Realidad sin magia
Jhon Jairo Salazar Pantoja
Pido disculpas a mis lectores, no quiero que se sofoquen con el absurdo relato que están próximos a leer, pero era necesario compartir mi locura y pedir clemencia por la ignorancia de mis palabras. Como dice García Márquez (1967) “el deber revolucionario de un escritor es escribir bien”. Bienvenidos a la historia donde el realismo mágico de Gabo se refleja en la sociedad que vio cómo se esculpían sus obras; el país donde la miseria en un acto metafórico se convierte en un símil de riqueza; donde somos tan pobres que respirar ya es fortuna; donde hay tan pocos ricos que la comida es tesoro; donde para darnos cuenta de nuestra barbarie fue necesario el ataque de un pequeño enemigo, tan pequeño que hasta para la retina más incrédula fue imposible de ver. Y ese país, en un choque de alto impacto, como si fuéramos en un avión que realizaba un perfecto recorrido, pero que en un abrir y cerrar de ojos empezó a perder altura hasta llegar a un punto donde caer en picada era inevitable, tuvo un momento en el cual la miopía selectiva que tenían las personas con sus semejantes menos favorecidos empezó a curarse, y darnos cuenta de que en el país del “¡Oh gloria inmarcesible!” estábamos muy lejos de que pudiese cesar la horrible noche, y despertar del más bello sueño a la horrible pesadilla de que vivimos en una realidad sin magia.
“Un hombre solo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarlo a levantarse”. Desde el momento en que Gabo lanzó esa frase, tan rápido como sus labios se movieron para pronunciarla, o su pluma se deslizaba sobre el papel vacío clamante de ideas, a la misma velocidad el viento se llevó sus palabras, de la misma manera que la ignorancia de la sociedad actuó como nulo receptor de una idea que se profetizaba como ley e incluso siendo más moralista como mandamiento. Enseñanza que, como la hojarasca, revoloteó por las frías madrugadas de 1955, cuando la violencia necia de nuestro país obligaba a distinguir color, elegir un bando y bañarse de sangre ante la frialdad con que se enfrentaba al enemigo. Porque efectivamente si se lo miraba hacia abajo, tan inferior que los insectos tenían más clemencia cuando se la pedían al bando contrario, o donde el repudio de una sociedad era tan evidente en momentos en que las ideas no eran compatibles con el azul o con el rojo, mismos trapos que se simpatizaban con calles coloradas que dejaban en los pueblos de Colombia, o con la soberbia, indiferencia y falta de empatía de un gobierno que devoraba el poder, donde entre la alta oligarquía del país, en sus grandes casas encerrados y alejados de sus seguidores, nos mandaba el mensaje que para mantener el negocio del poder no había dos partidos sino que al pueblo partieron en dos. Así como el doctor en un próspero Macondo que se negó a atender a sus enfermos y se ganó el repudio de todo pueblo por su indiferencia, que ni en la hora de su muerte permitió que el rencor salga de las calles, es la misma indiferencia del gobierno con su pueblo, pues somos un símil incomprendido de una obra pasada.
Gabriel García Márquez - De Jose Lara -CC BY-SA 2.0
Basta con seguir mirando obras, recordando personajes y desmenuzando frases que hasta incluso pueden ser proféticas o que simplemente fueron lanzadas en el momento indicado de entre esos tantos fragmentos de nuestra historia, para ver que no somos más que un reflejo literario que a diario inspiran historias clamantes de audiencia en un país sin lectura, que con cada relato, el cuentero de Aracataca nos muestra magistralmente nuestra realidad disfrazada de magia, entre la más bella de las prosas y enredados en el detalle de sus obras, donde Colombia puede identificarse muy claramente con ellas. Nuestros abuelos pintados de canas y bajo la textura fina de las arrugas fácilmente representan a un coronel a quien nadie le escribía, sumido en el tétrico olvido de una sociedad malagradecida y de un gobierno indiferente, que no dio el valor económico suficiente obligando a que su mayor tesoro sean sus historias y la esperanza de no morir en la miseria, lo mismo que en nuestros días ocurre, aquellos que se personifican en la sabiduría del anciano no son más que el objeto inútil tirado en una esquina como el olvido de una sociedad, bajo un régimen que los obliga a trabajar hasta las puerta del cementerio, evitando que puedan descansar en vida, no se les reconoce sus servicios y mucho menos una pensión que irónicamente puede ser por el mismo servicio de pensiones que tenía el coronel, una vez más la ficción supera la realidad.
"Algo muy grave va a suceder en este pueblo", un cuento de Gabo que trastoca la realidad y nos representa como cultura, no es más que la desgracia colectiva producto del chisme y la ignorancia de nuestra gente que nos lleva a desarrollar las peores catástrofes que podamos imaginar, la palabra es tan poderosa que ha construido imperios, pero si es mal dicha puede desatar la peor de las tempestades, y es lo que pasa en nuestro país, palabras mal dichas que trastocan culturas y pueden generar la misma reacción de las personas de aquel pueblo y generar la desgracia propia.
En fin son un son múltiples los ejemplos que podemos seguir citando, en este país hay miles de Florentinos Ariza que pueden esperar 51 años, 9 meses y 4 días para encontrar el amor, claro que algunos con menos suerte que nuestro personaje, miles de Santiagos Nasar que ya están destinados a la muerte y el fin de sus días está cantado por las amenazas que reciben, cuantas personas que por sus actos pero no tan impúdicos como los nuestro personaje están ya están en la lista para entrar a un cementerio, en este país donde hablar y reclamar los derechos ya es factor de riesgo para morir a mano del hombre, y ante los ojos de una sociedad que antes de que ocurran los hechos ya saben cuál es el trágico destino.
Esa es la realidad de nuestra vida, somos una historia y la inspiración para autores que miran lo que sucede en nuestro alrededor, somos la inspiración de un realismo mágico que maquilla nuestra realidad, pues en este país y con las mismas palabras de García Márquez, la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.