Los archivos históricos se piensan como depósitos, como lugares de preservación de vestigios de pasado, pero no tienden a pensarse como instrumentos para el aprendizaje, salvo en algunos casos, en carreras como las de ciencias de la información o las ciencias sociales, como lugar de trabajo únicamente para investigadores especializados.
Un archivo histórico resguarda los documentos que por sus valores históricos, culturales, científicos y técnicos se conservarán para siempre. Preservar la integridad de los vestigios materiales e inmateriales para el futuro es la misión primordial del archivo.
Sin embargo, a partir de esa función sustancial de los archivos de tipo histórico, en los últimos años han surgido múltiples posibilidades, expectativas y necesidades relacionadas con su quehacer.
El ánimo de compartir y divulgar es una de esas posibilidades. Los medios digitales y el creciente interés por el patrimonio documental del país han generado una mayor disposición para que quienes trabajamos en los archivos y quienes quieren acceder a ellos saquen provecho de los acervos.
También las políticas que rigen el mundo de los archivos patrimoniales presentan, hace algunos años, unas nuevas directrices, más orientadas hacia la promoción de la participación, la apropiación y la cooperación de las comunidades que rodean a los distintos tipos de patrimonio
[1].
En este contexto, en el Archivo Histórico UR se han venido realizando actividades que potencian los usos de sus colecciones. Una de esas actividades son las conferencias dirigidas a estudiantes de distintas carreras, en que una selección de distintos tipos de documentos se articula a los contenidos de sus clases. No solo hablamos del archivo en sí, sino que a través de sus documentos nos remitimos a distintos lugares y épocas, para hablar de un tema o un problema.
Hemos hablado sobre la iconografía de la colección bibliográfica con estudiantes de Historia del arte; sobre la Expedición Botánica y los ilustrados del siglo XVIII en la Nueva Granada, con estudiantes de Historia de distintas universidades; sobre el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta a través de la colección fotográfica y otros documentos sobre la Constituyente colombiana de 1991, con estudiantes de Historia y de Periodismo; hablamos con estudiantes de Inglés sobre la composición de los escudos armas de distintas instituciones; también hablamos sobre cómo se elaboraban los libros a fines del siglo XV, con niños entre los 6 y los 10 años, quienes por cierto mostraron un gran interés.
Un archivo histórico universitario tiene bastantes ventajas, porque la comunidad que lo rodea tiene diversos intereses y un rasgo en común: se trata de una comunidad en procesos de aprendizaje de la cual el archivo puede servirse para divulgar y activar sus documentos. Los estudiantes y profesores, por su parte, pueden aprovechar las posibilidades que brinda el material para enriquecer su aprendizaje.
Esta es una invitación para aprovechar el gran recurso que es el patrimonio histórico del país a disposición de docentes, estudiantes (así como de todos los ciudadanos) para fortalecer los contenidos de las clases, para complementarlas, para generar preguntas y debates. Para quienes trabajamos en los archivos, el reto es estar atentos a las nuevas preguntas, a las nuevas miradas y a las nuevas demandas de las comunidades a las instituciones que preservan y administran los vestigios del pasado.
Marcela Camargo Mesa,
historiadora y asistente de investigación del Archivo Histórico.
[1] La
Política de Protección del Patrimonio Mueble, elaborada en 2011, y el Plan Nacional de Cultura 2001-2010 fueron de los primeros instrumentos que plantearon explícitamente la necesidad de involucrar a la sociedad en los procesos de protección del patrimonio.