Humboldt complejo
Manuel Guzmán-Hennessey
Por deferencia del director del archivo histórico de nuestra Universidad, Luis Enrique Nieto Arango, recibí hace unos días (y no he podido soltarlo) el hermoso documento de Alberto Gómez Gutiérrez “Humboldtiana neogranadina”.
Dejo a los especialistas los comentarios sobre este material de culto, en buena hora publicado por una alianza de universidades[1]. Quiero referirme a un aspecto poco divulgado sobre el sabio naturalista que me parece especialmente relevante en nuestros días, en que nos debatimos entre la necesidad de actualizar el ecologismo ‘verde’ de los años sesentas, y adoptar el ecologismo complejo que hoy demanda la crisis que vivimos.
Los griegos pensaban que había, en el mundo, dos fuerzas primordiales en conflicto dinámico permanente: Gaia y Caos; sostenían que en lo profundo de los centros gaianos: la vida, estaba, siempre, el negro corazón del Caos: la destrucción; los babilónicos, por su parte, consideraban que hubo un caos primigenio que dio origen al Universo, y que este sobrevino cuando un grupo ingobernable de familias de dioses de los abismos fue destruida por su propio padre; lo que no pudieron decir, ni griegos ni babilónicos, es que aquel negro corazón del caos constituiría la base de un nuevo mundo que podíamos inventar, y que revelaría la ciencia posmoderna en forma de fractales (Benoît Mandelbrot, 1924-2010). Pues bien, otra cosa que no pudieron saber ni griegos ni babilónicos ni cristianos (me refiero a nosotros, los del siglo XX), es que hubo un hombre que en 1801, caminando por nuestro territorio de la Nueva Granada, descubriría que “cada rincón del globo es, a no dudarlo, un reflejo de la naturaleza”. Humboldt dejó escrito en su obra “Cosmos” que el planeta es una especie de ser viviente donde todo está conectado con todo. Un fractal, como se sabe, es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas. El término fue propuesto por el matemático Benoît Mandelbrot en 1975 y se deriva del latín fractus, que significa quebrado o fracturado.
El caos era el desorden, y así fue considerado hasta pasada la edad media, pero la nueva ciencia nos descubrió una nueva noción del caos, más cercana del orden que del desorden, más relacionada con la creación que con la destrucción. Jorge Wagensberg, el científico que dirigió el museo de la ciencia de Barcelona (y quien nos dejó el año pasado) dejó dicho que lo que hoy se conoce como ‘caos’ es una nueva disciplina científica dedicada a la comprensión de la complejidad del mundo. Humboldt, en 1802, ya lo había dicho: “mi único propósito es el tejido conjunto de todas las fuerzas de la naturaleza, la influencia de la naturaleza muerta sobre los animales y las plantas”.
Wagensberg alcanzó a vislumbrar que muchas esperanzas del pensamiento humano dependen hoy del caos, y que lo que empezó como una curiosidad matemática de la no linealidad, que luego recogieron los físicos de la termodinámica de sistemas de no equilibrio, se ha generalizado ahora a cualquier ámbito de la creatividad y la innovación, desde la física del aire hasta el mismísimo arte. Pero Humboldt alcanzó a llamar la ‘física del mundo’ al conjunto ‘no ordenado’ de sus observaciones in situ. En el diario de su viaje por América escribió: “Todo es interacción”. Y dijo que las cosas estaban en el mundo “como una cadena, no de manera linear sino en forma de red: un lazo común que concatena la naturaleza orgánica”.
Ahora bien, la Teoría del Caos no es exactamente una teoría, sino el nombre con el que se conoce este nuevo enfoque de la ciencia, que se deriva de importantes descubrimientos de la nueva física, la nueva biología y la teoría general de sistemas. El término científico “caos” –sostienen John Briggs y F. D. Peat- se refiere a una interconexión subyacente que se manifiesta en acontecimientos aparentemente aleatorios. La ciencia del caos se concentra en los modelos ocultos, en los matices, en la sensibilidad de las cosas y en la manera como lo impredecible conduce a lo nuevo.
Dije que las anticipaciones de Humboldt eran especialmente relevante en nuestros días, debido a que nos debatimos entre la necesidad de actualizar el ecologismo ‘verde’ de los años sesentas, y adoptar el ecologismo complejo que hoy demanda la crisis del cambio global. Pues bien, aprender a moverse en la realidad turbulenta del cambio global es una de las utilidades que podemos derivar del enfoque del caos. Conocer de antemano la dirección del río, prever sus obstáculos y la fuerza de sus aguas; el caos enseña, ante todo, a prever, a anticiparse a los hechos que vendrán, a conocer los patrones de la realidad para derivar tendencias de futuro; a diferencia de los ejercicios futuristas (prospectivos, adivinatorios, mágicos) esta nueva disciplina entraña un ejercicio preterológico que soporta científicamente sus predicciones. El conocimiento de esta nueva tendencia es útil para el ecologismo de tipo complejo, pues no otra cosa que la integración de todas las ciencias (la consiliencia de E. Wilson) es la posibilidad de prever las tendencias del futuro, relacionadas con la sostenibilidad de la vida en el planeta, con base en las experiencias del pasado.
La red de interrelaciones que conecta el género humano consigo mismo y con el resto de la biosfera es tan compleja que todos los aspectos se influyen mutuamente. Alguien debería estudiar este sistema en su totalidad, ha proclamado Murray Gell-Man, premio Nobel de física. Un cambio crucial de paradigma nos domina. Ocurre en la civilización occidental y ha empezado a descubrir sus más nítidos perfiles en los primeros cincuenta años del siglo XXI. En 1991, John Brockman afirmó: “Ha nacido una nueva cultura constituida por aquellos pensadores del mundo empírico que, a través de sus trabajos de investigación y sus escritos expositivos, pasan ahora a ocupar el lugar del intelectual tradicional al sacar a la luz el sentido último de nuestras vidas, redefiniendo quiénes y cómo somos”.
Tener la oportunidad de vivir, de opinar y de enseñar, como efectivamente vivimos, opinamos y enseñamos, en el cruce del milenio tres de la era cristiana, representa una experiencia singular, pues asistimos como actores de primer orden, a la formación de un nuevo mundo. Richard Cooper, profesor de economía internacional en la Universidad de Harvard ha dicho: “El futuro ya vive entre nosotros, lo que pasa es que muchos de los cambios que serán característicos del futuro suceden en forma gradual y como estamos inmersos en ellos nos es difícil identificarlos”. Las crisis contemporáneas deben interpretarse como signos de cambio hacia este nuevo mundo, como un reacomodamiento de las fuerzas que dominan los sistemas sociales y humanos, pero también las ciencias y las artes, hacia la formación de una nueva manera de hacer y pensar las cosas.
Holderlin, en “Hiperión o el eremita en Grecia”, llama a religarse con un pasado ‘glorioso y sagrado’ en el que el hombre formaba parte de un todo con la naturaleza. El hombre era la naturaleza y la naturaleza era el hombre. Reinaba entre ellos la alegría divina y los dioses constituían el ideal más elevado. Stefan Zweig (1881) comenta que Hiperión busca “reunir el interior y el exterior en una forma suprema de unidad y de pureza, crear sobre la Tierra la teocracia de la belleza, la unidad del Todo”. Y agrega: “En Hölderlin, la única cosa que parece original, en su aspiración hacia la unidad de la vida, el mito de una edad de oro de la Humanidad”. Holderlin propuso, como Humboldt, en el siglo XIX, una mitología nueva: mezcla de la razón con la inspiración que nos protegiera de las nubes que ambos avizoraban: la civilización avanzada o la economía intensiva del carbono. Se diría que la poesía de Hölderlin no estaba destinada a los hombres de su tiempo, sino a nosotros. Lo mismo ocurreo con el pensamiento de Humboldt. Lo que expresaban ambos tenía que sonar incomprensible para muchos de los de sus tiempos.
[1] Humboldtiana neogranadina, Alberto Gómez Gutiérrez, Cesa, Universidad Javeriana, Universidad del Rosario, Universidad de los Andes, Universidad Eafit, Universidad Externado de Colombia, 2018.