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El papel de la mano en la transformación del hombre en artista

portada

“El mago hizo un gesto y desapareció el desamparo,
el mago hizo otro gesto y desapareció el hambre,
el mago hizo otro gesto y desapareció la miseria;
el político hizo un gesto y desapareció al mago”
(Hay quienes lo atribuyen a Woody Allen)

 

Fue un mago quien con su maravilloso movimiento prestidigitador me reveló el secreto de la mano. Su mano tendida, pero ya vacía, había guardado en lugar invisible una estrella de plata. La mano era para aquel ilusionista un instrumento poético con el que, mientras duraba su contemplativa gala, de sus dedos florecían, maravillosamente, rosas en el día y barajas multicolores ya de noche.
 
Desde Aristóteles se ha dicho que el ser humano es inteligente porque posee manos. Quizás es mejor decir que la mano es un órgano prodigioso en virtud de la inteligencia que la guía.  El hombre evolucionó de Homo Sapiens Homo Faber y de ahí a Homo Habilis. El gesto de la mano resume dinámicamente nuestra personalidad; gesto es palabra vecina de “gestus”, que significa hazaña. Por eso, a través de la historia, nuestro espíritu se encarna de manera especial en la mano: la mano apasionada del amante, la mano crispada del colérico, la mano suplicante del místico, la mano festoneada del danzarín, la mano presta del escritor, la mano fuerte y grácil del pintor, la mano firme y sabia del cirujano, la mano sanadora del sacerdote, la mano elegante y reposada del mago, quien con mínimos movimientos la transforma en blanca, nacarada y alada paloma.

La mano es parte del miembro superior, distal al antebrazo, e incluye el carpo, el metacarpo y los dedos. La muñeca es la unión entre el antebrazo y la mano; involucra quince huesos: el radio y el cúbito distal, las dos filas del carpo y las bases de los cinco metacarpianos.

Cumple diversas funciones, no solo como órgano efector sino también sensitivo o aferente, por lo tanto es uno de los principales órganos que permiten la interacción con el medio, desempeñando un papel fundamental en el aprendizaje desde el nacimiento, por lo que tiene una connotación significativa desde los puntos de vista funcional, psicológico, laboral y artístico.

El título de este escrito parafrasea el famoso libro de Federico Engels: “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Allí sostiene que hace muchos años, vivía una raza de monos antropomorfos que utilizaban sus manos y sus pies para trepar, pero empezaron a darse cuenta que las manos tenían funciones diferentes a las de los pies al trepar, por eso comenzaron a prescindir de ellas al caminar y así, empezaron a adoptar una posición erecta. Para nuestros antepasados, la posición en bipedestación fue primero una norma, y luego una necesidad, por eso las manos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. Aquí es donde se ve la distancia que separa la mano no desarrollada del mono, a la mano del hombre perfeccionada por el trabajo durante centenares de años. El trabajo es la fuente de toda riqueza, pero no es sólo eso, el trabajo también ha creado al hombre. Éste fue el paso decisivo del mono a hombre. Todo lo anterior apoya a Darwin en su teoría de la selección natural ya que justifica cada desarrollo que el hombre tuvo, como el desarrollo del cerebro y también del lenguaje, que de igual modo surge por necesidad.
 
Para los médicos la mano tiene especial interés por su estrecha relación con el estado endocrinológico y emocional del paciente. Los antiguos médicos sostenían que la lengua mostraba el cerebro y la mano el corazón.

Este bello y expuesto órgano vital de los seres humanos representa un avance soberano en su evolución biológica, desde el casco del caballo pasando por la mano del simio. Aunque las partes de la mano son rudimentarias e irregulares en dirección y volumen, en conjunto es de arquitectura exquisita y delicada. En contraste con el pulgar, de enorme evolución, y el índice, de aleccionamiento maestro, están el dedo medio, el anular y el meñique. El primero, prolongación del eje del brazo, carece de agilidad; el segundo es impotente y el último semeja un conato de pulgar, adelgazado y endeble. No obstante tales imperfecciones, la mano es la herramienta más prodigiosa de que dispone el ser humano y por ende, el artista. Hecho simbolizado en que el primer gesto del recién nacido, y el último gesto del moribundo, es el de la mano que se agita en el aire.
 
En la literatura, el arte, la historia, la ciencia, la medicina y la cirugía, hallamos una variada gama de manos: las crucificadas y dulces manos de Cristo, las lavadas manos de Poncio Pilatos, las manos creativas de Leonardo da Vinci, las apasionadas manos de Julieta, Mesalina y Cleopatra; la mano huesuda, pero valiente y noble de Don Quijote asiendo la boteriana, pero generosa mano de Sancho Panza; las manos creadoras de Beethoven, Pasteur y Van Gogh; las manos admirables de Picasso o de Cassals; las manos del médico quien desde Hipócrates y Billroth, pasando por Barnard y llegando a Patarroyo, las ha dedicado a explorar la vida, a investigar, a enseñar y a convertir en realidad la magia de la existencia; así como las manos mágicas de Houdini, Tamariz, Copperfield, Criss Angel o Lorgia.

En la evolución del cerebro humano, la capacidad craneana aumentó y la del cerebro también fue ampliándose. Las áreas de la corteza cerebral que se vinculan con la inteligencia y el pensamiento, aumentaron más que otras. El cerebro es un órgano coordinador de millones de mensajes internos y externos. Las estructuras sociales complejas y determinados comportamientos culturales de nuestros antepasados fue lo que llevó a la rápida evolución cerebral. 
 
La mano también sufrió cambios, como ya lo expresamos, que le dieron fuerza para manejar herramientas pesadas y delicadeza para expresarse artísticamente. La mano es prolongación del cerebro, y en sentido contrario, gracias a la mano, el cerebro humano fue capaz de desarrollarse. La importancia de las áreas sensoriales y motrices de la mano representadas en la corteza cerebral está demostrada por la amplia zona que ocupan. La interacción entre la mano y el cerebro fue determinante para la evolución humana.

Más acaso nada revele tanto el mágico poder de las manos para convertir emoción en acción y afecto, como el aplauso. En el aplauso, viva muestra de admiración por el artista y su obra, el espectador abre los brazos, como queriendo abrazar, y junta sus manos una y otra vez para palmotear haciéndolas sonar y dejar volando en el aire, como por arte de magia, la maravillosa paloma invisible del aplauso, alado mensajero del corazón del hombre.

Jairo Hernán Ortega Ortega, MD