La censura, siempre presente en la historia del libro (I)
La censura, siempre presente en la historia del libro, también dejó sus huellas en la biblioteca antigua del Colegio Mayor.
La táctica represiva que mezcla opiniones sospechosas y opiniones proscritas es eterna. (Bataillon, Marcel. Erasmo y el erasmismo. 1983, p. 152).
No es pertinente valorar los acontecimientos del pasado -máxime si ese pasado es remoto- con criterios de hoy. El contexto de aquellos hechos era otro y siempre será escaso nuestro esfuerzo por aproximarnos a esos “mundos” tan distantes en el tiempo y en la vivencia. Pero se debe diferenciar entre comprensión y justificación de lo sucedido en el pasado. El comprender por qué y cómo se dio la censura, el entender sus contextos y sus móviles no significa, en modo alguno, justificarla, aprobarla y -menos aún- aplaudirla. Si se habla de ella y se describen algunas de sus actuaciones es para que no se olviden tan turbios episodios de la historia y para que sus brotes, siempre amenazantes, nunca más germinen ni prosperen.
Los móviles de la censura han variado con el tiempo y a lo ancho de la geografía universal. Hablando de esta Biblioteca Antigua, no puede pasarse por alto que surge y se conforma dentro de una mentalidad de “Ius communis” (Derecho común), en que se minimiza lo “diferente”, para priorizar lo que es “común”. Y lo universal y uniforme, dentro de la secular cosmovisión de Sacro Imperio, era la indestructible unión entre la fe católica y la monarquía. En nuestra propia historia, que es la de una cultura colonial dependiente de la España de los siglos XVI a XIX, la acción censora corría paralela a la decisión de defender la fe católica y proteger los intereses de la Corona. Queda a los especialistas la tarea de definir cuál, de entre estas dos, era la prioridad de fondo.
La imprenta y lo impreso, desde su invención, se consideraron como logros de gran valor. Pero también, desde un comienzo, fueron para muchos una amenaza que debía controlarse y encausarse:
El invento maguntino amplió y agilizó los cauces de difusión y estandarización del conocimiento, multiplicando, en una sociedad mayoritariamente analfabeta, el número de individuos que podrían acceder al libro, razón, ésta última, por la que los sectores activos de la sociedad mostraron desconfianza y temor hacia los efectos que podría conllevar si se prestaba a la propagación de pensamientos, de cualquier naturaleza, considerados perniciosos para la comunidad. Pronto el libro impreso comenzó a acrecentar sospechas y a ser visto desde el poder como un mal que, a fin de limitar y orientar su potencial, debía ponerse al servicio de fines superiores; sólo así quedaban justificados el beneficio y la utilidad. (GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Carlos A. Los mundos del libro. Medios de difusión de la cultura occidental en las Indias de los siglos XVI y XVII. 2001, p. 56).
En el caso de los territorios americanos recién descubiertos, esa amenaza se identifica, en los primeros momentos, con libros superficiales y de puro entretenimiento: son ociosos para los españoles y pueden confundir a los indígenas. Así se pronunciaba una Cédula Real de la emperatriz Isabel de Portugal, fechada en Ocaña en abril de 1531
Yo he seydo informada que pasan a las Indias muchos libros de romance de ystorias varias y de profanidad, como son el Amadís y otros desta calidad; y porque este es mal exercicio para los indios e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean, por ende, yo vos mando que de aquí adelante no consintáis ni deys lugar a persona alguna pasar a las Yndias libros ningunos de ystoria y cosa profana, salvo tocante a la religión christiana o de virtud en que se exerciten y ocupen los dichos indios e los otros pobladores de las dichas Yndias. (Citado por: Millares Carlo, Agustín. Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas. México, 1971, pág. 268).
El peligro y las sospechas se hicieron más graves y apremiantes con la Reforma protestante, que rompió la antigua unidad de Europa en torno a la fe católica. Una buena parte del “horizonte mental” de la Conquista y la Colonización de América está marcada por la reacción oficial católica (que se conoce como Contrarreforma) vivida y ejercida en interpretación española:
Al frente de la Conquista estaba el espíritu de la Contrarreforma y, más aún, la firme convicción española de poseer la misión divina de establecer un imperio universal inspirado en la fe del catolicismo. A la expulsión de los moros y judíos de la Península en 1492, siguió el “descubrimiento” de América. El reino dominante de Castilla sintió así, como su destino y con mayor intensidad, la responsabilidad de defender y difundir el mensaje civilizador del cristianismo. (Posada Carbó, Eduardo. “Historia de las ideas en Colombia”. En: Gran Enciclopedia de Colombia, 1994, Tomo 5, pág. 15).
Desde esa óptica, se proscriben países, ideas, obras y autores protestantes. España y todas sus colonias deben mantenerse indemnes del peligro protestante. Por ello, advierte Felipe II en una Pragmática de 1558:
(…) ay en estos reynos muchos libros, assi impresos en ellos como traídos de fuera, en latín y en romance y en otras lenguas, en que ay heregías, errores y falsas doctrinas sospechosas y escandalosas y de muchas novedades contra nuestra sancta fe católica y religión, y que los hereges (…) procuran con gran astucia por medio de los dichos libros, sembrando con cautela y disimulación en ellos sus errores, derramar e imprimir en los corazones de los súbditos y naturales destos reynos sus heregías y falsas opiniones. (GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Carlos A. Ibid., pág. 66).
O como afirmaba el inquisidor Zapata, en el prólogo del Índice de 1632, cuestionando el mismo invento de la imprenta:
(…) el más proporcionado instrumento y más eficaz medio que pudo inventar el padre de la mentira y engaño; que es una desenfrenada inclinación y gusto increíble, que les pone en escribir y una prisa que les da a publicar tantos y tan variados libros (en este tiempo más que en ninguno otro havemos visto) en que debaxo de velo de especiosos títulos y materias y argumentos al parecer tan útiles, quantos agenos a toda sospecha… ofrecen sus errores. (Citado por GUIBOVICH PÉREZ, Pedro M. Censura, libros e inquisición (…) Sevilla. 2003, pág. 200)
Catálogo de libros prohibidos, ordenado por el Concilio de Trento. Editado primero por la autoridad de Pío IV; ampliado luego por Sixto V; revisado finalmente por orden de Clemente VIII. Con las normas que permiten llevar a cabo la prohibición] Lyon. Claudio Landry. 1630. (Nº topográfico nuevo: E 08 N058 Ej.1).
En la presentación de este libro, el Papa Pio IV ordena: “(…) que, de aquí en adelante, los fieles cristianos no lean ni los libros ni los escritos de diferentes clases que en él se condenan: porque son heréticos o sospechosos de desviaciones heréticas; por no ser útiles a la piedad o a la honestidad de las costumbres o porque necesitan alguna corrección (Ibid., págs. 6-7).
Se quiere descender de la teoría a la práctica, de las palabras a los hechos. Por ello, el texto del Índice está precedido de una “Instrucción para todos aquellos que se van a dedicar, con trabajo fiel y diligente -como debe ser- a la tarea de prohibir, expurgar e imprimir libros” (Ibid. págs. 17-22).
Podría pensarse que esta reacción estaba justificada por la presión grave que, en el momento, ejercía el protestantismo sobre algunos sectores. Ello llevó a la Iglesia a redactar un Índice que, en la edición citada, tiene 78 páginas. Pero se hace desconcertante y muy difícil de comprender que, pasados más de noventa años (1707), se publique un Índice español (“pro catholicis Hispaniarum Regnis”, dice la anteportada), cuya primera parte (de la letra A a la I) ¡tiene 791 páginas!
Índice expurgatorio español, del rey católico Felipe V, comenzado por el Excmo. Sr. D. Diego Sarmiento y Valladares. Y continuado por el Excmo. Sr. Vidal Marín. Año 1707. (Nº topográfico nuevo: E 06 N073 Ej. 1). En la parte superior se observan: el escudo del papa Clemente XI (izquierda) y sobre él un lema en latín “Ilumina y elimina”; el escudo del rey Felipe V de España (derecha) y sobre él otra inscripción que dice: “Sostiene y adorna”. Ambos enmarcan el emblema de la Inquisición: una cruz que se levanta entre la espada (que castiga a los herejes) y una rama de olivo (signo de paz para los que se reconcilian). En esta imagen falta el lema, tomado del Salmo 73, que rodea este óvalo: ¡Levántate, Señor, para defender tu causa!”. Sobre este, un lema que dice: “Domestican mediante el dolor”. En la parte inferior, dos ángeles sostienen la Cruz de Calatrava, emblema de la Orden de Predicadores, a quienes se confió en diversas ocasiones la dirección de la Inquisición española. Cruza el grabado, de izquierda a derecha, otra cinta en que se lee: “Desechad el fermento antiguo”, citando a S. Pablo. En la parte inferior, los escudos episcopales de los dos autores. Las inscripciones latinas dicen: “Comenzó bien” y “terminó en forma óptima”.
En su Introducción, escriben D. Vidal Martín y D. Antonio de Sotomayor, inquisidores generales y autores de esta obra:
(…) que de aquí en adelante ninguno sea osado de tener, ni leer libro o libros de los prohibidos en este Indice (…) o otro alguno de mala, y dañada doctrina, ni a meterlos en estos Reynos y señoríos, ni venderlos en ellos. Y los que al presente los tienen, dentro de noventa días los manifiesten y consignen al Santo Oficio, para hacer dellos lo que convenga (…). Con apercibimiento que contra los que lo contrario hizieren (…) mandaremos proceder, y procederemos con todo vigor.
Apenas transcurridos cuarenta años, se estima necesaria una nueva edición del Índice de libros prohibidos. Se hace bajo el patrocinio de Fernando VI, en 1747. ¡Pero ya son dos tomos, que suman 1112 páginas!
Novísimo Índice de libros prohibidos y que han de ser expurgados en todos los reinos de las Españas (…) Recientemente ampliado; cuidadosa y completamente corregido (…). Madrid. Imprenta de Manuel Fernández, 1747 (Nº topográfico nuevo: E 11 N071 V.1 Ej. 1).