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Colombia país de regiones

Luis Enrique Nieto Arango

Colombia país de regiones

Es un lugar común señalar que don Miguel Antonio Caro –ideólogo de la Regeneración- no salió nunca de la Sabana de Bogotá y, sin haber conocido el Río Magdalena y mucho menos el mar, fue representante del Istmo de Panamá en la Constituyente de 1886.
 

En realidad este arquitecto del centralismo colombiano, en la versión de la Constitución de 1886, vacacionaba en la población de Ubaque al oriente de Cundinamarca y alguna vez, según parece, viajó a la ciudad de Bucaramanga.

Para compensar estas carencias en el conocimiento de su propia Nación bien puede anotarse que Caro, gracias a su formidable formación literaria y al dominio del latín, el inglés y el francés, pudo aprender más de la antigüedad clásica, romana y griega, que la mayoría de sus coterráneos, cuyo analfabetismo en ese momento alcanzaba el 80% de toda la población.

Esto podría ser reflejo de una característica, propia de Colombia, como es la de tener mucho más territorio que Estado y la de que una minoritaria clase conoce hoy el Estado de la Florida o la ciudad de Nueva York mejor que otras zonas de su nativa ciudad.
 
Desde tiempos prehistóricos lo que es hoy Colombia constituyó una vasta región de paso en la cual no existieron asentamientos urbanos comparables a los de los Mayas y Aztecas en el norte de América o al de los Incas en el sur. Como lo ha anotado Gerardo Reichel-Dolmatoff ni los Muiscas ni los Tairona lograron el nivel de civilización de una verdadera estructura estatal.

Aunque la gran mayoría de nuestros aborígenes pertenecían a la familia lingüística Muisca, la existencia de más de setenta lenguas vernáculas evidencia la atomización de las poblaciones, localizadas en una geografía que, por el norte, lindaba con las tribus mesoamericanas y, por el sur, con el Imperio Azteca.

La Conquista y la Colonización Española, muy desigual en su presencia a lo largo del territorio, dieron lugar a unos asentamientos, agrupados en provincias que se fueron extendiendo por las seis regiones naturales que, con diversa fortuna en su desarrollo, conforman la geografía colombiana: la Amazónica, la Andina, la Caribe, la Insular, la Orinoquía y la Pacífica.

Regiones todas estas apartadas entre sí por accidentes naturales que no permitían una adecuada comunicación y que, por lo mismo, no mantuvieron un comercio muy activo entre ellas, lo que las aisló por mucho tiempo, creando al interior de ellas patrones culturales diferentes entre sí.

La existencia de un poder central, civil y eclesiástico, en Santafé -2600 metros más cerca de las estrellas, pero mucho más lejos del mar- hace de esta ciudad del águila negra, como se le llamó en documentos oficiales, una rareza por su localización, ya que la mayoría de las capitales eran puertos marítimos, como lo exigía las necesidades de la comunicación de la época.

Con todo esa capitalidad de un territorio, llamado con justeza por López Michelsen el Tíbet de Sur América, obligó al desplazamiento para convivir en ella de los pocos alfabetos que dominaron la lengua latina y, por diversas razones, accedieron a la educación superior para ejercer una profesión liberal, como la abogacía o la medicina, o para servir en la burocracia, civil o de la iglesia.

Así durante los largos años coloniales en Santafé el Colegio de San Bartolomé de los Jesuitas y el del Rosario, fundado por el Arzobispo De Torres, albergaron en su Claustro a jóvenes provenientes de esas alejadas regiones que no hubieran podido conocerse, de no ser por la necesidad de adquirir grandes letras.

La larga convivencia en el Claustro, durante siete o nueve años, en las aulas, los dormitorios, el comedor, la biblioteca, el patio central, en su gran mayoría en calidad de internos, hizo que los jóvenes de todos esos apartados lugares reconocieran y apreciaran sus muchas diferencias: el color de la piel, la forma de hablar, los hábitos alimenticios, etc.

El Claustro Rosarista, con su sistema de autogobierno, inspirado en los Colegios de Bolonia y Salamanca, acercó a estos estudiantes a un insólito modelo de democracia y, seguramente, les permitió avizorar que esas tan distintas y apartadas zonas de origen podrían llegar a constituir una Nación.

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La posibilidad de realizar ese sueño se empezó a ver más cercana con el proceso de Emancipación que trajo todas las vicisitudes posibles, pero también, entre guerras, sublevaciones, alzamientos, la esperanza de un país unido que se fue concretando luego de la Guerra de los Mil Días y de los aportes que hizo al Claustro el General Reyes para que el Rosario, con su autonomía renovada, al lado de la Universidad Nacional, desarrollara sus Facultades de Filosofía y Letras y de Jurisprudencia.

Ya adelante en el siglo XX, el Rosario continuó recibiendo en sus Facultades y en el Bachillerato estudiantes de todas las regiones, tradición que se mantiene, de manera que hoy en el siglo XXI, a pesar del gran crecimiento de las universidades regionales, la población rosarista proviene en más de un 30% de fuera de la capital.

Por eso la Ruta País 2025 que señala la carta de navegación para el Rosario en estos próximos años tiene como prioridad la presencia de la Universidad en las regiones ya que históricamente ellas han conformado el Rosario, aportando la juventud estudiosa, razón última de nuestro quehacer educativo.

La Universidad del Rosario entonces, con su política de regionalización, apuesta una vez más por la integración de Colombia como una condición sine qua non para el desarrollo armónico y en paz, contribuyendo así, de acuerdo con el mandato del Fundador, a la Ilustración de la República
 
Imágenes tomadas de: https://www.geografiainfinita.com/2017/04/la-historia-de-colombia-a-traves-de-los-mapas/