Carta abierta a José Joaquín Jiménez
Ana Camila Montoya Caballero
Ana Camila Montoya Caballero
Querido Jiménez, usted está en el mundo de los muertos y yo en el mundo de los vivos, usted vivió en la Bogotá de 1930, yo vivo en la Bogotá de 2017, nos separa la infinidad, la imposibilidad, la lógica, las leyes de la naturaleza, la metafísica y la cordura.
¿Entonces para que escribir una carta que jamás será leída? ¿Qué clase de demente le escribe a un muerto? Sería un despropósito describir por qué le admiro tanto, sus logros, su historia que ya ha sido contada, reposa en las viejas ediciones de la revista Cromos, en los anaqueles de las bibliotecas, en una que otra biografía y por supuesto en los libros de Andrés Ospina. Mi interés no es desempolvar lo documentado, ni hacer una oda a la nostalgia. El móvil de mi escritura es desafiar a la cordura, transgredir lo mundano, conversar con un muerto, usted no protestará y yo no tendré más remedio que darle rienda suelta a mi locura.
Quiero contarle un par de cosas. Por supuesto que Bogotá ha cambiado, el tranvía no es más que un recuerdo, la carrera séptima o calle real, como usted la conoce, se ha convertido en un escenario estrafalario, vendedores, cantantes, bailarines, brujos, comerciantes se posan en esta día a día, ah y si sus pies se cansan puede rentar una bicicleta; los almacenes, cafés, restaurantes y bares que usted frecuentó han sido reemplazados por almacenes de candena, franquicias gringas: Subway, MacDonalds, Starbucks coffe.
Las casas estilo colonial están en vía de extinción, ahora altos edificios hacen parte del mapa urbano. La Bogotá chiquita de una que otra calle destapada ahora presume grandes avenidas, inundadas por cientos de carros, motos, buses y un artículado rojo, ya se imaginará usted la contaminación, el esmog, el tráfico y el ruido estridente de la ciudad, sin mencionar las insportables oleadas de calor que azotan a Bogotá ¿se imagina? la Bogotá fría que usted conocío ya no existe. No, se equivoca, ese calor no obedece a un merecido castigo divino, es un fenómeno llamado calentamiento global. Verá usted, el hombre moderno se ha encargado de que los gases efecto invernadero aumenten cada vez más y por ende, de que aumente el agujero en la capa de ozono, ocasionado un mayor impacto de los rayos solares en la tierra, dando como resultado cambios de temperatura. Al igual que la contaminación la inseguridad ha aumentado exponencialmente: “la calle es una selva de cemento”, es inevitable en las metrópolis, supongo.
Las gentes también han cambiado: hablan diferente, visten diferente, se comportan diferente. La sociedad ha sucumbido ante la tecnología, la era digital se alza sobre los hombres amenazando su humanidad, borrando su herencia primitiva. Se preguntará el porqué de esto, bueno déjeme decirle que las conversaciones, los cafés, las cenas familiares, las reuniones entre amigos son cada vez menos frecuentes, casi que inexistentes. El contacto humano se ha reducido considerablemente, imagine una persona que ha sido hipnotizada y no puede apartar sus ojos de un objeto, bueno así son las personas ahora, no pueden apartar sus ojos de las pantallas electrónicas. Las cartas de amor, los poemas, los sonetos y las serenatas se han sustituido por el chat, los emoticones, los mensajes de texto, los “me gusta”, el intercambio de fotos y barbaridades como el “Tinder” … y pensar que Bolívar manchaba sus dedos de tinta para escribir cartas de amor a Manuelita Saenz bajo la tenue luz de una vela.
Las personas ya no hablan y si hablan lo hacen mal, poco a poco se ha gestado un nuevo lenguaje precario, el cual se caracteriza por la mutilación de las palabras, el uso de abreviaturas y símbolos, la pérdida del vocabulario y la inclusión de locuciones extranjeras que deforman el español y la belleza de este, pero que son “cool” así que no importa, la gente las usa; sin embargo lo más penoso es la invención de una nueva forma de lenguaje bajo el pretexto de no discriminación a la mujer, la estupidez más grande que usted podría imaginar, ese adefesio denominado “lenguaje incluyente” que atenta contra la gramática y la lógica.
Por otro lado, debo decirle que aquello que en su época era reprochable, e incluso inimaginable, hoy en día es normal y socialmente aceptado. Los delicuentes son venerados como héroes, escriben libros y hacen programas de televisión sobre ellos, los niños crecen con la idea de convertirse en narcotraficantes o sicarios algún día, las niñas sueñan con operaciones estéticas (que las hagan más “atractivas”) para que de esta manera puedan convertirse en prepagos, modelos de web cam o conseguir un sugar daddy; déjeme explicarle, estas son formas de prostitución moderna, porque incluso esto ha evolucionado, se ha “mejorado”.
La vulgaridad se celebra abiertamente, verá usted en el momento en que las agencias publicitarias se dierón cuenta de que “el sexo vende”, la sociedad se ha vuelto cada vez más desinhibida (nada la escandaliza). Las obscenidades pasan desapercibidas, la pornografía dejó de ser un tabú, incluso existen más “sex shop” que ferreterías. La cosificación de la mujer es respaldada por la sociedad y los medios de comunicación, la bandera de lo vulgar es alzada por un nuevo género musical denominado “reggaetón”, por lo demás, muy popular entre los jóvenes.
Cuando usted vivía, había que trabajar para ganarse la vida, ser talentoso para ser exitoso, los personajes objeto de admiración eran aquellos que habían construido un imperio, acuñado una idea, hecho algo por la sociedad; hoy en día se rinde culto a la estupidez, personas corrientes sin talento alguno, que hacen el ridículo son aplaudidas, los denominados “reality shows” y los “youtubers” son una muestra de ello, un símbolo de la sociedad de bufones.
Los jóvenes de mi generación no solo veneran la estupidez, sino que además se sienten supremamente cómodos en ella. Todo les ha sido dado, la información y el conocimiento es cada vez más accequible, basta con tener un computador para conocerlo casi todo, si me pregunta usted yo preferiré los libros y las bibliotecas toda la vida, pero debo admitir que los ordenadores y el internet han permitido que la investigación y el aprendizaje sea cada vez más rápido y fácil. Sin embargo, de nada sirve tener esta oportunidad si se carece de curiosidad, de amor al conocimiento, si no existe un apetito por lo desconocido, lo ajeno a uno mismo. Los jóvenes de ahora van por lo fácil, por el atajo, por el resumen, prefieren ver televisión antes que leer un buen libro, tanto así que el promedio de lectura en Colombia es de 1.9 y 2.2 libros al año. Una generación de tontos ¿no cree?
Me entristece decirle que mi generación es una generación frágil, una generación de suicidios, anorexia, bulimia, antidepresivos, psicólogos, drogas, abortos, soledad, una generación con bases de gelatina. Zygmund Bauman planteaba el concepto de la sociedad líquida, en la cual se compara la sociedad moderna con los fluidos, debido a que son maleables, incapaces de tomar una forma constante, de resistir una fuerza cediendo ante la tensión, en oposición a los sólidos. Bueno debo decirle que la metáfora usada por Bauman se ajusta perfectamente a la generación actual, la generación de hombres y mujeres frágiles, que toman fármacos para el más minimo dolor, que recurren a las cirugías y médicamentos para adelgazar, que se divorcian ante la primera batalla, que prefieren pagar por compañía antes que darle la cara a la soledad, que le dan juguetes o dinero a sus hijos con tal de no críarlos, que se embriagan de licor pero no de alegría, que ante cualquier problema huyen y su monstruo se llama responsabilidad.
¿Se da cuenta? usted y yo tenemos más cosas en común de lo que cree ¿Y qué si hay un siglo entre nosotros? ¿Y qué sí estamos en mundos diferentes? ¿Y qué si usted es inercia y yo movimiento? Usted me entiende mucho mejor que algunos vivos, porque usted al igual que yo no lograba acomodarse, encajar en los moldes, jugar bajo las reglas, criticaba la sociedad en la que vivió, no porque careciera de valores, ni de tradiciones, no porque peligrara la sagrada institución de la familia, no porque se tratara de una generación de tontos (como la mía), sino porque era una sociedad demasiado obtusa; pues bien, usted y yo somos iguales, críticos, soñadores, mentirosos y por supuesto, melancólicos.
No, no se vaya con la idea sesgada que le muestro, no todo es malo, estoy segura de que hay varias cosas que se pueden salvar de mi generación, pero eso se lo contaré en otra ocasión, por ahora me despido de usted con un brindis a su memoria, en uno de los cafetines que probablemente usted frecuentó, Café Pasaje.