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De influenciadores e influenciados

Ismael Iriarte Ramírez

portada

Las últimas semanas transcurrieron para mí como una agitada inmersión en el mundo de las relaciones públicas, en la que mi principal misión fue vincular a influenciadores de diferentes talantes a la promoción de un multitudinario evento.

Una labor que debo admitir resultó mucho más ardua y agotadora de lo que esperaba, pero también enriquecedora e ilustrativa.

En este breve periodo estuve en contacto con personajes cuya presencia estaba supeditada al cumplimiento de una lista de exigencias imperiales, pero también con otros sorprendentemente generosos con su participación. Esto me llevó a preguntarme por el origen de la condición de influenciadores y el secreto de la efectiva gestión de sus audiencias.

Sin dudas el mayor activo de un influencer es su comunidad, que sin importar su tamaño les confiere notoriedad y estatus, en especial si esta se compone de un público especializado. Sin embargo, lo más meritorio no resulta la consecución de una comunidad inicial, sino la capacidad de mantenerla y aumentarla exponencialmente sin perder la autoridad.

Tal vez uno de los factores que permiten que esto sea posible es la habilidad para vincularse con los diferentes segmentos, pues no solo se limitan a las generaciones más afines a las nuevas plataformas, sino que su influjo se extiende sin importar la edad o posición social.

Youtubers, instagramers, tuiteros y otros más, todos sobresalen por tener más credibilidad que los medios tradicionales y los líderes de opinión que pretenden ser más importantes que las noticias. Pero ¿qué buscan los seguidores en esta figura? La respuesta a esta pregunta se encuentra en la sensación de naturalidad y honestidad que perciben los seguidores, aunque en la mayoría de los casos, no sea más que una puesta en escena, como se describe con mayor precisión en el artículo De dónde vienen los ídolos.
 

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También resulta llamativo que el modelo de los influenciadores supere en muchos casos la efectividad de la publicidad tradicional y que por lo tanto empiece a posicionarse como canal de grandes inversiones publicitarias. Esto se debe en mayor medida a la capacidad de microsegmentar a los seguidores con una infinidad de criterios que van desde las principales clasificaciones demográficas hasta las más extrañas aficiones; a lo que se suma la inmediatez y confiabilidad de los resultados.

Parece ser innegable que el índice de influencia social de una persona suele abrirle muchas puertas. Sin embargo, no todo resulta fácil para los que se desempeñan en este medio cada vez más competido, pues con cada historia, imagen o video transitan por la cuerda floja que los puede llevar de la gloria al desprestigio, por cuenta de lo que en mi opinión es la principal fuente de censura en nuestros días, la tiranía de lo políticamente correcto y el llamado “buenismo” que ha excedido los límites de la tolerancia y el respeto a la diferencia para validar cualquier comportamiento por nocivo que este resulte, pero que por ningún motivo admite una opinión diferente.

Puestos entre la espada y la pared que constituye la hipersensibilidad reinante en nuestros días y la necesidad de mantenerse en la cresta de la popularidad, muchos de estos líderes de opinión se escudan en los temas más banales e incluso domésticos, mientras que otros revelan sin pudor los detalles más íntimos de su vida privada, esperando despertar por igual la solidaridad de sus seguidores y las críticas de sus detractores, conscientes de que a unos y otros deben su popularidad.

No resulta entonces una tarea fácil ser un influenciador cuya autoridad sobreviva al paso del tiempo, sin convertirse en un líder de opinión acartonado como los que dirigen los espacios más populares en la radio y la televisión; o sin caer en el más penoso olvido, tras sucumbir ante la voraz competencia que se alimenta del carácter voluble de los seguidores, cuyos intereses son cada vez más fugaces e inescrutables.