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El Gran Libro

David Santiago Mena Luengas

Jorge-Luis-Borges-en-1963-Dominio-publico-edit
De Bolaño, más que rescatar su universo literario, intenso, centelleante, adolescente, melancólico, habría que rescatar sus lecturas. Tal vez, por qué no, es posible que valga más el Bolaño lector que el Bolaño escritor. Ese Bolaño lector fue capaz de decir lo siguiente:

El centro del canon de la literatura latinoamericana es Borges. Y si me apuran, de la literatura en lengua española. Al menos, para mí, desde Quevedo, hasta ahora, no ha habido otro prosista más brillante que Borges. Sería: Cervantes, Quevedo, Borges. Así de bestia es el salto[1].

Es decir que, si en Latinoamérica, Centroamérica o en España ocurriera lo que ocurrió en Alejandría, y la Gran Biblioteca del castellano ardiera, habría que rezar, hasta las rodillas laceradas, porque la obra de esos tres sobreviviese. Con esas tres obras bastaría para reconstruir la literatura en castellano, y para formar, prever, una nueva literatura en castellano. El resto puede reducirse a ceniza. Sin duda, es una afirmación osada, pero quizás Bolaño no falte a la verdad. Borges es, en efecto, para cualquier lector hispanoparlante, una lectura ineludible. Borges es, en efecto, una especie de milagro.
 

No vengo aquí a enumerar los motivos por los que la obra de Borges es de tal contundencia, de tal magnitud. Para eso están la clase de Piglia y un sinfín de textos y documentales. Quiero concentrarme, tan solo, en un detalle, tomando como punto de partida el cuento Tres versiones de Judas. En realidad, tan solo quiero proponer una manera de leer, de intentar descifrar, lo que escribió Borges, lo que quiso compartir Borges con nosotros. Serán necesarios, únicamente, dos pasos: i) un breve acercamiento a la cábala y a Michel Foucault que nos ayudarán a partir de la base de que el mundo de Borges es un libro; ii) la música, una canción de Rubén Blades y la historia que la acompaña, que serán de gran ayuda para entender el trabajo de Runeberg, que es el trabajo de Borges.

  1. El mundo: un libro
Es claro el interés de Borges por la mística judía. No vengo aquí a hacer un rastreo de todos los elementos que de ella se pueden encontrar en la literatura de Borges; ese tema merecería una monografía completa. Detengámonos un poco en los siguientes versos:

Si (como el griego afirma en el Crátilo)/ el nombre es arquetipo de la cosa,/ en las letras de la rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo/ Y, hecho de consonantes y vocales,/ habrá un terrible Nombre, que la esencia/ cifre de Dios y que la Omnipotencia/ guarde en letras y sílabas cabales (Borges, 2013, pág. 193).
 
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Jorge Luis borges - Dominio público


En este poema, que recoge, precisamente, uno de los mitos judíos, Borges se está refiriendo al nombre de Dios. En la cábala, el nombre de Dios es fundamental; ha corrido mucha tinta intentando dimensionar su importancia, revelar su secreto. Lo que quiero rescatar, brevemente, lo estoy tomando prestado de Scholem, así como Borges, quizá, también lo hizo. En su libro Lenguajes y cábala (2006), refiere Scholem ciertos postulados alrededor del nombre de Dios. Hay que empezar diciendo que Scholem le reconoce una importancia significativa al nombre en general. Dice que “la magia del nombre proviene de que entre éste y su portador existe una estrecha y esencial relación” (Scholem, 2006, pág. 21). En ese sentido es que es posible afirmar que “el nombre es una magnitud real; no es ninguna ficción” (Ibíd.). El tetragrama es, quizás, el nombre más común de Dios en la tradición judía: YHWH o YHVH; Yahveh. Sin embargo, hay corrientes y creencias, que refieren que son más las letras, o que es imposible saber, en realidad, cuántas letras componen el nombre de Dios. En todo caso, el nombre de Dios es imprescindible. ¿Por qué? Porque “El nombre es una concentración de la potencia divina” (Ibíd., pág. 29). Así como menciona Borges a la rosa y a la palabra rosa, en el nombre de Dios está contenido Dios:

En ese sentido, habla el midras de que antes de la creación, Dios y su nombre estaban solos. En cuanto que el nombre se hace palabra, forma parte de aquello que podemos nombrar como lenguaje de Dios, en el cual tanto se nos presenta y manifiesta Dios mismo como se comunica su creación [...] Todo ha sido creado mediante las letras del lenguaje divino (Ibíd., pág. 29-30).

Pero añadamos lo siguiente:

Los elementos del propio nombre de Dios son, pues, los sellos que fueron aplicados a la creación y que la preservan de desmoronarse [...] El alfabeto es el origen de la lengua y a la vez el origen del ser. <<Así sucede que toda creación y habla tienen lugar mediante un nombre>> (Ibíd., pág. 36-37).

Big Bang sí hubo, pero uno muy particular: ese pequeño e ínfimo punto repleto de energía, del que tanto nos hablan, perdido en algo que todavía no era el espacio y que, de repente, estalló, sí estaba compuesto de diferentes partículas, de diminutas moronas de materia: letras. Ese punto era un nombre y ese nombre era el de Dios. Lo que estalló fue el nombre de Dios. Todo lo creado, a diferencia de lo que comúnmente se piensa, no está compuesto de átomos, neutrones, protones, etc. Todo lo que existe está compuesto de letras, letras que, a su vez, configuran el nombre de Dios. Dios, al crear el mundo, lo único que hizo fue nombrarse, presentarse. De ahí, cómo no, su omnipresencia; de ahí, por supuesto, que Dios pueda decir que Él es el que es: “parece expresar, en primer término, la libertad de Dios, que estará presente para Israel, en la forma o manifestación de ese ser o presencia que le plazca asumir en cada momento” (Ibíd., pág. 18).

Si todo lo creado es el nombre de Dios, y todo nombre, incluso el de Dios, es letras, todo el universo es, por lo tanto, una proliferación infinita de palabras: “Lo que Dios ha depositado en el mundo son las palabras escritas; Adán, al imponer sus primeros nombres a los animales, no hizo más que leer esas marcas visibles y silenciosas” (Foucault, 2010, pág. 56). Si el universo está compuesto de palabras, al universo hay que leerlo, con lo cual, el universo sería un enorme libro, El Libro: “Por esto, el rostro del mundo está cubierto de blasones, de caracteres, de cifras de palabras oscuras -de “jeroglíficos”, según decía Turner-. Y el espacio de las semejanzas inmediatas se convierte en un gran libro abierto…” (Ibíd., pág. 45). Sin embargo, no existe un número infinito de letras, está el abecedario. Esto quiere decir que las letras que componen mi nombre, mi rostro, pueden ser las mismas, o al menos pueden ser muy parecidas, a las que componen un árbol, un río, una nube. Dice Borges: “El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones…” (Borges, 1974, pág. 515). En otro lugar, también escribe Borges:

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara (Borges, 2013, pág. 160).
 

Si bien es cierto que se reafirma constantemente que cada gran escritor o escritora tiene un mundo propio, un universo con sus leyes determinadas que le da el derecho de constituirse como un universo aparte, autónomo, el material de la mayoría de esos universos difiere del libro. El universo de Homero es el universo de la guerra, de la épica; el de Dante, es un universo suprasensible; el de Proust es la memoria; el de Onetti es una ciudad, Santa María; el de Pizarnik es la locura, etc. El universo de Borges, por el contrario, sí es el universo de un gran libro. Borges es un libro. “¿Me será permitido repetir que la biblioteca de mi padre ha sido el hecho capital de mi vida? La verdad es que yo nunca he salido de ella, como no salió nunca de la suya Alonso Quijano” (Borges, 2013, pág. 515). Borges es esa biblioteca, de ahí que sea capaz de inventariar y comentar libros que solo existen en él. La literatura de Borges son los capítulos, los apartados del libro que Borges es. Así como en Onetti cada libro es una nueva historia, un nuevo hecho o rememoración de un hecho en Santa María, en Borges, cada cuento, cada nota, cada prólogo, cada ensayo, hacen parte de un solo libro, de El Libro Borges. Solo a través de la figura de un libro es dado pensar la unidad metafísica, por así decirlo, que sostiene Borges en su obra. Un libro puede ser puro fragmento, elementos desarticulados, pero, así como el nombre de Dios mantiene en sus límites, en su forma, a la creación, así mismo el título de un libro mantiene sus fragmentos, sus comas, sus puntos, sus letras, cerrados sobre sí mismos. Esto no quiere decir que un libro sea el puro aislamiento; todo lo contrario: cada libro, al estar nutrido de cada una de las letras finitas de un abecedario que componen cada cosa que existe, que puede pensarse o sentirse, es todos los libros. “Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos” (Borges, 1974, pág. 9). Cada raíz es ya un bosque, cada estrella es ya una constelación, cada humano es ya la especie humana, cada pestaña es ya el Big Bang.

Tres versiones de Judas: el capítulo sobre el mal

Entendida la obra de Borges como un libro, un gran y único libro, el cuento a analizar vendría a ser una especie de capítulo dedicado al tema del mal. Empecemos por rescatar un minúsculo detalle. El cuento comienza explicando que Runeberg, de haber nacido en los primeros siglos después de Cristo, o en la Edad Media, habría sido fuertemente castigado, condenado a las más terribles torturas. Runeberg nace, realmente, en el siglo XX. De manera indirecta, Borges está asumiendo (y pidiendo) que los ojos que lean a Runeberg (y a él) sean unos ojos del siglo XX, es decir, unos ojos menos enfrascados en dogmas y leyes escritas con sangre y muertos, unos ojos menos radicales, más conciliadores. El cuento, lo que intenta, es redimir a Judas de su eterna condena. Pero, no es únicamente Judas al que se intenta redimir. En el Gran Libro Borges, cada partícula es todas las partículas: Judas, el traidor, el malo, es todos los traidores, todos los malos. Son varios los argumentos que menciona Runeberg-Borges para lograr su objetivo. Al principio deja entrever que la figura de Judás fue algo evidentemente premeditado por Dios, que su actuar era algo que tanto Judas como Jesús ya sabían: ambos estaban cumpliendo con su destino. “Judas refleja de algún modo a Jesús” (Borges, 1974, pág. 515). Runeberg -Borges también asegura que- un poco en la misma línea, aunque aquí incluyendo un aspecto volicional, un aspecto de libertad individual, Judas quiso, decidió, ser el traidor: “Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno [...] Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres” (Ibíd., pág. 516). Resalto en itálica “como el bien” y “atributo divino”. El bien es un atributo divino. Tal vez el tercer argumento es el más contundente, su “conclusión es monstruosa” (Ibíd.). Ya que, históricamente, se enfrentan Jesús y Judas, uno como encarnación absoluta del Bien, el otro como encarnación absoluta del Mal, Runeberg-Borges también lo hace, pero con el objetivo de atenuar lo absoluto de malo y lo absoluto de bueno que tiene cada uno. Hablando de Jesús, escribe lo siguiente:
 
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Borges en 1921 - dominio público


Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio. Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse (Ibíd.).

El blanco no es tan blanco; el negro no es tan negro. La frontera empieza a hacerse de arena, es cada vez más difícil establecer cuál es el verdadero límite. El bueno más bueno, la encarnación de lo Bueno puede tener en su prontuario ciertas manchas, ciertos deslices: ya no es puro. Jorge Drexler dice: “Las cosas solo son puras si uno las mira desde lejos” [2].

De aquel argumento final, tan solo me voy a quedar con esa primera parte. Gracias a ella, puedo llegar a Rubén Blades. Blades fue muy amigo de García Márquez. En una entrevista en Medellín, Blades cuenta que siempre tuvo la curiosidad de mezclar la literatura con la música. En un punto dado se planteó la posibilidad de que, a cuatro manos, ambos grabaran un disco. Desecharon esta idea.  En vez de esto, a Blades se le ocurrió escribir un cuento y grabarlo como si fuera una canción. Solo podía hacerlo en una toma; de lo contrario, se convertiría en una declamación, y no una genuina, espontánea, relación de la literatura y la música. El cuento que escribió Blades es de una página y lleva el título de GDBD[3] y fue incluido como canción en su álbum Buscando América, de 1984. De los álbumes de Blades, quizás este sea el más político de todos: está pensado como una respuesta, como una denuncia a las dictaduras latinoamericanas que en aquel entonces estaban en su auge. En medio de toda la barbarie, las desapariciones y los asesinatos, Blades y Seis del Solar están buscando América, están intentando rescatarla. La portada del álbum es algo así como la luz al final del túnel. En todo caso, aquél cuento que mencioné y que se convirtió en canción, narra, en segunda persona, las primeras horas de un día laboral, común y corriente, de un hombre sin nombre, un hombre de clase media, casado, con familia: un hombre como cualquier otro hombre. Al respecto del cuento-canción Rubén dice lo siguiente:

Mientras nosotros continuemos creyendo que la gente mala es la gente que tiene unos cachitos y un rabo, nunca vamos a poder enfrentar el argumento de la maldad en una forma humana y lo más cercano a lo correcto posible. Este tipo...Nadie sabe qué es lo que el tipo hace. Cuando yo empiezo a narrar la cosa, tú te identificas con él [...] Te vas identificando totalmente hasta que llega el momento en que te dicen: “Hoy van a buscar al tipo”. Cuando llegas ahí te quedas pensando: “¿A qué tipo? ¿A quién van a buscar? ¿Qué es lo que este tipo hace”? Y ahí se suspende la conexión. El tipo sacó un revólver, se va… “¡Ah! Espérate un momento, ¿esto qué es?”. Y esa parte es más interesante de discutir y de formular que lo que siempre se describe que es cuando sacan a la persona del cuarto, etc, que es lo pasaba en Chile, o pasaba en Argentina, y desaparecían a las personas. ¿Después de GDBD qué viene?[4] Desapariciones, que es  el efecto de esto [...] La gente mala no es mala completamente. Hay tantos tonos...[5]

GDBD es en realidad, Gente Despertando Bajo Dictaduras. GDBD es la concretización en un cuerpo, en una vida, en una casa, en un baño, en una alcoba, en una familia, de lo que es la maldad. Increíble: esa maldad tiene un cuerpo como cualquier otro, una vida como la de cualquier otro, una casa como cualquiera, un baño con los mismos problemas que casi todos los baños, una rutina igual a casi todas las rutinas. Nada, en principio, permitiría saber, a ciencia cierta, que este hombre es, en realidad, un terrible asesino, un militar. Tal vez en un nivel mucho más alto, con una ironía mucho más aguda, Bolaño trató este mismo tema. En su novela Estrella distante recuerda a un general del ejército chileno, y que existió en la vida real, capaz de estar inmerso en los más excelsos círculos de poesía y arte, capaz de, en un acto sublime, casi parecido al vuelo de un pájaro o a la luna, escribir poemas en el cielo con el humo de su avión. Ese mismo general era el que desaparecía y torturaba jóvenes chilenos, poetas, artistas, como él. Y fue capaz, incluso, de exponer una serie de fotografías que tomaba cuando los torturaba, cuando los asesinaba. ¿Dónde está la frontera aquí entre lo bueno y lo malo? Eichmann en Jerusalén es otro ejemplo donde los límites se nublan. Muy cierto es, entonces, este verso de Borges: “41. Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena...” (Borges, 2013, pág. 329).
 
En últimas, lo que quiere hacer Runeberg, que es lo que quiere hacer Borges, es lo que Borges sintetizará, luego, en un verso: “18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos” (Borges, 2013, pág. 329). Un acto es, entonces, todos los actos. Un bueno, El Bueno, es todos los buenos, pero, también, es posible que sea todos los malos. Ocurre exactamente lo mismo con El Malo. Judas no puede ser, por una cuestión matemática, por una cuestión lógica, únicamente un traidor. Es imposible condenar a nadie por una sola acción cometida, y esa fue la condena de Judas. El momento mismo en el que Judas entrega a Jesús a los romanos está plagado de contradicción: Judas traiciona con un beso: amor y traición ilimitados en un solo gesto. ¿Cómo saber, a ojo cerrado, hacia dónde se inclina la balanza? De Borges se puede decir lo mismo que de Dios, refiriéndonos, claro está, a la obra de Borges como un Gran Libro: “agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio” (Borges, 1974, pág. 518).
 
Bibliografía
Borges, J. L. (1974). Obras completas (1923-1972). Emecé editores.
Borges, J. L. (2013). Poesía completa. Debolsillo.
Foucault, M. (2010). Las palabras y las cosas. Siglo XXI editores.
Scholem, G. (2006). Lenguajes y cábala. Ediciones Siruela.