Tarzán y el filósofo desnudo, una novela más que deleitable
Fernando Corzo
Fernando Corzo
“Siempre he pensado que el ejercicio de crear con las palabras
es el mayor placer que ha inventado el hombre,
comparable solamente con el amor”.
R. P. Sandoval.
1. Primera impresión
Quien lee Tarzán y el Filósofo desnudo sin precaución dirá que es una novela que sencillamente busca divertir, deleitar, seducir y atrapar con sus múltiples historias humorísticas, ingeniosas, delirantes, eróticas, tórridas e incluso, en ocasiones, nostálgicas. Podríamos decir que ese lector que se deja cautivar por la novela de Rodrigo Parra Sandoval hace las veces del sultán Shahriar de las Mil y una noches, quien fuera atrapado por los cuentos de Scheherezade. La doncella no sólo salvó su vida sino la de muchas más, pues si no hubiera sido por el ingenio de sus cuentos, el sultán, movido por la ira que le causó la traición de su primera esposa, habría seguido mandando decapitar vírgenes como un acto de venganza.
Ese lector también se convierte en un asistente de un deleitable banquete, como los que se celebraban en la Antigüedad y en la Edad Media europea. La gracia con que se cuentan todas esas pequeñas historias recuerdan los cuentos que narraban los jóvenes que decidieron huir de la peste en Florencia y pasar una temporada en el campo. Me refiero a los cuentos que recopiló Boccaccio en el Decamerón. La técnica que se emplea para atrapar al lector es semejante a aquellas dos obras universales, es decir, partir de un escenario común para, a partir de allí, multiplicar los cuentos.
El escenario común de las Mil y una noches vendría a ser la historia del sultán que es cautivado por un cuento de Scheherezade. A partir de ese cuento y de uno segundo que la doncella deja inconcluso, se engacharán muchas historias más. El escenario común de Tarzán y el filósofo desnudo, por su parte, es el sueño que tuvo el filósofo caleño, uno que involucra, entre otras cosas, a Tarzán y a un detective negro llamado Faraón Angola contratado por el filósofo caleño para investigar un crimen. De este sueño nacen otros relatos, que se multiplican afanosamente y que no tienen un fin. La narración, como bien analiza Cristo Figueroa[1], es caótica, no tiene centro, es barroca. El lector, casi sin darse cuenta, se pierde en ese laberinto mientras disfruta de las narraciones. La novela no es tan ingenua como pueda parecer a simple vista.
Pese a lo deleitable que pueda resultar su lectura, la novela está hecha para un público específico, esto es, para aquellos que han pasado sus días en la academia, en las facultades de filosofía y ciencias sociales. Es probable que parte de la utilidad de la obra consista en ser una especie de válvula de escape que libera la mente del estudioso del rigor científico que exigen sus tareas cotidianas, que sirva para depurar el exceso de racionalidad que existe en los centros académicos, quizá para salvarlo de la alienación[2].
Si revisamos la biografía y la bibliografía de Rodrigo Parra Sandoval, podremos verificar que reparte sus días en dos actividades: por una parte tenemos al científico, al hombre laborioso que busca entender los móviles y los alcances de la educación en Colombia, y, por otra, tenemos al hombre que le “gusta mamar gallo”. La novela, sin duda, es una obra que busca burlarse del rigor académico, de su incompetencia a la hora de enfrentarse a la realidad, de los donjuanes de la cultura de nuestro país. Pero si vamos más a fondo, podremos descubrir que su fin es desnudar ciertas verdades por medio del humor.
2. ¿Por qué existe la necesidad de una novela como esta?
Ahora bien, se ha dicho que hay una razón más profunda que el simple hecho de divertir a un lector determinado. La necesidad de una educación filosófica en el país es evidente. A quienes estudian una carrera universitaria de ciencias sociales se les ve como personas inútiles. Lo primero que intentan muchos padres cuando sus hijos deciden andar por ese camino es intentar disuadirlos diciéndoles que nunca van a conseguir estabilidad económica, les dicen que pueden estudiar una carrera más lucrativa como una ingeniería, y si es el caso combinarla con su pasión.
El filósofo caleño muestra su insatisfacción al respecto cuando dice que “En este país no hay condiciones para escribir. Nadie lee. Tal vez con excepción de Talfilfar”[3], un nombre que al principio aparece como un enigma. Muy adelante en la novela se explicará que tal nombre está conformado por la palabra “filosofar” y el nombre Tarzán. Los filósofos son presentados como soñadores inútiles que “quieren imponer a la ciudad el amor a las estatuas, a esa ciudad que los desprecia, que a pesar de lo que digan siempre los han mirado como soñadores inútiles que es necesario soportar”[4].
El filósofo caleño, decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Valle, está obsesionado con los filósofos más relevantes de la cultura occidental: Nietzsche, Kant, Hegel, Marx, Freud y, sobre todo, Heidegger son las cabezas que aparecerán en sus sueños, sueños que se convierten en pesadillas cuando el filósofo caleño los ve tratando de adaptarse al ambiente del trópico. Así podremos encontrar, por ejemplo, a Nietzsche comiendo chontaduro en una plaza de Cali, a Heidegger tomando zumo de naranja en el Parque de los Novios, o a Hegel bailando en un bar de salsa hasta el amanecer al ritmo de la Fania All Stars y Celia Cruz[5]. Pero está la otra figura que aparece recurrentemente en sus sueños, que añade más tensión a las pesadillas: Tarzán, figura que representa la fuerza bruta.
Se parodia al hombre intelectual que se debate entre ser el remedo de un pensador europeo y un hombre mono que encuentra difícil ser “civilizado”, al hombre que intenta, por todos los medios posibles, civilizarse, incluyendo ponerse unos lentes que no se ajustan a su fórmula, aunque ello implique hacerse miope y torpe. Se indaga –la ironía es mordaz, y, como en toda ironía, no se da lugar a concesiones– “la importancia de reflexionar filosóficamente donde no hay estaciones”[6].
Entre la burla, entre la parodia, se revelan verdades sobre el modo como se está construyendo la cultura del país, se está indagando la labor, los métodos, el actuar de los que trabajan en el campo de las ciencias humanas, se pone el dedo en la llaga del fracaso del intelectual colombiano.
3. La novela científica.
La novela en cuestión sirve, pues, para algo más que un simple divertimento. El interés de Rodrigo Parra Sandoval por la sociología lo lleva a investigar el comportamiento del ser humano, su razón de ser. En sus propias palabras, es fundamental “conocer al hombre dentro de la sociedad y su historia, dentro de sí mismo, como él es, múltiple, contradictorio, perplejo, desbordado, violento, hábil, negador, a veces, de su propia naturaleza”[7].
El autor nunca ha soportado el rigor de la disciplina. En su juventud ingresó al seminario, pero pronto se dio cuenta de que la tradición católica era un peso que no podía soportar. Lo suyo no estaba en los espacios cerrados de los conventos. Quizá por esa razón escogió un ambiente más propicio para su forma de ser. Fue así como llegó, en los años sesentas (época de rebeldía por excelencia) a la Universidad Nacional (antes conocida a nivel nacional por la irreverencia de sus estudiantes) con el propósito de estudiar sociología.
Luego de graduarse pasó a la Universidad de Wisconsin (EE.UU.) para continuar con sus estudios. Allí, cansado con el modo de realizar investigaciones, aburrido del modo como se debían utilizar los métodos sociológicos del momento, encuentra un descanso en la literatura. En la biblioteca de la universidad descubre a Ciro Alegría, José María Arguedas, Borges, Cortázar, etc…, y comprende que no sólo se pueden realizar estudios científicos desde la academia sino también desde la escritura creativa.
De hecho, descubre que el arte, a diferencia de la ciencia clásica, puede ser incluso apropiado para investigar con profundidad las diferentes problemáticas humanas. “La literatura puede servir”, dice Rodrigo Parra, “de muelle para el científico como ejemplo de valor de la investigación para llevar una hipótesis hasta sus extremas consecuencias”[8]. Pero esto no significa que demerite el campo científico, pues cree al mismo tiempo que “el lenguaje de la lógica formal puede salvar al escritor del desgaste en que han caído palabras e imágenes”[9].
Ciencia y creación se complementan mutuamente. Su paso por el seminario, sus carreras universitarias, su experiencia en las múltiples investigaciones que ha aportado para entender el proceso educativo en Colombia le ha otorgado rigor a su escritura. Ha hecho posible aquello que decía Flaubert sobre el arte y la ciencia: “El arte será cada vez más científico, del mismo modo que la ciencia se volverá cada día más artística. Las dos cosas se reencontrarán en la cima después de haberse separado en su base”[10]. Faraón Angola, profesor de hermenéutica y detective privado, condensa, en tono paródico, esa imagen del que sigue esquemáticamente los métodos.
La ciencia, con su objetividad, le da seriedad a la escritura de Rodrigo Parra, le da un horizonte claro. La escritura creativa y juguetona, por su parte, le otorga un espacio que la ciencia con su rigor metódico no permite, esto es, adentrarse en la subjetividad de ese ser que vive en medio del caos. El autor “opta por un método en el cual la imaginación sin medida, el juego chiflado y el humor que se ríe de lo solemne se constituye en verdadera forma de conocimiento”[11]. Tal es el anhelo de Faraón Angola en medio de los convites afrodisiacos junto a su amada Deifilia:
Deifilia, quiero inventar lo que el filósofo caleño no ha podido con su estreñimiento filosófico, quiero jugar con su historia de sueños líricos, con su autocompasión, quiero reír de lo que leo, quiero reír hasta que me duelan las neuronas, quiero beber y comer, quiero saciarme con los dulces coitos de Deifilia y después quiero seguir leyendo Tarzán y el filósofo desnudo, quiero gozarlo y enseñarlo como se ensancha un condón cuando mi pene entra en él[12].
Al igual que el filósofo caleño, Rodrigo Parra “Buscaba la libertad, buscaba la imaginación, el sueño de la vigilia, buscaba lo que busca todo el que siente la necesidad de escribir: un mundo mejor”[13].
4. Lo caótico en tiempos posmodernos y mestizos
Ahora bien, ¿qué es lo que investiga exactamente el autor en su novela científica? Entre tantas cosas, se investiga la idoneidad del pensamiento colombiano, la labor del académico en el país, las desastrosas políticas adoptadas, la incapacidad de crear proyectos culturales efectivos, todo bajo el contexto que corresponde a nuestra época, a nuestro mundo cambiante, fragmentario y mestizo.
El autor “Decide intentar una mirada de las ciencias sociales desde las perspectivas posmodernas, de la velocidad, del caos, del desorden, desplazándose entonces hacia el paradigma de la complejidad”[14]. Tal desorden se hace evidente en la mezcla turbulenta e incompatible entre un pensamiento intelectual que no termina de adaptarse al trópico, que se ha quedado en la modernidad; de hombres y mujeres cuyo pensamiento se resiste a dejar atrás la premodernidad; y ambas cosas en tiempos que han sido llamado posmodernos. En la novela se hace visible que el proceso de modernización de la educación no ha avanzado como se esperaba en principio. “La modernización”, dice Rocío Rueda Ortiz, “no llevaba implícita la modernidad, esto es, a pesar de los desarrollos urbanísticos e industriales está inserta en la cultura un pensamiento premoderno; la sensación de que todo se vive y se tiene que hacer en un tiempo mestizo”[15].
A la confusión sobre el tiempo se añade algo más.
El cronotopo de la novela revela de entrada la tensión entre lo global y lo local, lo primero representado por los pensadores occidentales de ese pequeñísimo cuadro del planeta que comprende Alemania e Inglaterra –quienes en la novela se adjudican el derecho de ser los únicos capaces de filosofar–, y lo segundo por Tarzán. Esa dicotomía ha sido explorada por otros artistas colombianos. Pensemos, por ejemplo, en las obras de Nadín Ospina, quien en su caso juega a hibridar la cultura precolombina con la cultura popular de Disney.
En medio de ese caos que genera la lucha por sobrevivir en medio de la confusión de los tiempos y el combate entre lo global y lo local, viven como pueden los filósofos colombianos, comiendo empanaditas de pipián y tomando cerveza en las ciclovías. En medio de esa dificultad el filósofo caleño, en su angustia, “intenta una filosofía de lo tarzanesco, una filosofía del país”[16], aunque en realidad se la pase soñando.
Rodrigo Parra Sandoval, para concluir, nos demuestra con su novela que es posible crear escritos deleitables, divertidos y entretenidos con el fin de ayudarnos a comprender el mundo en el que estamos viviendo, a descubrir lo que somos realmente como individuos que vivimos en medio de una sociedad que no terminamos de entender.
[1] Figueroa, Cristo (1998). "Tarzán y el filósofo desnudo de Rodrigo Parra Sandoval. La escritura como autoconocimiento y la lectura como detectivismo". Universa. Humanística, 137-152.
[2] Ibíd.
[3] Parra Sandoval, Rodrigo (1996). Tarzán y el filósofo desnudo. Arango Editores, 430.
[4] Ibíd., 415.
[5] Ibíd., 44.
[6] Ibíd., p. 140.
[7] Figueroa, Cristo (1998). "Tarzán y el filósofo desnudo de Rodrigo Parra Sandoval. La escritura como autoconocimiento y la lectura como detectivismo". Universa. Humanística, 137-152.
[8] Ibíd., 170.
[9] Ibíd.
[10] En un ensayo titulado “La profecía de Flouber”, Rodrigo Parra Sandoval hace un interesante análisis sobre la “relación amorosa entre ciencia y novela” y sobre las posibilidades de la novela en Colombia
[11] Figueroa, Cristo (1998). "Tarzán y el filósofo desnudo de Rodrigo Parra Sandoval. La escritura como autoconocimiento y la lectura como detectivismo". Universa. Humanística,147.
[12] Parra Sandoval, Rodrigo (1996). Tarzán y el filósofo desnudo. Arango Editores, 230.
[13] Ibíd., 411.
[14] Rueda Ortiz, R (1998). “La profecía de Flaubert: Rodrigo Parra Sandoval, el científico social y el novelista”. Revista Nómadas No 9. Bogotá, Universidad Central de Colombia. p. 181.
[15] Ibíd., 179.
[16] Parra Sandoval, Rodrigo (1996). Tarzán y el filósofo desnudo. Arango Editores, 167.