El tomismo del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. La reacción de protesta, a veces altanera, descompuesta y –en ocasiones– grosera de algunos alumnos contra la filosofía escolástica que deben estudiar.
Los parámetros tomistas y escolásticos, trazados por el arzobispo fundador, fray Cristóbal de Torres, se prolongaron en el tiempo. Y perduró también el cuestionable criterio de que la fidelidad a la doctrina de santo Tomás era equivalente a la negación de cualquier otro magisterio. Ingresan a esta Biblioteca Antigua nuevos textos de Filosofía. En uno de ellos (1734. Eusebio Amort. Philosophia pollingana ad normam Burgundicae in quinque tomos distributa), llama poderosamente la atención el contenido que se adivina bajo el título del tomo IV: Tomus quartus. Vindicias philosophiae Peripateticae et falsitatem Copernicani Systematis continens [Reivindicación de la filosofía peripatética y demostración de la falsedad del sistema de Copérnico]. ¿Cabe este planteamiento en el siglo XVIII? ¿Puede esto aceptarse sin más, o pasar inadvertido, en un medio universitario?
Y perduró también el cuestionable criterio de que la fidelidad a la doctrina de santo Tomás era equivalente a la negación de cualquier otro magisterio.
Sin embargo, algunos alumnos –a las pruebas me remito– no veían nada extraño en todo esto y se convertían en fieles ecos del pensar tradicional de sus maestros. En otro libro manuscrito (Candela, Nicolás. Cursus Philosophicus in quinque Tractatus et ad Aristotelis mentem consignatus…, 1747), un alumno alaba al autor: “Al Dr. Nicolás Candela. Como el sol, Candela, nos conviertes en llama y nos iluminas con tu luz...”: y esto lo afirma después de un tratado filosófico elaborado “según el espíritu de Aristóteles”. Se culpa a otros sectores de fomentar la confusión. Es lógico pensar que lo que se refleja en los alumnos se presentaba también entre los catedráticos. En la contraportada de un tratado de filosofía (Francesch, Miguel. Philosophia scholastica quatuor partibus comprehensa… Pars II. Barcelona, 1762), alguien escribe: “Ya revivió la peripatética y se oscurecieron los absurdos de los Modernos que venían ofuscando a todos los hombres. Octubre 26 de 99”. En la misma hoja, al reverso, puede leerse: “Felices los colegios en los cuales se estudiare la bella filosofía peripatética. Y dichosos los que siguieren a Aristóteles, el filósofo más esclarecido de todos los demás, que en su presencia no son otra cosa que unos jumentos”. (Una mano piadosa tachó dos líneas que seguían; ¡Cómo serían los “elogios”!). E incluso se nota cierta sutileza en quien escribe estas observaciones; hay una aguda distinción entre “metafísica” y “escolástica”: allí donde el libro I titula “Dignidad de la metafísica”, el rebelde escribe: “Pero no es digna la escolástica”.
Similar enfrentamiento sale a relucir en la guarda de otro libro (Díaz, Froilán. Logica rationalis per quaestiones, et articulos divisa… Madrid, 1727): “La era actual y la venidera aplaudirán el Peripato”. A lo que replica al pie otro “enemigo” de la escolástica: “La era actual y la venidera reprobarán el Peripato”. Este tipo de “diálogos” entre distintas corrientes es frecuente: “¿Cuándo llegará el día feliz en que se quemen estos libros? Año de 91”. Y otro completa: “Ya llegó el deseado día en que se venció la invencible Peripata” (Ibid.). En un venerable ejemplar del Corpus Iuris (E 12 N° 147), alguien marca orgulloso:“Pertenece al Colegio Real Mayor de Nuestra Señora del Rosario del Real Patronato de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá”. Y una mano radical, escribe abajo: “Pertenece al Colegio de los desventurados tomistas. Doctor Bernardo Mosquera (…)”. Y se expresa la certeza de que esa intransigencia ideológica tiene mucho que ver con censuras que vienen de instancias superiores: “El Doctor Joaquín Ahumada leió Artes el año de 17 (¿?) y se lo bacularon (¿?) porque leía Moderna” (Rubio, Antonio (S. J.). Commentarii in libros Aristotelis Stagyritae philosophorum principis…, Lyon, 1620).
Philosophia pollingana ad normam Burgundicae in quinque tomos distributa. Pollingo era, en latín, embalsamar.
Sin hacer apología de las formas de la protesta, debe destacarse la existencia de un espíritu crítico y polémico en muchos alumnos, en cuya formación tuvo que incidir la educación recibida en el Colegio Mayor. También, los “rumores” de que en otros sitios empezaban a imponerse doctrinas y criterios diferentes. Quizás sin mucho fundamento teórico, se sueña con un mundo mejor y se aspira a un saber que conecte mejor con la vida. De aquí nacen las protestas que vamos a reseñar. En el caso de los alumnos, no parece adecuado pensar que se deban a ideas “modernas” o científicas, que estaban aún algo distantes de su horizonte escolar.
"Debe destacarse la existencia de un espíritu crítico y polémico en muchos alumnos, en cuya formación tuvo que incidir la educación recibida en el Colegio Mayor. Quizás sin mucho fundamento teórico, se sueña con un mundo mejor y se aspira a un saber que conecte mejor con la vida".
En algunos casos (Colegio de Sto. Tomás. Alcalá. In tres Aristotelis libros De Anima quaestiones… Alcalá de Henares. 1696), la protesta se reduce a una advertencia: “Cualquiera que desee salvarse, no toque estos libros. Día 12 de junio de 1786”. O, como escribe otro, alertando contra esta filosofía: “Por tanto, amigo lector, huidle; no os entreguéis a ella. Más bien entregaos a aquellas por cuyo estudio son los hombres ensalzados, florecen las repúblicas y mandan las leyes…” (Mayr, Antonio. Philosophia peripatetica… T III. Venecia. 1755). Las razones de esta advertencia, radican, según los críticos, en el carácter perjudicial de estas lecturas: “Es tanto lo que daña, que con su lectura los entendimientos claros –en la (…) de tal jerga y jerigonza de términos que nada explican– se ofuscan”, precisamente porque sus autores no son sino “encubridores de la verdad” (Comentarios a Aristóteles). Otras veces, las críticas responden a dificultades de comprensión: “No lo entiendo a este peripatético rancio. Porque él no quiso dejarse entender” se lee en el libro ya citado (Froilán Díaz). En otros casos, la queja y el rechazo tienen que ver con la evidente separación entre esta filosofía y la ciencia. Al concluir un tratado filosófico (FRANCESC, Miguel (Philosophia scholastica quatuor partibus comprehensa…Pars III. Barcelona. 1762), el crítico se burla: “¡Y qué física! ¡Y qué físicos! ¡Y qué sabios!”. Y en la misma obra, alguien escribe en latín, insinuando otro concepto del filosofar: “Pretender filosofar sin saber matemáticas es lo mismo que querer caminar sin piernas”.
La protesta se reduce a una advertencia: “Cualquiera que desee salvarse, no toque estos libros. Día 12 de junio de 1786”.
Pero, en la mayoría de los casos, la protesta tiene otros fundamentos y se emprende con calibres más gruesos, que se disparan contra los contenidos y contra sus autores. En un tratado de Lógica, escrito para estudiantes Mercedarios (Colegio Mercedario de Rivas. Cursus philosophycus iuxta miram doctrinam et scholam Angelici Doct. D. Thomae. T. I. Madrid. 1717), se descalifica el contenido: “Lógica que hace necios a los hombres”; para pasar en seguida a ofender al autor. Después de una de las cartas de alabanza y elogio, nuestro crítico escribe: “¡Oh y qué mula! Pero más mulas los que hacen aprecio de ti, ignorante. ¡Oh y a cuántos borricos habrá hecho pasar por sabios este gran animal. Pero llegará el día de no poder engañar”. Repite, con otros términos, lo que ya había escrito en la guarda: “Es mucho borrico”, “Todo el que algún aprecio, por mínimo que sea, haga de este libro es otro borrico como él (…)”. Y remata en las guardas posteriores: “Todos estos borricos no merecen estar en la librería de este Colegio Real Mayor de Nuestra Señora del Rosario. No merecen otra cosa sino estar cargando alfalfa con todos los de su (…)”. De otro autor (Covarrubias, Diego Omnium Operum. Tomus Secundus… Salamanca. 1576), escribieron: “El que quiera aprender a ser bestia que lea a este señor Covarrubias, obispo de Segovia y regente de nuestros asnos”. Según las críticas, todos estos tratados solo sirven para alimentar el fuego: “Mientras estos libros hubiere no faltará pábulo al fuego” (Curso filosófico, ya citado, de los Mercedarios, tomo II); solo puede mirárselos con infinito desprecio: “Las bellotas abundan más que los alimentos nuevos”… (Ibid. Tomo III).
Pretender filosofar sin saber matemáticas es lo mismo que querer caminar sin piernas. Descuellan en las escuelas filosóficas quienes son duchos en Matemáticas, gatean quienes las ignoran.
En sentido similar, se encuentran insultos al autor en la guarda posterior de un tratado de Lógica (Colegio de Sto. Tomás. Alcalá. In universam logicam Aristotelis logicam quaestiones… Alcalá de Henares. 1683): “…fatuo, loco, quintaesencia de la necedad, ignorante, fanático, alma de cántaro, corazón de alcornoque, Sancho con su rocín, nieto de (…), ojo de demonio. Y firmamos en 30 de febrero. San Mateo, San Lucas, San Marcos, San Juan”. En otro “curso” filosófico (Real Colegio Jesuita de Salamanca: Prima pars continens Logicam seu Philosophiam rationalem… 1730) se lee: “Utilísimo libro a quienes quieran abatirlo y despreciarlo” y “Los peripatéticos bestias, como éste, se debían abolir”. Y, en concepto del crítico, debe desaparecer por ser un opresor de las mentes: “Logró Aristóteles ser feliz tirano de los entendimientos, como Alejandro, su discípulo, [se hizo] de las Provincias”.
En el fondo de esta insatisfacción, hay un sustrato de esperanza que, entre sombras, vislumbra horizontes nuevos, más acordes con los tiempos: “¡Qué compasión es que hasta ahora se encuentren hombres tan preocupados por las máximas del Peripato, que busquen por útiles las baratijas y guirigay de los escolásticos! Si eso aconteciera a principios de este siglo, o en el 17º, alguna disculpa habría; pero que experimentemos esta desgracia a fines del 18º, siglo tan ilustrado y feliz… eso sí que es digno de llorarse con lágrimas de sangre. Agosto 7 de 1791”. Así escribe otro en el libro de Miguel Francesc, ya citado. En el medio colonial, se percibe que hay impulsadores de un cambio: “Pronóstico fatal contra Aristóteles. El (…) excelentísimo Señor Virrey don José de Ezpeleta, protector declarado de las ciencias, nos hace concebir esperanzas nada vanas del restablecimiento de ellas en esta Capital. El exquisito gusto de este Señor nos promete, desde luego, el total exterminio del Peripato y su amor por Newton nos hace creer que bien presto ocupará éste –dignamente– el trono que sin mérito ocupa ahora Aristóteles. Agosto 7 de 1791”. (AGUILAR, José (S.J.). Cursus philosophicus… Sevilla. 1701). Hay, pues, argumentos para sostener la esperanza, aunque esta se refleje en versos muy deficientes: “(…) llegará el día / en que las ciencias valgan/ y los hombres salgan / de la ignorancia que antes los cubría. / Ya se verán hoy hombres / ir deponiendo sus preocupaciones / (…)/ empleando el talento / en otras cosas de mayor momento. / Oh tiempo feliz el que pasó cuando / se despreciaron los peripatéticos y se volvieron las ciencias a su antiguo estado” (Obra de Luis de Losada, citada antes).
“¡Qué compasión es que hasta ahora se encuentren hombres tan preocupados por las máximas del Peripato, que busquen por útiles las baratijas y guirigay de los escolásticos! Si eso aconteciera a principios de este siglo, o en el 17º, alguna disculpa habría; pero que experimentemos esta desgracia a fines del 18º, siglo tan ilustrado y feliz… eso sí que es digno de llorarse con lágrimas de sangre. Agosto 7 de 1791”.
Cerramos con un último cuestionamiento que es radical, pues se dirige al campo mismo de los valores y a su jerarquía. En la obra Commentaria in decem titulos Institutionum Iuris Civilis, de Van Aytta de Zwichem, otra mente inquieta expresa su desazón vital: “¡Qué inútil esta pérdida de tiempo excelente y precioso! (…) se arrepentirá de haberse dedicado a la lectura de este libro. Vosotros que quizás algún día leáis estas líneas, lo comprobaréis al morir. Y diréis: ¿Por qué? ¿Acaso Cristo no nos pidió que buscáramos primero del Reino de Dios? Si el verdadero derecho radica en que amemos a Dios, ¿qué estamos haciendo?”.
Es patente la molestia de los estudiantes con la escolástica, como se observa en esta nota.