Dos notas sobre un libro antiguo: las Disquisiciones de Gibalin
No es raro encontrarse notas de donación en los libros de la biblioteca antigua. Otra cosa si el donante es un rey de España; más interesante si viene adornado de un bello grabado de portada.
Un tratado de Gibalin
Joseph de Gibalin (1592-1671) fue un jesuita francés que, luego de enseñar Gramática y Humanidades, se encargó de la cátedra de Derecho canónico, por dieciocho años, con reputación de erudito en la materia. Su primera obra fue Disquisitiones canonicæ de clausura regulari ex veteri et novo jure, [Disquisiciones canónicas sobre la clausura de los religiosos, según el Derecho antiguo y el nuevo. Lyon, 1648], precisamente la que comentamos ahora.
“Givalino (padre Jose)” es la manera en que figura en el inventario bibliográfico de 1800. Las Disquisitiones vienen en un tomo, cuarto pergamino. Hoy tenemos más obras del mismo autor.
Lo llamativo de la obra, según dijimos, es la nota de donación: “Este libro pertenece al Colegio del R[osari]o del R[eal] P[atronato] por donac[io]n del S[eño]r D[o]n Carlos 3.o q[u]e D[io]s gu[ard]e año de 76 p[o]r mayo”.
Carlos III de España (1716-88) reinó desde 1759 hasta su muerte. En el Archivo Histórico tenemos varias cédulas reales del monarca, resolviendo asuntos económicos del Rosario y fijando el modo de castigar a los colegiales de Santafé, entre otros.
Algún funcionario, aquí o en la Península, redactó la interesante nota de donación.
El otro punto por destacar del libro es el grabado de portada. Obra de calidad y complejidad [8 x 11,8 cm], es muy interesante por la extensa leyenda latina: Cum tempore, virtus semina fortunae geminat [con el tiempo, Virtud duplica las semillas de Fortuna].
En efecto tenemos un grabado con tres personajes: a la izquierda, una mujer haciendo equilibrio sobre un globo distribuye semillas, a manos llenas; además, está vendada[1]. Al centro, un hombre alado, guadaña en la siniestra y un reloj de arena, también alado, en la diestra. La otra figura femenina parece seguirlo, lanza en la diestra y un arado en la siniestra; tocada de casco y capa. La escena ocurre en un campo, donde Fortuna está sembrando, en cuyo auxilio vienen Tiempo y Virtud (Atenea-Minerva, que suele encarnar virtudes).
La leyenda de la derecha es clave para la historia del libro: obras duplicadas de la biblioteca de los jesuitas.
El pie de imprenta dice: Lugduni / Sumptib[us] Hær[edum] Petri Prost, Philippi Borde, / & Laurentii Arnaud / M DC XLVIII / Cum superiorum permissu (Lion: a costa de los herederos de Pierre Prost, de Philippe Borde y de Laurent Arnaud. 1648. Con permiso de los superiores).
En la marca tipográfica[2], vemos las iniciales: P, herederos de Pierre Prost; B, de Philippe Borde, librero lionés que ejerció en el periodo 1629-69; A, de Laurent Arnaud.
Un comentario sobre la Fortuna
La Fortuna, divinidad antigua, logró hacerse un lugar en el cristianismo, a pesar de la abierta incompatibilidad entre las nociones de azar y voluntad divina. El tránsito se dio por medio de tradiciones estoico-neoplatónicas y la influencia del filósofo Boecio, quien entendió una Fortuna como enseñanza de las vicisitudes de la vida terrenal, menospreciándola y, por tanto, atesorando la fe. Esta Fortuna boeciana se populariza, desde el siglo XII, con la rueda por atributo.
La Fortuna renacentista siguió siendo impredecible, mas susceptible de ceder a la influencia de la fuerza o de la prudencia. En el primer caso, siguiendo la autoridad de Terencio (fortis fortuna adiuvat: Fortuna ayuda a los fuertes) y de Cicerón, con el concepto vir virtutis (hombre de virtud); en el segundo, partían de la autoridad de Séneca y el estoicismo, con una cierta indiferencia ante la fortuna, adversa o propicia (tranquillitas animi: tranquilidad de espíritu). El grabado que comentamos representa la primera escuela, que cristalizó en el tópico de virtù vince fortuna (virtud vence a Fortuna). Téngase en cuenta que Maquiavelo había caracterizado a Fortuna como una mujer y que aquí ‘virtud’ conserva mucho de su valor etimológico, es decir, lo relacionado con el varón (vir > virtus), una virtud masculina[3].[1] La inconstancia de Fortuna (Týche griega) debía representarse con ojos vendados y colocada sobre una esfera, según afirmaba Galeno. Cf. Elvira, M. (2008). Arte y mito. Manual de iconografía clásica. Madrid: Sílex.
[2] Sobre el asunto, consultar aquí.
[3] Cf. Brendecke, A y Vogt, P. (2017). The End of Fortuna and the Rise of Modernity. Berlín-Boston: Walter de Gruyter.