El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones
Estefany Güechá Sánchez
Estefany Güechá Sánchez
Los vacíos de poder, tema del que pocos hablan y del que más preocupados deberíamos estar. Una analogía entre Libia y Colombia explica lo que puede pasar si no se le presta la suficiente atención.
Es interesante preguntarse lo que pueden tener en común un país latinoamericano como Colombia y uno africano como Libia. O mejor aún, es intrigante lo que un país como Libia, dentro de su complicado panorama actual, puede enseñarnos.
Para explicar los interrogantes ya expuestos es necesario regresar 6 años atrás, cuando Estados Unidos, junto con otros países y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) decidieron intervenir en Libia; sus razones fueron “humanitarias”, en el sentido de que se quería defender a los civiles de las violentas represiones a las que se encontraban sometidos en el régimen de Gadafi.
En el caso colombiano se decidió negociar con las Farc, para acabar con una guerra de más de medio siglo, pero no entraré a profundizar en las razones de este acuerdo de paz. Sólo quisiera precisar que en el conflicto colombiano la política fracasó, y por las armas tampoco se logró que alguna de las partes “ganara”, si es que algo se puede ganar en un conflicto armado; pero el punto es, que el gobierno entró a negociar con las Farc y las Farc accedieron a hacerlo, porque de cierta manera ambas partes aceptaron el hecho de que no habría un ganador absoluto.
A pesar de que se supone que las Farc ya deberían estar agrupadas en las 26 zonas veredales, en el momento hay guerrilleros que no tienen a dónde llegar, en zonas veredales como la de Charras de San José del Guaviare o la de Tumaco. La cuestión es que se pretende que las Farc pasen de haber estado en 242 municipios a concentrarse en 26 veredas. Haciendo los cálculos, 26 veredas son el 10,74% del total de territorios que ocupaban en un principio, de manera que el 89,26% de estas subregiones donde hacían presencia, quedarán expuestas a ser ocupadas, ya que en estos territorios quedan “vacíos de poder”, tras la salida de los campamentos de las Farc.
En efecto, lo anteriormente mencionado se evidencia en el departamento de Nariño, en el que se registra el mayor número de hectáreas cultivadas de coca en el país. Tras la concentración de las Farc en las zonas veredales, campesinos de la zona han denunciado que otros grupos, llámense Bacrim, paramilitares, o militantes del ELN, han llegado para adueñarse de estos cultivos, lo que resulta bastante preocupante ya que estas organizaciones al margen de la ley pueden llegar a tener combates en zonas con comunidad civil, poniendo en riesgo la seguridad de los campesinos y habitantes en general del entorno.
Los “vacíos de poder” no son un asunto menor; para mostrar su relevancia es útil analizar las implicaciones que estos han generado. Precisamente aquí está la respuesta a la primera pregunta sobre la semejanza del caso colombiano con el ya mencionado país del norte de África. ¿Qué es lo que tienen en común?, sí, los vacíos de poder.
En lo que respecta al segundo interrogante hecho, sobre por qué Libia nos puede enseñar algo, yo diría que en este país costero del Mar Mediterráneo ya pasó lo que aquí aún no ha ocurrido, pero que podría pasar en caso de no tomar las medidas necesarias, luego de haber ejecutado acciones de gran envergadura, como la intervención de Libia en 2011; o como en el caso colombiano, tras la implementación de los acuerdos de Paz de la Habana.
Ahora bien, lo que ocurrió en Libia tras la intervención fue una anarquía interna, no entendiendo la anarquía como se acostumbra, sino viéndola como la ausencia de poder centralizado, poder que alguna vez estuvo concentrado bajo la cabeza de Gadafi. Pero al morir el coronel libio, este país entró en caos y los rebeldes libios entraron a ocupar aquellos vacíos de poder, generados a raíz de la caída del régimen de Gadafi. No pretendo con esto defender la Libia de Gadafi, pero para nadie es un secreto que la Libia de antes no representaba un riesgo semejante al que representa ahora, ya no sólo contra los civiles libios, sino para todo lo que puede englobarse, guardadas las proporciones, en el mundo Occidental.
Vale aclarar que los estados tienen cierto “orden” en su política doméstica, en su régimen interno; o por lo menos así es en la mayoría de los estados; si existe un orden interno es mucho más fácil poder llegar a acuerdos y poder negociar entre estados. Lo que pasó con Libia fue que, al morir Gadafi, los rebeldes se hicieron al poder; pero claramente esto no significó en momento alguno que existiera de nuevo un orden al interior de Libia, por el contrario, quedaron tales vacíos de poder que Libia se convirtió en un lugar propicio para albergar grupos como el estado islámico (el cual ni es un estado, ni es islámico) por lo que es preferible denominarlo como DAESH, que hace presencia en territorios estratégicos de Libia.
Así pues, vacíos de poder generados por unas “buenas intenciones”, como pueden ser las de intervenir Libia en defensa de los Derechos Humanos de los civiles libios, o las de implementar los ya firmados Acuerdos de Paz en Colombia, son mucho más peligrosos de lo que parecen. En el caso libio, fue peor el remedio que la enfermedad. Hoy, es una realidad que el DAESH tiene una posición estratégica en Libia, desde la que se ha convertido a su vez en potencial amenaza para los países costeros del Mediterráneo, y quién sabe, con el continente americano también. Esto sin mencionar toda la represión y violencia de la que ahora son víctimas quienes habitan estos territorios, que experimentan unas circunstancias quizás peores a las que tenían cuando Gadafi ostentaba el poder.
Para que esto realmente funcione, y se construya una verdadera “paz estable y duradera”, no bastan las buenas intenciones. Ya le pasó a Estados Unidos, que tiempo después de su intervención en Libia reconoció públicamente que debió haber hecho un mejor acompañamiento al Estado libio, luego de su accionar en el país africano, llegando incluso a recriminarle a Francia e Inglaterra sus fallas en el periodo posterior a la intervención, cuando en últimas es una responsabilidad compartida, que se traduciría mejor en un “debíamos contemplar los riesgos que representaban los vacíos de poder que dejamos a nuestro paso”.
Sumado a todo lo anterior están las denuncias de la Misión en Colombia de Naciones Unidas por falencias en la delimitación y logística para el correcto traslado y concentración de los guerrilleros a las zonas veredales. Pues, se han presentados casos en los que la comida ha llegado descompuesta, además de “emergencias humanitarias” en el caso de la zona del Guaviare por las malas condiciones de las instalaciones y no potabilidad del agua.
La cuestión está en prevenir ahora para no lamentar después, aunque por lo ya mencionado, estos vacíos de poder ya se están llenando. De modo que tendremos que conformarnos con tratar los síntomas que esto genere, con el riesgo de que no sea suficiente. Es muy cierto aquello que es mejor tratar causas y no síntomas; los vacíos de poder son la “causa” en este caso… Mejor no imaginarnos los síntomas, porque, aunque se tengan buenas intenciones, de estas está empedrado el camino al infierno.