alianzas en zonas como la Amazonía y el Putumayo, históricamente marginadas y donde tomó fuerza la economía de la coca.
“El vacío de las Farc en algunas zonas em- pieza a ser llenado por nuevos grupos arma- dos, dado que el Estado no lo suplió en su momento, como lo han expresado muchos analistas. Entraron otros grupos a disputarse el control, como el ELN y las Autodefensas Gaitanistas (conocidos también como Clan del Golfo), junto con las denominadas disidencias”, señala Baquero.
Así las cosas, los territorios comienzan a afrontar nuevas dinámicas que se constituyen en gran desafío para el Estado. Esta situación hace difícil hablar de una paz conseguida en la actualidad, cuando se vislumbra un posacuerdo territorialmente diferenciado.
El proceso de la tenencia de tierras debe abordarse de manera más amplia, de tal manera que responda a los desafíos actuales.
Un vuelco en las formas de violencia
Andrés Restrepo, investigador del Centro de Estudios Regionales del Sur (Cersur), y Jhenny Amaya, integrante del Grupo de Investigación de Derecho Internacional y Paz de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Surcolombiana, se sumaron a la construcción del libro con el capítulo La transición de las Farc: los últimos días del Bloque Sur. Ellos han sido testigos claves de la transición en Huila y Caquetá, departamentos fuertemente asediados por la violencia, que son nuevamente campo de batalla de otros actores.
“Lo que se está viendo en la actualidad no es una guerra de guerrillas como la que se vivió con las Farc. Lo que estamos viendo es un grupo armado que asesina líderes sociales, mata reincorporados, extorsiona y no confronta al Estado ni a la Fuerza Pública. Recluta y comercializa con marihuana... Hay una reconfiguración de actores armados con otro tipo de intereses”, manifiesta Restrepo.
En el caso del sur del país –asegura– se trata del control de los corredores de la marihuana que van desde el Cauca, pasan por Huila, Caquetá y llegan a Brasil, enmarcados en una economía de la guerra. Y es que “uno de los principales intereses de las nuevas guerrillas es el control del narcotráfico y las rentas de la economía ilegal, que se convirtieron en el principal motivo para que muchos guerrilleros no aceptaran el acuerdo, pues implicaba renunciar a los ingresos provenientes de su actividad”.
La investigadora Amaya complementa que no sólo hay escenarios favorables en la delincuencia y la ilegalidad que atraen a los excombatientes, sino también un caldo
de cultivo abonado por las divergencias de los gobernantes de turno. “Al no ser la paz un proyecto de Estado-Nación, sino de distintos líderes políticos, se generan demasiadas incertidumbres para la sostenibilidad de un proceso y del Acuerdo”, agrega.
De la mano de estas realidades se viven otras problemáticas. “Es importante hablar de múltiples violencias. Hay una persistencia de violencias de género en muchos lugares del país. En algunas regiones coexisten conflictos por el uso de recursos naturales, por el agua, como en el caso del sur del Tolima, que está reseñado en nuestra publicación”, indica Baquero.
Sin embargo, los tres investigadores coinciden en que la construcción de paz es un proceso de largo aliento que naturalmente implica desafíos, y resaltan que firmar un acuerdo no significa que automáticamente se acabe la violencia, sino que representa un paso sustancial para avanzar en ese camino.
Pasos hacia la paz: proyectos productivos.
- El programa “Desde la Raíz”, de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), pretende visibilizar algunas de las iniciativas de quienes dejaron las armas. Aquí nombramos solo algunas:
- Asociación de Mujeres Productoras Marquetalianas (Planadas, Tolima).
- Estampados Álix Sofía (Granada, Meta).
- Avícola Santa Teresa (Icononzo, Tolima).
- Corporación Trabajo Dignidad y Solidaridad-TRADSO (Bogotá, D.C.).
- Trilladora de Café Cooperativa Multiactiva Marquetalia por un Futuro Mejor- Coomumarfu (Planadas, Tolima).
- Comercializadora Trochas (agrupa a 23 cooperativas o asociaciones de varias regiones).
¿Qué viene para Colombia?
Para intentar explicar lo que está pasando en Colombia en el marco del posacuerdo, el profesor Jairo Baquero cita los conceptos de paz positiva y paz negativa del sociólogo noruego Johan Galtung. “La paz negativa es la entrega de armas. La paz positiva implica reducir las causas estructurales que generaron la violencia: la pobreza, la exclusión, la estigmatización... Una serie de problemas más profundos. Aquí ha habido un avance importante en la paz negativa con la firma del Acuerdo, con la dejación de armas. También en el tema de la JEP, la Comisión de la Verdad y la instancia de personas dadas por desaparecidas”, acota. A esta apreciación se une la investigadora Jhenny Amaya: “A las municiones detonadas, les podríamos sumar los cientos de proyectos productivos, las iniciativas que tienen firmantes de paz articulados con la sociedad civil; incluso proyectos de vivienda con víctimas del conflicto armado y procesos de reconciliación a través de proyectos comunitarios desde la gastronomía, el arte y la cultura. Es más, la academia también se ha volcado a estudiar el tema de la paz desde diversas perspectivas”, afirma.
Durante la mayor parte de su vida, Óscar Salazar, líder social del Urabá, ha trabajado por la paz de Colombia. Su consigna principal ha sido la reparación integral de las víctimas.
Paz con énfasis territorial
El Acuerdo de Paz con las Farc concibe a los territorios como su columna vertebral, tanto así que identifica y prioriza, por sus altos indicadores de pobreza, exclusión y desigualdad, a 170 municipios afectados históricamente por la violencia. Esas brechas socia-les han provocado que la implementación del Acuerdo no sea un proceso uniforme ni homogéneo. Esto es lo que el investigador Baquero llama “múltiples temporalidades en las regiones de Colombia”. Afirma que, si bien hayunos territorios muy integrados al mercado normalizado y legal, con servicios óptimos de educación y salud, otros han permanecido estancados, carecen de puestos de salud y ofrecen muy pocas oportunidades económicas. “Si bien ha habido un énfasis de atención en temas como las pequeñas obras de infraestructura, parques y andenes, ha falta-do atención en vías terciarias”, continua Baquero y agrega que “ese es un problema que golpea elementos del Acuerdo de Paz, por ejemplo, el tema de la Reforma Rural Integral (RRI) y el Pro-grama Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS).Si no hay carreteras ni salidas para productos agrícolas, cómo le pedimos a la gente que viva de la agricultura? ¿Cómo se puede avanzar en otros cultivos que sustituyan la coca si persisten problemas estructurales?”.
Por otra parte, resalta que el proceso de la tenencia de tierras debe abordarse de manera más amplia, de tal manera que responda a los desafíos actuales. Debe partir, desde su punto de vista, de las nuevas tendencias en asuntos alimentarios, agroecológicos y tipos de producción, “para lo cual es indispensable analizar a profundidad cómo se van articulando nuevas demandas con el viejo problema de la redistribución de la tierra que sigue vigente”.
Así mismo, pone sobre la mesa la inestabilidad e incertidumbre que genera en muchas familias campesinas la fluctuación de los precios de productos como el cacao, el café y el aguacate, cultivos con los que el Estado busca ganarle el pulso a la economía de la coca y la marihuana.
“La participación de los campesinos en estas cadenas no es lineal; la gente entra en ellas pero también es expulsada, gana y pierde. Los países latinoamericanos se especializaron como productores de materias primas, pero los análisis de economía política más recientes hacen énfasis en la necesidad de agregar valor. Como se está haciendo en algunos casos, hay que con-formar empresas que puedan generarles valor a estos productos y revisar cómo articular mejor los procesos de desarrollo en esas regiones”.
En este contexto, el profesor Baquero subraya la urgencia de proponer un concepto más amplio de territorios de paz, que incluya todos los aspectos contemplados en el Acuerdo y que brinde una oportunidad integral a poblaciones históricamente quebradas no sólo por la guerra, sino también por la exclusión. De esta manera se evitaría una reproducción de las causas que comúnmente han desencadenado la violencia en numerosas regiones.
“Creo que ha habido un esfuerzo de diversas instituciones por articular una política de reincorporación multidimensional en temas sociales, económicos y psicosociales”, puntualiza Jairo Baquero, profesor de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario.
Apuestas productivas: un paso a la integración
Aun con las dificultades que ha afrontado la implementación del Acuerdo, se ha logrado tejer valiosos procesos sociales y de emprendimiento que vinculan a los firmantes y a las comunidades locales. Por ejemplo, alrededor del café, en el sur del Tolima han surgido iniciativas con la comunidad indígena Nasay con campesinos locales del corregimiento de Gaitania, municipio de Planadas, y se hancreado marcas como Tercer Acuerdo y Café Marquetalia.
“Se iniciaron unas apuestas productivas, de carácter individual cooperativo y colectivo, que hoy por hoy afrontan muchos retos, pero que en esa primera parte de la historia de la transición generaron mucha expectativa y significaron la esperanza y la motivación a laque muchos se apegaron para continuar”, recalca la investigadora Amaya.
Las mujeres han tenido un papel preponderante en algunos de estos proyectos alrededor del Acuerdo. Ellas lideran varias asociaciones campesinas que están en auge en la actualidad y uno de los mejores ejemplos sedan precisamente alrededor del café.
“La participación de la mujer en economías cafeteras parte de repensar los roles del hogar, puesto que la tenencia de la tierra está a nombre de los hombres. En la medida en que las mujeres tengan títulos de las tierras, pueden ser dueñas del cafetal y generar sus propias marcas”, puntualiza Baquero.
Otro ejemplo de éxito es el de la participación de mujeres indígenas como guardianas de semillas nativas y criollas de maíz, yuca, plátano fríjol y hortalizas en Tolima. Ellas han combinado los saberes tradicionales con los conocimientos provenientes de la agroecología, y han aplicado técnicas como las cosechas de agua, que consiste en un sistema de recolección de aguas lluvias para uso doméstico y agrícola. Este liderazgo les ha permitido empoderarse dentro de sus comunidades.
Incluso, al interior de los espacios ETCR también se revisó el rol de las antiguas guerrilleras. Hay una concientización sobre esos liderazgos, una necesidad de repensar esos roles y deponerle a la paz el rostro de mujer como sinónimo de transformación y emprendimiento.
Si bien es cierto que Colombia enfrenta un panorama de contrastes y desafíos en torno a la paz, también se asiste a una transición política con el Gobierno de Gustavo Petro, una coyuntura que genera expectativa en los diferentes sectores involucrados en el Acuerdo, cuya implementación alcanza un 30por ciento según el Instituto Kroc de Estudios Internacionales de Paz en su informe de la Iniciativa Barómetro de la Matriz de Acuerdos de Paz, en el sexto año del Acuerdo
Aunque se siente la zozobra en algunas regiones, persiste la esperanza de que algún día puedan acallarse completamente las balas y pueda hablarse de paz sin titubeos.
Mientras ondean nuevos vientos políticos, Óscar Salazar, aquel líder social del Urabá que toda su vida ha perseguido la paz como quien busca un oasis, sigue con sus remos a tope. Aunque siente que la implementación camina a paso lento, su ímpetu no flaquea y exorciza sus dudas con una frase que quizás es su mantra de vida para perseverar en el liderazgo social que asumió cuando apenas era un adolescente: “No podemos seguir siendo un país que se niega a vivir en paz”.
El ajedrez de las Farc
Uno de los aspectos relevantes en el marco del posacuerdo en Colombia tiene que ver con las materialidades, en decir, esos elementos tangibles que hacen explícito el fin del conflicto con las Farc. En esa simbología se destaca una iniciativa del investigador Andrés Restrepo, quien fue parte activa del mecanismo de monitoreo y del proceso de desarme de esta guerrilla en el suroccidente del país. Cuenta que una noche, mientras destruían las más de 80 caletas que entregó el bloque sur en el Caquetá, se percató de que las detonaciones arrojaban figuras llamativas: “Las balas se fundían unas con otras y tomaban unas formas muy bonitas”. De ahí surgió una idea que pudo hacer realidad: “Logré que los colegas me permitieran conservar 32 piezas. En esa época estaba muy inspirado en las obras de Goya durante la guerra Civil Española, en la belleza de ese arte pese a estar motivado por esas imágenes tan crueles”. Con militares colombianos, extranjeros y guerrilla que hacían parte de esta misión, Restrepo empezó a hacer el ejercicio de jugar con esas 32 balas mientras contaban historias relacionadas con el conflicto. Así surgió el llamado “Ajedrez de la posguerra”, que más que un juego, es una prueba de que Colombia inició un tránsito hacia la paz; es una muestra de que a pesar de las falencias y los altibajos, se firmó un acuerdo con la guerrilla más antigua del mundo, se llevó a cabo un proceso de dejación de armas y se dio un paso importante para empezar a escribir una nueva historia. El investigador Restrepo describe este momento como “el vilo de la historia”, pues podría decirse que el país se encuentra en el dilema de la transición y la repetición. “O inventamos o erramos, como decía el gran educador Simón Rodríguez. Nos transformamos o repetimos la historia. Seguimos derechito o nos caemos de la cuerda floja. Esto último significaría durar otros 50 años en un conflicto armado. Estamos en el vilo de la historia”, expresa parafraseando a la socióloga María Teresa Uribe.