Esquizoanálisis y diversidad sexual
José Miguel Segura Gutiérrez
Intentar “pensar lo impensado”, implica tener la capacidad de problematizar situaciones cuya naturaleza no solo supera la historia y los convencionalismos sociales, sino también el etiquetamiento que se le da a los sujetos en razón a la ejecución de ciertas prácticas sociales que en la actualidad se caracterizan por la producción, registro y consumo de diferentes flujos –esperma, mierda, orina, lubricantes, aceites, ceras-, dentro de una realidad orgánica atravesada por máquinas-órgano (pene–ano) y máquinas-fuente (boca-ano), que no solo se encuentran imbricadas bajo una misma geografía, sino que, a su vez, producen identidades no diferenciadas.
El sujeto de hoy, descentrado del discurso de la razón dominante, se moviliza hacia la generación de líneas de fuga que lo liberen de esa topografía estable (realidad) que lo ha sujetado en términos cognitivos, ideológicos y de relacionamiento social, capturando y regulando no solo la forma en que ha decidido existir sino también vivir dentro de diferentes espacios y relaciones de poder. La noción de “esquizoanálisis” desarrollada por Gilles Deleuze y Félix Guattari, permitiría indagar por el papel de los dispositivos (sexualidad y ciudad) en relación con la constitución de la subjetividad homosexual.
El esquizoanálisis como concepto–red no solo supera los mandatos racionales de la normativización moderna, sino que, además, favorece la construcción de un saber de carácter transversal, multidisciplinar y revolucionario, con respecto a la comprensión de los marcos institucionales y prácticas sociales que se tejen alrededor de la experiencia social y configuración de nuevos tipos de subjetividades. Esto en razón a que la propuesta del esquizoanálisis es generar una red conceptual potencialmente infinita, rizomática, cuyo fin último sería la construcción de una máquina de guerra capaz de erradicar las constricciones del poder.
Lo anterior ante un panorama en donde la ciudad como plano relacional permite advertir por ejemplo desde la relación orgánica que guarda el pene-ano con la ciudad, un nuevo tipo de humano caracterizado ahora por su hablar, posturas, actitudes y formas de autoerotismo. Pero que al actuar bajo coordenadas de control posibilitaría la emergencia de una identidad cuyo espectro social y de deseo –llegar a ser inacabado- termina por ser objetualizado y subjetivado, en razón a la descodificación y desterritorializaciòn de los flujos que produce el discurso de capital en las ciudades, sus socios y las prácticas que estos ejecutan.
La ciudad como máquina socioterritorial codifica los flujos de producción mientras que la sexualidad como una máquina social [...] tiene como piezas a los hombres, incluso si se les considera máquinas, y los integra, los interioriza en un modelo institucional a todos los niveles de acción, de la transmisión y de la motricidad (Deleuze y Guattari, 1985: 147). Situación que implica ver el doble sobre el que deviene no solo la ciudad en tanto espacio de realización de personal de proyectos de vida, sino de desaparición de una identidad unificada como lo podría ser la ciudadanía, mientras que, del lado de la sexualidad, ésta sería leída como una dimensión relacional de los individuos, nunca acabada, terminada con respecto a su construcción (gustos, formas de relacionamientos, prácticas sexuales y espacios de ocurrencia). El deseo, es agencia de producir afectos en las cartografías de los individuos.
De ahí, que Deleuze plantee que nos encontramos estratificados. Condicionados por una realidad previa, sedimentada que ata al sujeto. Por ello, la necesidad de hacernos un cuerpo sin órganos-CsO- como requisito base para conectarnos con la vitalidad que sobrepasa todas las formas de organización. Según este mismo autor, lo esencial en el orden del deseo no es interpretarlo -someterlo a esquemas hermenéuticos que permitan descifrarlo, desocultarlo, averiguar su significado escondido-, sino experimentar con él, lo cual implica conectarlo de modo tal que lo multipliquemos de maneras no determinadas previamente.
El esquizoanálisis más que una teoría es una praxis, un proceso permanente de creación y renovación de líneas de fuga frente a la normatividad que aprisiona las subjetividades y limita el deseo de circular libremente por lo social, como también de construirse desde la interacción despersonalizada (identidad fija-esencialista) y correspondiente con el binomio cuerpo/mente-psiquismo. Para Deleuze y Guattari (1985) el esquizoanálisis propone una práctica que, por un lado, reformula las consideraciones creadas hasta ahora sobre el sujeto y lo social, pero además, muestra como pensar por fuera del sentido común desorganiza lo social estructurado como máquina represora. Esto en razón a que la estructura social es deseo mismo –dominación-, y por tanto cualquier cuestionamiento a esa dominación parte necesariamente del potencial de desear, de producir de líneas de fuga para que el deseo sea capaz de actuar por sí mismo y sin las restricciones de subordinación que le exige el poder.
Según Deleuze y Guattari (1985), lo que se quiere con el esquizoanálisis es constituir un sujeto más acorde consigo mismo, y capaz de desear libremente. Es decir, en posibilitar la existencia del sujeto sin imposiciones. No se habla aquí, de individualismos emancipadores, sino simplemente de un desear excesivo que logre generar fisuras en el sujeto y su realidad. El deseo deviene fuerza destructora de las formas de represión y rechazo de una subjetividad neurótica normativizada, pero también, como agente transformador de la estructura social, a partir de la creación “micropolítica del deseo”. El sujeto que propone el esquizoanálisis es una subjetividad mutable, que necesita del otro como objeto donde cargar su propio deseo; deseo que, a su vez, está en constante renovación y movimiento en la multiplicidad que lo constituye.
Por ello, “la tarea del esquizoanálisis consista en deshacer incansablemente los yos y sus propuestas, en liberar singularidades prepersonales que encierran y reprimen, en hacer correr flujos que serían capaces de emitir, en recibir o interceptar, en establecer siempre más lejos y más hábilmente la esquizia […] en montar las máquinas deseantes que recortan a cada uno y lo agrupan con otros” (Deleuze y Guattari, 1985:250). El esquizoanálisis o la pragmática no tienen otro sentido que la experimentación.
El deseo no se mueve por las reglas que le impone la existencia de unas estructuras fijas, sino por unas conexiones rizomáticas a las cuales este ha logrado adherir. Bajo ese orden de ideas, el deseo será la única posibilidad de existir en el mundo, y como absoluto, guiará la voluntad del individuo dentro de un contexto, que visto como campo semántico lo convierte en máquina deseante. Es decir, en un organismo cargado de flujos, que busca un acoplamiento para su satisfacción. Lo cual sugiere, una concentración de fuerzas que irradiará todas las experiencias.
Con respecto a la experiencia homosexual masculina surtida en la ciudad, aunque ésta se haya asociada a rostros y locaciones, termina por superar la unidad del yo, y potenciar mediante el recuerdo otros flujos, otros cuerpos no acumulados en un orden establecido. Cuestión que deja entrever como la producción deseante homosexual, no solo ha sido falsamente representada como subordinada, sino también sublimada como activadora de otros procesos que ocurren en la ciudad y permiten que ésta última se convierta en contenedor, voz y lugar de descanso, al desterritorializar los flujos de deseo y favorecer el tránsito de los cuerpos como generadores de la sexualidad. Incluso cuando nuestros deseos se hayan ya domesticados en razón a la depredación que causa el capital y el sujeto ya sexualizado se ve obligado a construirse un cuerpo sin órganos, para escapar a la territorialización y mostrar las líneas moleculares o flexibles, en que se mueve con respecto a los códigos oficiales.
Lo que pide el esquizoanálisis no es “más que algo de verdadera relación con el exterior, algo de realidad real” (Deleuze y Guattari, 1985.232). Una pista para seguir los devenires de un sujeto y definir sus máquinas deseantes. El esquizoanálisis sigue las líneas de fuga e índices maquínicos, que posibilitan el desbloqueo de la represión original, admitiendo formas de atracción y producción de intensidades.
Referencias
Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1985): El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Editorial Paidós, Barcelona.