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Claus y Lucas… Y Agota Kristof

Víctor Cano

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Esta reseña cuenta, de manera rápida, algunas impresiones que dejó en el autor la trilogía Claus y Lucas, de la escritora húngara Agota Kristof. Brevemente señala características técnicas de cada libro, como el tipo de narrador o los tiempos en que están escritos, y los resume sin entrar en detalles, solo lo suficiente para generar curiosidad e interés hacia esta obra. Además, en la segunda parte, presenta algunos aspectos biográficos de Kristof para concluir que su estilo de escritura es como lo fue su vida: difícil, sin cursilerías, doloroso en ocasiones.

«No me interesa la literatura». Es la primera frase que leo de la húngara Agota Kristof. Pienso que alguien cuyo nombre ha rondado el Premio Nobel de Literatura y se permitió hacer tal aseveración ha de ofrecer algo magnífico. Entonces decido buscar cualquier cosa que hubiera escrito, algo breve, para tener una idea de lo que podía esperar de ella. No me decepciono. Encuentro dos fragmentos de El gran cuaderno, tan sugerentes que después de leerlos, sin dudar, consigo la trilogía Claus y Lucas (El Aleph).

Los títulos que componen la trilogía son tres esmeradas composiciones totalmente diferentes entre sí. El gran cuaderno está conformado por relatos muy breves, escritos en primera persona por dos hermanos gemelos, dejados al cuidado de su abuela en una ciudad fronteriza, durante tiempos de guerra. Forzados por las circunstancias, Claus y Lucas se harán adultos sin percatarse: pasarán trabajos y penurias, aprenderán lo necesario para vivir y sobrevivir por su cuenta, e ingeniarán ejercicios para continuar su aprendizaje y fortalecerse. Sin embargo, casi la totalidad de las personas no los ven como ejercicios y piensan que son juegos de niños: «Nosotros no jugamos nunca», responden a una niña; «nosotros no lloramos nunca. Sin embargo, todavía no somos hombres», dicen a un militar herido.

La prueba, el segundo título, continúa el relato con un tono diferente. Ahora no son los gemelos quienes cuentan la historia; el narrador es distinto y Lucas solo contempla su vida a través de capítulos sin saber que es otro quien nos dice qué hace, cómo y en qué momento. Pero Kristof realiza un trabajo tal con el narrador que hace sentir las emociones que acompañan los hechos descritos. Quizá por eso no me fue difícil simpatizar con Lucas o los otros personajes que ahora participan más activamente y enriquecen el escenario, lo que permite conocer facetas que antes eran difíciles de intuir:

—¿Y qué debo hacer ahora?
—Lo mismo que antes. Hay que continuar levantándose por la mañana, acostándose por la noche, hacer lo que sea necesario para sobrevivir.
—Será muy largo.
—Quizá toda una vida.

En el transcurso de los dos libros anteriores, que se podrían considerar como un ejercicio para el lector –similar a los que voluntariamente realizaban Claus y Lucas–, Agota Kristof nos ha preparado para enfrentarnos a La tercera mentira. En este último título de la trilogía encontramos dos capítulos en los que pasamos intermitentemente de la niñez de Claus a su presente. Luego la historia se trastoca, hay confusiones. Todo parece ser una mentira: ¿pero quién miente?, ¿en qué momento nos confundimos? Releer servirá poco y continuar leyendo… ¡No se puede parar de leer!

Este último libro presenta un reto para el lector, no solo porque nos movemos entre varios tipos de narrador, lo que dificulta identificar las principales voces con los personajes; también porque exige asociar y disociar hechos, afirmaciones y relaciones señaladas desde El gran cuaderno y abonadas en La prueba. Ahora estamos obligados a dudar de lo que nos cuenta La tercera mentira y, por lo tanto, los libros previos.

(…) trato de escribir cosas que han ocurrido de verdad pero que, en un momento dado, la historia se hace insoportable por su misma verdad y entonces me veo obligado a modificarla. Le digo que intento contar mi historia pero no puedo, no tengo valor, me hace mucho daño. Entonces lo embellezco todo y describo las cosas no como sucedieron sino como yo querría que hubieran sucedido.

Presento este fragmento porque es la prueba de un pacto hecho por Agota con sus personajes, en el que a cambio de sus palabras ellos le prestan su voz. La escritora húngara vivió la ocupación soviética siendo una niña. Cuando aún estaba en edad de escuchar historias para dormir, era ella quien las inventaba y contaba porque su abuela no lo hacía bien. Supo lo que era pasar frío; no poder ir a clases por falta de más de un par de zapatos; ser separada de sus hermanos para tener que ir a estudiar en distintos internados; aprender un idioma, una historia y una cultura diferente…

Volver a vivir esto último después de huir a los veintiún años, con su hija de cuatro meses y su marido, cruzando la
frontera austriaca para asentarse en la Suiza francófona, en donde no volvió a saber de sus familiares en Hungría y siente de nuevo la presencia de las lenguas enemigas ‒al comienzo, en su país, el alemán, consecuencia de la dominación austriaca y después por la ocupación nazi; luego, el ruso por la ocupación soviética; y, finalmente, el francés, porque «(…) esta lengua está matando a mi lengua materna».

A través de Claus y Lucas, podemos comprender hasta cierto punto los posibles efectos de la guerra en las personas: cuánto las puede definir, el deterioro de los lazos familiares; que son inútiles los esfuerzos por dejarla atrás y sus efectos, porque de alguna forma siempre terminan por alcanzarnos. Agota Kristof es ejemplo vivo de ello. Estando ya lejos de sus raíces, tanto espacial como temporalmente, se pregunta: «¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera dejado mi país? Más dura, más pobre, pero también menos solitaria, menos rota; quizá feliz». Vemos que Kristof escribe sin romanticismos ni cursilerías, es directa y comprensible e igualmente difícil, como su vida, como lo es la vida misma. Su estilo es frío, cortante y penetrante, marca al lector como el escalpelo apoyado y deslizado sobre la piel. Por eso no pierdo oportunidad, cuando creo que la tengo, de hablar de la trilogía. Por lo mismo, dudo cuando debo mencionar un libro que me haya gustado mucho, ya que siempre pienso en tres bajo un solo título.