Una lengua de piedra.
Venimos oyendo, desde que nos topamos con el latín, que la lengua clásica de los romanos es una lengua muerta. Ello por el simple hecho de que no hay hablantes nativos de latín, o que nadie la usa para comunicarse. Hasta ahí la doctrina escolar sobre el punto.
La idea que todos tenemos del latín: una lengua a propósito para las inscripciones, una lengua lapidaria.
Mas luego se entera el curioso de que la Iglesia usó el latín como lengua oficial hasta no hace mucho, y que los laicos se sirvieron de él como lengua de divulgación universal hasta bien entrado el siglo XIX, por lo menos. Pero el hecho de que constatemos esas dos realidades juntas no quiere decir que sean una misma cosa. La Iglesia sí que mantuvo el latín como lengua natural, prescribiendo su uso en las aulas y fuera de ellas, así como en exámenes y toda clase de disertaciones para obtener títulos académicos. Los laicos, en cambio, se sirvieron de la lengua del Lacio para alcanzar un vasto público ilustrado, en cualquier parte del globo y sin importar la lengua materna de los lectores. Es decir: una lengua puramente científica o literaria.
Puntos de un examen en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Hoy enseñan en inglés.
Mas hubo quienes no vieron que ello tuviera que ser forzosamente así: entendieron la limitación de quedarse en la lectura y escritura de un idioma, prescindiendo de su realización hablada. Semejante laguna han venido a llenarla profesores de la talla del danés Hans Oerberg, con su justamente célebre método Lingua Latina per se illustrata, donde aplica al aprendizaje de una lengua muerta la metodología de las lenguas vivas. Claro que no es el único, pero sí el más conocido.
En esa misma tendencia, conocemos obras lexicográficas inversas. Es decir: no el corriente diccionario latino-español, pensado para traducir, sino español-latino, con el propósito de que el estudiante recorra el camino contrario: poner sus ideas directamente en latín.
La lista de colaboradores es impresionante, y más amplia. El título primitivo se conservó hasta 1990, cuando el autor revisó la obra, en adelante Lingua Latina per se illustrata.
La polémica.
Habida cuenta de la partida de defunción extendida al latín, es muy natural que los hombres prácticos del presente miren todos estos esfuerzos con cierto desdén. Pero la cosa tiene, al menos, una utilidad fundamental para quienes aprendemos dicha lengua: la posbilidad real de leer cualquier obra latina sin el auxilio del diccionario. Más claro: el aprendizaje de una lengua con el fin de ejercitar todas sus destrezas conduce a un dominio cierto y seguro, siquiera del caudal suficiente para comprender un texto, como lo comprende, en cada caso, cualquier hablante de varias lenguas modernas.
Esa meta parecerá ridícula para quienes aprenden hoy inglés, por ejemplo. Pero para quienes hemos aprendido a traducir lenguas antiguas constituye un avance cualitativo sin precedentes.
Pregúntase José Juan del Col, en un Prólogo, si batirse por el latín no es lo mismo que enfrentarse a molinos de viento. Si así fuera, los cervantistas lo tendríamos a mucha honra. Creemos, en cambio, que la cuestión atañe a la función misma de las universidades, al menos. Habida cuenta del monumental corpus de la literatura latina, una universidad que quiera merecer dicho nombre debe tener una facultad de humanidades y, en ella, un departamento aplicado al estudio de todas las literaturas, así antiguas como modernas. Ello por el simple hecho de que el objeto o instituto de las universidades es conocer y garantizar las herramientas para que se conozca toda producción humana: nihil humanum a me alienum. Constatado este hecho capital, procédase a arguïr en favor del latín y el griego como bases de nuestra cultura, etc.
Aparte, como aficionados a las lenguas, recomendamos el estudio de las clásicas, no precisamente por lo que las hace acreedoras a dicho título, sino por su dificultad intrínseca. Valga un ejemplo. Oyendo siempre a gente ilustrada hacerse lenguas de la dificultad que entraña el aprendizaje del alemán, nos dimos a la tarea de comprobarla. Conseguimos para el efecto una gramática, con ejercicios incluidos. Podemos decir que recorrimos esas páginas sin mayores dificultades, descontadas las fonéticas. Conclusión: entrenarse en la gramática de las lenguas clásicas nos facilita el aprendizaje posterior de cualquier otro idioma, incluyendo el hebreo bíblico.
Las obras.
¿Latín hoy?, editado en 1998, comprende aspectos históricos de dicha lengua, con referencia a la Argentina. Examina luego el latín en otros países, así en Europa como en Estados Unidos. Prosigue con el estudio de la decadencia del latín y sus causas, aportando indicios de un cierto renacimiento de la lengua del Lacio: cursos, fundaciones y congresos; emisiones radiales y sitios en la red; historietas y demás publicaciones inéditas, diccionarios, etc. A manera de epílogo, presenta el autor una serie de razones que abonan el estudio del latín, seguidas de un capítulo sobre didáctica moderna de dicha lengua, más una bibliografía específica.
Como complemento a su estudio sobre el estado del latín, ofrécenos el autor un Diccionario auxiliar español-latino para el uso moderno del latín (2007). Iniciativa que saludamos quienes nos hemos visto precisados a redactar algo en el idioma de Cicerón.
Mejor que acentuar el latín, creemos que debe seguirse la costumbre de recalcar sus normas de acentuación y marcar la cantidad vocálica.
El Instituto Juan XXIII.
Sabemos por su página que, en Argentina, el presidente Arturo Frondizi (1958-62) decretó la extinción de títulos expedidos por órdenes religiosas. El Instituto viene, entonces, a ofrecérselos a los salesianos, en primer término, luego a demás religiosos y a laicos en general. Arrancó labores, pues, el 29 de marzo de 1960, bajo la dirección del Licenciado Osvaldo Francella. Salesiano italiano, en 1932 se le destina a la Patagonia. En 1950 lo hicieron Prefecto del Colegio Don Bosco, en Bahía Blanca. En 1960, por fin, inaugura el Instituto.
José Juan del Col nació en 1925, también italiano y salesiano. Además de Teología, se licenció en Pedagogía y Psicología. Es profesor de lenguas clásicas desde 1946; en Bahía Blanca a partir de 1961.
Entre sus obras destacamos:
- Octavio Tempini y José María Del Col, Sintaxis latina de la oración simple, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1962. 350 págs. - Latinae voces locutionesque cum Hispano sermone comparatae in usum vivae Latinitatiscultorum vel amatorum, Cuadernos del Instituto Superior “Juan XXIII” 3 (1981) 5-29. - Vivae Latinitatis voces locutionesque e scriptis Magisterii Ecclesiastici collectae et cum sermone Hispano comparatae. Sinu Albo in Argentina Provincia Bonis Auris apud Institutum Superius cui nomen “Ioannes XXIII” a. MCMLXXXXIV. 337 págs. - Supplementum libri cui titulus “Vivae Latinitatis voces locutionesque”. Index cunctarum vocum in praefato libro relatarum. Sinu Albo in Argentina apud Institutum Superius cui nomen “Ioannes XXIII” a. MCMLXXXXIV. 23 págs. - Terencio y su teatro, Cuadernos del Instituto Superior “Juan XXIII” 22 (1997) 5-92. - ¿Latín hoy?, Bahía Blanca, Instituto Superior Juan XXIII, 1999. 143 págs. - Diccionario Auxiliar Español-Latino para el uso moderno del latín, Bahía Blanca, Instituto Superior “Juan XXIII”, 2007. 1131 págs. También a traducido varias obras de Terencio.
El autor.
Archivo Histórico.