La máscara mortuoria, ideas sobre su tránsito a la contemporaneidad
Marcela Camargo Mesa,
Asistente de investigación,
Archivo Histórico Universidad del Rosario.
En la organización y mudanza del Archivo Histórico de la Universidad del Rosario, en el año 2014, se encontró una máscara mortuoria de un rostro desconocido (para mí), además del molde en yeso de una mano con características similares a las de la figura del rostro.
Mascarilla funeraria de monseñor Castro Silva.
Se trataba de la máscara mortuoria de José Vicente Castro Silva, rector de la Universidad del Rosario entre 1930 y 1968, este último el año de su muerte. El inusual documento de yeso sugería varias preguntas sobre su origen y naturaleza. Tras un primer acercamiento, tal práctica resultó tener variaciones y orígenes distintos.
El hombre antiguo deseaba preservar los rasgos faciales de la persona fallecida en búsqueda de preservar su alma. El hombre medieval, elaboró máscaras y efigies de tamaño real de personajes de la nobleza con el fin de exhibirlos, como también lo habían hecho los romanos (Gibson, 1985).
La tradición de la máscara mortuoria o mascarilla funeraria que llegó a la época contemporánea está ligada a una tradición bajomedieval que envolvía un cambio de percepción sobre el fin de la vida, un cambio acompañado de nuevas prácticas. En un proceso evidenciado entre los siglos XIII y XIV de la Europa occidental, el cuerpo antes exhibido en las honras fúnebres pasó a ser cubierto tras la mortaja, el ataúd y el catafalco (Aries, 2007).
Se evidenció un rechazo a la muerte carnal del cuerpo, a la descomposición. Surgieron entonces distintas imágenes macabras del cambio corporal; cambios que no querían ser vistos. El discurso de la Contrarreforma, con sus imágenes de la muerte macabra, pudo haber influido en este nuevo rechazo al cuerpo muerto, antes tan familiar. De esta forma, si cubrir el cadáver y su rostro respondía a un temor sobre la corruptibilidad del cuerpo, mostrar el rostro parcialmente a través de la máscara mortuoria pudo usarse como instrumento de conversión de los vivos (Aries, 2007).
Sin embargo -explica Aries-, la ocultación del cuerpo de las miradas no fue una decisión simple. No mostraba una voluntad de anonimato; por el contrario, “en los funerales de los grandes señores… el cuerpo oculto fue remplazado por una figura hecha a su semejanza en madera o cera, expuesta a veces sobre un lecho de procesión (reyes franceses) y siempre situada encima del ataúd” (El hombre ante la muerte , 2007, págs. 146-147). Según Grimes, mientras el cuerpo físico estaba en un ataúd cerrado, el personaje real podía reinar efectivamente en su propio funeral[1] (Masking: Toward a Phenomenology of Exteriorization, 1975).
Mano correspondiente a la mascarilla.
Esta estatua del muerto se denominaba “representación”. Para su elaboración, se buscaba el parecido más exacto y los artistas lo obtenían (al menos en el siglo XV, dice Aries) gracias a la mascarilla que tomaban sobre el difunto inmediatamente después de su muerte (El hombre ante la muerte, 2007). Esta inmediatez para la elaboración de la máscara era importante porque la expresión del rostro cambiaba radicalmente si se dejaba pasar mucho tiempo después del deceso, y se podía desvanecer la expresión “noble y tranquila” que se busca inmortalizar[2] (Gibson, 1985). En su carácter de documento, la máscara mortuoria puede dar cuenta, en varios casos, del tipo de enfermedad y del tratamiento al que fue sometida la persona antes de morir; en otros casos, la expresión tranquila del rostro en la máscara no revela los tortuosos procedimientos experimentados, como lo expone Gibson con el caso de las máscaras inglesas del siglo XIX (Death Masks unlimited, 1985).
A pesar del realismo que se quería imprimir en la representación o efigie, no se conseguía por las variaciones que se hacían en la figura del rostro: “los parpados se hacían arqueados, los ojos iban pintados o eran insertados y la rigidez de la máscara mortuoria era suavizada; todos los esfuerzos iban dirigidos a reproducir la expresión del difunto en vida” (Benkard, 2013, pág. 37). La máscara servía, entonces, como una ayuda técnica para el modelaje del rostro de una efigie; no respondía (como intuía) a la intensión única de legar a la posteridad los rasgos de un personaje importante. La representación en cera, como resultado final, era una imagen poderosa de un hombre vivo que se contraponía a los restos mortales del difunto (Benkard, 2013).
Las representaciones que se usaron hasta mediados del siglo XVIII tuvieron un tipo de uso o evolución que resulta muy acorde con sus orígenes: las imágenes de los santos, expuestos hasta hoy en la Iglesia romana a la veneración de los fieles, en forma de efigie de madera y de cera, semejante a las que entre los siglos XIV y XVII se llevaban en los funerales principescos, exhibiendo al difunto en actitud ideal, reposando con las manos juntas (Aries, 2007).
Después de esta primera exploración del tema, persistían unas preguntas sobre la máscara del rector, conservada en el Archivo Histórico del Rosario: ¿Por qué pervive un ritual mortuorio bajomedieval en el siglo XX? ¿Cuáles son las motivaciones profundas para que esta práctica se llevara a cabo en un contexto contemporáneo?
Procesión hacia la capilla de La Bordadita, en el Colegio Mayor del Rosario, en el funeral de José Vicente Castro Silva , el 30 de marzo de 1968.
En primer lugar, se entiende que José Vicente Castro Silva fue un líder fundamental para el desarrollo de la Universidad del Rosario moderna, y por lo mismo fue un referente nacional en el desarrollo de las instituciones educativas en el siglo XX. Bajo su rectorado se diversificaron las facultades y carreras: se dio el restablecimiento de la Facultad de Medicina, en 1965; la apertura de la Facultad de Economía, en 1960; y de la Facultad de Administración privada, en 1965. Además de ello, las primeras mujeres ingresaron y egresaron de la Universidad del Rosario durante su rectorado (Iriarte, 2003). En síntesis, se trataba de un personaje protagónico en el contexto educativo del país. Pero la pregunta sobre las motivaciones más profundas del ritual de la máscara persistía. ¿Por qué aún se quiere representar el rostro muerto?
La máscara mortuoria en la Edad Moderna y su tránsito a la contemporaneidad
Se sabe que la práctica de la máscara mortuoria en la modernidad fue un legado del cambio de percepción de la muerte en la baja Edad Media, pero no es muy claro el tránsito de una práctica, con raíces tan antiguas, al mundo contemporáneo. Ernst Benkard sostiene que, solo después de la Revolución francesa, la práctica de la elaboración de la máscara mortuoria se volvió una posibilidad para personas fuera de la realeza (Grimes, 1975); por lo que, al ampliarse la población practicante, se ampliaron las oportunidades para su sobrevivencia.
A pesar de la laicización de las costumbres -que tuvo lugar desde finales del XVIII y que tuvo su punto álgido en el siglo XIX-, se podría pensar que una práctica tan arraigada en los preceptos del cristianismo desaparecería por completo. Sin embargo, la máscara logró sobrevivir el siglo XIX, a través de nuevos vehículos que se distancian, al menos aparentemente, de la fe cristiana. Ciencias nacientes como la criminalística y otras que hoy no están en la categoría de ciencia como la frenología motivaron la creación y el estudio de las máscaras post mortem.
Claude-Alexandre Ysabeau, 1754-1831, según el grabado de su obra.
La frenología fue una teoría propuesta por el anatomista Franz Joseph Gall, quien exponía una visión del cerebro humano con funciones específicas localizadas. La obra principal de Gall, publicada en cuatro tomos entre 1810 y 1819 (Domenech, 1977) con su extenso título, daba idea sobre las pretensiones de su teoría: “Anatomía y fisiología del sistema nervioso general y del cerebro en particular con observaciones sobre la posibilidad de reconocer numerosas disposiciones intelectuales y morales del hombre y de los animales por la configuración de sus cabezas”. A lo largo del siglo XIX, Gall y otros científicos que compartían sus intereses utilizaron las máscaras mortuorias para el estudio de las conductas criminales. Con los métodos propuestos por la frenología, se examinaban los detalles y formas de la cabeza de distintas clases de delincuentes para establecer patrones de comportamiento y explicar de alguna manera las motivaciones para cometer actos atroces[3].
A pesar de la popularidad de las conferencias de Gall en Europa, durante las primeras décadas del siglo XIX, sus teorías encontraron fuertes obstáculos. En primer lugar, por parte de la Iglesia que consideró que la frenología reñía con la religión porque la mente y el alma creadas por Dios no podían tener un sustrato físico. En segundo lugar, las academias científicas que rechazaron sus ideas materialistas; razón por la que Gall no fue aceptado en la Academia de ciencias francesa (Barona, 2016).
En un ejemplar del libro Fisionomía y Frenología, que se conserva en el Archivo Histórico, de autoría de A. Ysabeau, se presentan los principios de dichas ciencias, propuestos por Lavater y Gall. Se trataba de una “Exposición del sentido moral, de los rasgos de la fisionomía humana y de la significación de las protuberancias de la superficie del cráneo con respecto a las cualidades y facultades del hombre”.
Se encuentran explicaciones de la conducta humana basadas en los rasgos del rostro y el cráneo como las siguientes:
“El valor guerrero, la lealtad y la libertad de pensamiento se notan en esta figura” (Ysabeau, s. f. , pág. 264).
“El valor asociado al fanatismo religioso o político está fuertemente acentuado en esta figura” (Ysabeau, s. f. , pág. 265).
Los afanes del positivismo científico por conocer sistemáticamente el cuerpo físico para explicar características de orden psíquico mantuvieron viva la máscara. Esta práctica -que hoy en día no es común en el mundo occidental, salvo por casos de personajes pertenecientes a alguna élite política, social o religiosa- logró dar el salto desde la Edad Media.
El ritual funerario de la máscara mortuoria produce hoy en día distintas reacciones, todas muy cercanas al temor (elemento viviente de la visión medieval). El símbolo de la vida después de la muerte o el impacto generado por el recordatorio gráfico del estado al que van todos los seres, la máscara es vista con reverencia y cierto grado de asombro; es encarnación y representación de la muerte. Explica Grimes que, sin importar que el poder de la máscara radique en sus causas místicas o en el hecho de ser un referente de la memoria, una máscara de madera o yeso presenta una dinámica estática, se trata de un “objeto viviente-muerto y un ser muerto-viviente” y eso le imprime un poder muy singular (Grimes, 1975).
Finalmente, se puede decir que la elaboración de la máscara mortuoria es un rito de concreción, en el que se reduce a una dimensión algo que es normalmente un proceso (vida y muerte); y esta fijación unidimensional es tan radical que su exterior parece desarrollar una vida propia, una “dinámica solidificada”. La máscara se convierte en un elemento que empodera la exterioridad (Grimes, 1975) de un personaje que fue importante en vida y que continúa presente, de alguna forma, a través de sus representaciones (además de otros legados).
La máscara de José Vicente Castro Silva sirvió como ayuda para modelar el monumento funerario que se instaló en la capilla de La Bordadita, en el Claustro de la Universidad del Rosario. El busto de mármol del rector fue esculpido por Giulio Corsini, quien en 1962 también había elaborado el monumento funerario de José Celestino Mutis, por orden del mismo Castro Silva (Monroy, 1972).
Monumento funerario de José Vicente Castro Silva, ubicado en la Capilla de La Bordadita, en el Claustro de la Universidad del Rosario.
Conclusiones
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El uso de la máscara funeraria en la contemporaneidad responde a una práctica bajomedieval, en la que el uso de la máscara tenía una función instrumental, la mayoría de las veces, para la elaboración de un rostro lo más real posible para acompañar a la figura física de la efigie. Vemos cómo para la elaboración del monumento funerario de Castro Silva la máscara mortuoria fue empleada para representar su rostro.
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El tránsito de la práctica de la máscara hacia la contemporaneidad fue favorecido por las ciencias antropométricas positivistas del siglo XIX, que le dieron un nuevo uso al artefacto para la identificación de patrones y rasgos físicos que ayudaran a sistematizar las conductas humanas. También se debió a la ampliación de la práctica por otras élites, ya no solo reales y aristocráticas, sino literarias, políticas o científicas.
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Finalmente, se puede decir que la razón más profunda de la sobrevivencia de esta práctica se basa en el poder de concentrar los misterios de la vida y la muerte en un artefacto muy poderoso, que condensa el poder de un ser y el poder de la representación ante los ojos del observador: el poder de la experiencia emotiva.
[1] Mi traducción libre de: Grimes, R. (Sep., 1975). Masking: Toward a Phenomenology of Exteriorization. En: Journal of the American Academy of Religion, Vol. 43, No. 3 pp. 508-516. Oxford University Press. Disponible en: http://www.jstor.org/stable/1461848 . Recuperado en: 19-01-2016. [2] Traducción libre de: Gibson, I. I. (1985). Death Masks unlimited. British Medical Journal, 1785- 1787.
[3] El caso escocés, en el que la frenología ganó grandes adeptos y estudiosos. “The rise and fall of Phrenology in Edinburg”. Disponible en: http://www.phrenology.mvm.ed.ac.uk/Phrenology/Death_Masks.html
Nuestro ejemplar perteneció al Dr. Liborio Zerda.
Trabajos citados
Aries, P. (2007). El hombre ante la muerte . Madrid: Taurus. Barona, J. L. (13 de mayo de 2016). Franz Joseph Gall: la frenología y las funciones del cerebro. Obtenido de Metode: http://metode.cat/es/Revistas/Secciones/Historias-de-cientificos/Franz-… Benkard, E. (2013). Rostros inmortales, una colección de máscaras mortuorias. Barcelona: Sans Soleil ediciones. Gibson, I. I. (1985). Death Masks unlimited. British Medical Journal, 1785-1787. Grimes, R. (Septiembre de 1975). Masking: Toward a Phenomenology of Exteriorization. (O. U. Press, Ed.) Journal of the American Academy of Religion, 43(3), 508-516. Iriarte, M. C. (2003). Rectores y rectorías del Colegio Mayor del Rosario 1653-2003. Bogotá: Academia Colombiana de Historia. Ysabeau, A. (s. f. ). Lavater et Gall. Physiognomonie et phrénologie rendues intelligibles pour tout le monde. Exposé du sens moral, des traits de la physionomie humaine et de la signification des protubérances de la surface du crane relativement aux facultés et aux qualité. París: Garnier hermanos, libreros-editores.