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Ezequiel Uricoechea en el Rosario

portada

En el asiento de Capellanía de las misas de 1970, el número 71 corresponde a la celebrada el sábado 16 de mayo, a las 12:30 p. m. Entonces concurrieron el Claustro del Rosario, el Colegio Máximo de Academias y el Instituto Caro y Cuervo; la crónica corrió por cuenta del Dr. Guillermo Hernández de Alba. La importancia de la ceremonia se nota en que se hayan tomado la molestia de copiar toda la crónica.

Ezequiel Uricoechea, en un grabado de 1871. Fuente: Boletín Cultural y Bibliográfico.

 

El homenajeado no era otro que “el primer arabista colombiano, el memorable Dr. Ezequiel Uricoechea”, uno de aquellos humanistas como Cuervo, Caro y Marroquín, que “desde este nido de águilas (...) oteó los ilímites horizontes de la América hispana”. La muerte sorprendió, según frase hecha, “en puerto remoto del cercano Oriente”, a este “intelectual de tantas provincias del saber universal”. Vida en verdad breve, como que transcurrió entre 1834 y 80, y que dejó a sus parientes el trabajo de hallar y repatriar sus cenizas. Obra que principió el Dr. José María de Uricoechea para continuarla ante embajadores, aquí y allí, y finalizarla con la colaboración del propio Hernández de Alba. Enrique Molano Campuzano, embajador nuestro en Beirut, personalmente condujo el hallazgo y la familia decidió que las reliquias quedaran en manos del Instituto Caro y Cuervo.

 

El funeral solemne se verificó en la “capilla académica del Colegio Mayor del Rosario” donde, según el cronista, “el joven Dr. Uricoechea recibió en 1860 la investidura de Colegial Honorario”. El “nutrido y selectísimo concurso” no es asunto de esta nota; pero sí que monseñor Pinilla ofició en latín y que “la ceremonia fué solemnizada por el grupo universitario polifónico de cámara, dirigido magistralmente”, aunque no nos dice por quién. El elogio fúnebre corrió por cuenta de monseñor Mario Germán Romero.

El cronista y el homenajeado en el Rosario.



Este artístico retrato de Hernández está entre las novedades del libro
Un largo camino. Universidad del Rosario 365 años.

 

Guillermo Hernández de Alba (1906-88), bogotano, cursó el bachillerato en San Bartolomé y culminó los superiores en este Colegio Mayor, que lo acogió como colegial honorario y catedrático. Cronista oficial de su ciudad desde el IV centenario, entre otras cosas por la publicación del primer libro de Crónica del muy ilustre Colegio Mayor de Nuestra señora del Rosario en Santa Fe de Bogotá, obra fuente de la historia de este Claustro; editor asimismo de las Analectas[1] por el tercer centenario del Rosario y de fuentes documentales para la historia de la educación en Colombia, por no mencionar otros trabajos históricos.

Ezequiel Uricoechea se formó en Estados Unidos y en Alemania. Vuelto al país, obtuvo cátedras en el Rosario de Química y Física (hacia 1857-67). Su figura tiene interesantes paralelos con la de Mutis: estudió Medicina en el Yale College (New Haven) y su tesis versó sobre las propiedades físico-químicas de la quina (1852); publicó asimismo sobre las posibilidades mineras del país. Por indicación de Humboldt, fue a seguir estudios científicos a Alemania, en la Universidad de Gotinga. Allí se doctoró con un estudio sobre el iridio (1854). Apenas con veinte años, publica su primer libro, Memoria sobre las antigüedades neogranadinas, una revaluación cultural de los muiscas. En Bruselas, siguió sumando conocimientos, ahora en Astronomía y Cartografía. Vuelto al país en 1857, ocupa la cátedra en el Rosario y funda la Sociedad de Naturalistas Neogranadinos, heredera de la Expedición Botánica, cuyo tesorero era Liborio Zerda

 

Personal del Rosario con sus respectivos sueldos [1860?].
Nótese que la asignación de Uricoechea era muy superior.

Para estudiar lenguas indígenas, hizo una expedición a la Guajira y la Sierra Nevada, signo del nuevo rumbo que tomarían sus trabajos. Como el ambiente del país en esa época tampoco estaba para la ciencia, vuelve a Europa: "He hecho muchas en mi vida, pero la mayor bestialidad de todas fue irme a meter de cabeza en Bogotá en tiempos de libertad golgótica, en que nada se hacía por la instrucción. En fin, no dejé el pellejo y debo considerarme feliz". Aterriza pues en París, donde se pone al frente de la Biblioteca Lingüística Americana, cuyo primer volumen se dedicó a la lengua chibcha. Luego vendrían los correspondientes a la lengua páez y la guajira, y seguirían apareciendo luego de la muerte de Uricoechea.
 

Por una rebaja del "ínfimo sueldo", Uricoechea renunció en 1865.

Pasados los cuarenta años, principia la última aventura científica de su vida: aprender árabe para conocer el vocabulario técnico de dicha lengua. "No he visto lengua más difícil: hace ocho meses emprendí su estudio y estoy apenas comenzando a buscar palabras en el diccionario", confesaba el curtido políglota. En la cercana Bruselas, ocurrió que la Universidad Libre abrió una cátedra de Árabe para concederla por riguroso concurso. Con legítimo orgullo declaró: "Me alegro por mi tierra que el primer profesor americano en una universidad europea sea un colombiano". Honor que nos duró poco, pues una apoplejía fulminante lo rindió, camino de Beirut, en busca de perfeccionar sus conocimientos de la lengua oriental.

Hemos consultado:

Botero, Clara Isabel. (2002). “Ezequiel Uricoechea en Europa: del naturalismo a la filología”Boletín Cultural y Bibliográfico, v. 39 n. 59.

“Guillermo Hernández de Alba, 1906-1988”. (1989). Thesaurus. Tomo XLIV. Núm. 1.

[1] Otra manera griega de decir “antología” o “florilegio”.