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Solaces lexicográficos de un radical

Elkin Saboyá

Solaces lexicográficos de un radical

Es bien sabido que don Rafael Uribe Uribe fue hombre de vario ingenio y de múltiples empresas. Cabe destacar, ahora, su empleo como agente para Medellín de la librería de Camacho Roldán, al frente de la Librería Colombia (Corporación Cultural Rafael Uribe Uribe, 1998). Otto Morales (1996) presenta unas traducciones sobre Camôes y el Renacimiento, obra de un portugués que se conocía por una traducción francesa.
 

Lexicografía entre rejas

En la guerra de 1885, el coronel Uribe terminó envuelto en la muerte del soldado Resurrección Gómez, a quien ejecutó por insubordinación el 4 de marzo de dicho año. Perdida la causa radical, sus jefes eran víctimas fáciles del odio de los vencedores. No solo que Uribe fuera preso, sino que su proceso padeció todas las dilaciones que fue posible, al punto de que el procurador de la época se quejó “por las largas demoras sufridas en el proceso” (Santa, 1968, p. 71). En fin, en enero de 86 se le llama a juicio por homicidio. Las audiencias fueron en febrero, de donde salió absuelto por unanimidad.

El presidio en la capital antioqueña le alcanzó para el Diccionario abreviado de galicismos (…) y para un Tratado de Geología al alcance del pueblo.


La obra

En el Prólogo, declara el compilador (así se hace llamar) que su modesta intención era compendiar nociones sobre corrección del lenguaje, dispersas en varias obras, previa valoración de su calidad. Su obra, pues, se pone a disposición del público general, tanto por su precio como por su exposición. Declara asimismo que empezó a ejecutarla en la cárcel, confiado en terminarla allí, pero que el cálculo era malo y le tomó más de un año terminarla. Que es una obra imperfecta y que espera volver sobre el tema. No lo hizo, que sepamos.

No sin cierto escrúpulo emprende Uribe, hombre práctico, esta clase de estudios. Al notar que acaso valdría más la pena dedicarse a las ciencias naturales, supera el punto remitiéndose al epígrafe platónico de su obra: El conocimiento de las palabras guía al conocimiento de los hechos. Por si hiciera falta, apóyase en Quintiliano: Del estudio de las voces se derivan profundas enseñanzas filosóficas.

La Lexicografía no es el único objeto de su obra. Uribe, en unas nociones generales de Gramática, reduce los vicios de lenguaje a ciertas categorías, siguiendo a Cuervo y a la Academia: de acentuación (Éufrates, esdrújulo, era vicio), morfológicos (vicios en el singular y el plural: las onces, en ciernes, tan comunes hoy; en el género; en la derivación y en la conjugación), sintácticos (hubieron fiestas, ahora y verá), semánticos (azararse por azorarse), fonéticos (próisimo por próximo), americanismos, barbarismos, neologismos, etc.

¿Y los americanismos?

El punto del americanismo, por supuesto, consiste en qué hacer con él, en vista de la posible fragmentación de la lengua. Luego de revisar las opiniones autorizadas (Bello, Cuervo, Caro), opta por la solución de Camacho Roldán, consistente en una especie de federación lingüística, donde lo fundamental es común y lo accesorio depende de cada sección. Tal solución es para Uribe conciliadora de la unidad con la libertad. Ahora bien, el problema del americanismo, lo mismo que el neologismo, deriva naturalmente en una cuestión lexicográfica: ¿debe el diccionario traerlos todos?, ¿es posible reunirlos?, ¿es necesario? Uribe cree que esa es la tarea de las academias americanas: reunir, analizar y comparar.

Volviendo al punto de la posible disolución del español, análoga a la del latín, nota Uribe con acierto que la situación es distinta. Sucumbió el poder político español, pero la influencia literaria sigue ahí, como referente para quienes quieran seguirla. Ello además de que las comunicaciones, la imprenta y la diplomacia operan en sentido generalizador o estabilizador. Infundado, pues, era el temor de Bello; no menos que la esperanza del argentino Juan María Gutiérrez.

La conclusión que parece desprenderse de la controversia de la babel americana podría ser que, paradójicamente, el hombre práctico y de acción tenía una valoración más certera del asunto que los mismos gramáticos y filólogos.

Finalmente, por lo que respecta a galicismos, afirma el autor que son más perniciosos los de índole sintáctica (es hábil a razonar) porque afectan la forma del idioma; mientras que poco importa recibir unos centenares de vocablos inútiles o exóticos.

Habent sua fata libelli.

Apunta Malcolm Deas (2006) el curioso hecho de que el autor no vio la segunda edición del Diccionario, mientras que Cuervo pasó buena parte de su vida trabajando reediciones de las Apuntaciones. Es bien probable que el mercado de obras filológicas lo monopolizaran los conservadores. Creemos, sin embargo, conveniente comparar a Uribe con autores de obras similares. Rafael María Baralt, autor del primer Diccionario de galicismos (Madrid, 1855), tampoco vio la segunda (Madrid, 1874); no obstante ser conservador y el primer americano en ingresar a la Real Academia Española. Ahora bien, tampoco hubo muchos más autores que se aplicaran a la materia. Consultando en las bibliotecas locales, no hay más de dos obras adicionales sobre el tema, en la segunda mitad del siglo XIX. Otro hecho sí puede ser significativo: Uribe cita a Cuervo como una de las autoridades en la materia; Cuervo, en cambio, cita a Baralt, incluso para corregirlo; a Uribe lo usa varias veces, pero en punto de variantes dialécticas. Podría ser, entonces, que Uribe no alcanzó el grado de autoridad en punto de galicismos.

Por una totuma

No pasó la obrita de Uribe enteramente inadvertida. La reseña (protesta, según su autor) que del Diccionario hace Pombo (1887)[1] nota varias cosas: que se nombre compilador de Cuervo (“usurpación franca y absoluta”), que traiga palabras vulgares (que mejor sería no saber, según el severo reseñista), que acuse a la Academia colombiana de dormir en sus laureles, que corrija a Caro sin razón y que censure muchas palabras correctas, omitiendo otras sí censurables.

Mas la manzana de la discordia es la voz “totuma”, que Uribe les reprocha a los retozones académicos, por no sugerir su inserción en el diccionario general. Sobre ella y la curiosa definición que de ella hace Uribe, se apoya Pombo para desmentir el cargo que de desidia le hace a la Academia (Pombo era su secretario), para defender al señor Cuervo de su “compilador”, que aprovecha para censurarlo gratuitamente, y al señor Caro por su presunto yerro idiomático.

Acaso esa sea otra causa del poco suceso del Diccionario de Uribe: haber presentado combate, innecesario por demás, a los académicos bogotanos, que eran, precisamente, las autoridades locales del idioma. Pero más bien será por el pecado general de las obras de esta clase, como bien nota el reseñista: que el criterio para censurar o admitir no siempre es constante, desviándose generalmente hacia la nimia severidad, con no pocas muestras de incoherencia.
Como dato curioso y estadístico, indica Pombo (52) que la obra de Uribe no representaba ninguna economía para el lector: valía 2,50 “á media pasta”, mientras que la de Cuervo costaba 2,80 “en elegante media pasta francesa”.
Política retrógrada.

El reseñista hubiera podido despedazar al diccionarista desde la misma portada. Imagen de la edición digital de la Biblioteca Nacional


Como “especie regañona y remota del asunto del libro”, califica Pombo (58) el consejo de que se dediquen los académicos a formar el diccionario de provincialismos, en vez de “ocupar su tiempo en hacer política retrógrada ó en abstrusos problemas de lingüística y filología”. Para el reseñista eso no es un cargo, pues “con sólo cumplir su instituto tales Academias hacen política y del más alto orden, porque en la lengua se cifra la unidad nacional”. Cita en su abono a Dante y asienta que “llamar retrógrada tal política sería alzar la bandera por la torre de Babel”. Aquí de nuevo pilla a Uribe en inconsecuencia, pues “aunque de filiación seccionalista, muéstrase en su prólogo tan centralista y autoritario como nosotros”. Concluye Pombo que “el mismo libro del señor Uribe denuncia que en el conjunto de sus actividades de hombre hay serias desarmonías, hay notas falsas, hijas únicamente del espíritu de partido” (58).

Desarmonías, notas falsas, espíritu de partido o simples ocios de juventud (tenía 27 años), lo cierto es que el Diccionario no encaja fácilmente en la vida y obra de Rafael Uribe Uribe.

Bibliografía

Corporación Cultural Rafael Uribe Uribe. (1998). Rafael Uribe Uribe, periodista. Medellín: El Palmar.
Deas, M. (2006). Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, polítiva y literatura colombianas. Bogotá: Taurus.
Morales, O. (1996). Ensayos históricos y literarios de Uribe Uribe: antología no. III. Bogotá: Plaza y Janés.
Pombo, R. (1887). El Diccionario abreviado del Dr. don Rafael Uribe U. . El Telegrama del domingo, pág. 51.
Santa., E. (1968). Rafael Uribe Uribe, un hombre y una época. Medellín: Bedout.
Uribe, R. (1887). Diccionario abreviado de galicismos, provincialismos y correcciones de lenguaje. Medellín: Imprenta del Departamento.
 

[1] El tono de Pombo es francamente polémico. Al director del periódico, que antes elogiara la obra de Uribe en sus columnas, le dice: “Es claro que usted no leyó, ni empezó a leer, el Diccionario objeto de tales encomios” (51).