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Civilizaciones paleológicas ¿Nuestra historia pudo haber ocurrido ya y no lo sabemos?

Camilo Vargas Betancourt

Nueva York -CC BY-AS 3.0

Como seres humanos tendemos a creernos el producto último de una evolución lineal. Tenemos la impresión de que hemos llegado a ser lo que somos, con todo nuestro impresionante bagaje evolutivo, porque estamos en la última etapa de la historia. El cerebro humano es una pieza tan sofisticada de nuestra biología, tan única cuando nos comparamos con el resto de la naturaleza, que nos parece que tuvo que pasar todo el tiempo que ha pasado en el mundo para poder haber llegado aquí. Solemos dar por hecho que somos el último escalón de la evolución, lo más reciente y avanzado posible, lo más “moderno”. Pero no necesariamente es así.

Existe la posibilidad, remota, de que el impresionante despliegue de nuestra civilización sobre la tierra no sea algo único; que no seamos los elegidos que creemos ser. La vida compleja existe desde hace tanto tiempo sobre la Tierra, que lo que somos como ‘humanidad’, como ‘civilización’, ha tenido suficiente tiempo para haber pasado antes, al menos podría haber estado cerca de ocurrir. A primera vista, el asunto puede sonar casi tan ridículo como las teorías de “alienígenas ancestrales” en las que se regodea todo el tiempo un famoso canal supuestamente dedicado a la historia.

Pero este texto hace una reflexión sobre la escala del tiempo del mundo y de nosotros como especie, para, en nuestra insignificancia, contemplar la posibilidad real de que nuestras ‘sociedades avanzadas’ tal vez sean un hecho común, ordinario e incluso repetitivo de la historia de la Tierra.

La insignificancia humana en la escala del tiempo

Casi nadie anda por la vida día a día pensando en la escala del tiempo que ha pasado. Tal vez porque es algo abrumador. Como humanidad, como una especie y sociedad que se cree única y que cree que el mundo está esculpido a su escala, dicha reflexión puede causar decepción y desconcierto. Pero es bueno pensar en la cantidad de tiempo que ha pasado en la historia (la historia física, la natural) para ponernos en el lugar que realmente nos corresponde. No en el que nos hemos querido dar con nuestros propios relatos, nuestras propias historias, (¿nuestras propias revelaciones?).

Lo que revelan la física, la geología y la paleontología es que hace más o menos 13.700.000.000 años (trece mil setecientos millones) se formó el Universo que conocemos, que hace unos 4.500.000.000 años (cuatro mil quinientos millones) se formó la Tierra, y que desde hace unos 600.000.000 años (seiscientos millones) existen seres vivos complejos, como los animales, plantas y hongos de hoy. El Universo es viejísimo, y la mayor parte de su tiempo pasó sin que la Tierra existiera. La Tierra, a su vez, también es viejísima, y casi el 90% de su tiempo ha sido habitada por microbios invisibles. Solo recientemente se ha visto vida por ahí. En todo caso, ese ‘recientemente’ son 600 millones de años; también mucho tiempo. De todo ese lapso, hace apenas unos 66 millones de años sucedió la extinción masiva de los dinosaurios, los mamíferos empezaron a dominar la Tierra y hace unos 60 millones de años surgieron entre ellos los simios. Hace unos 25 millones de años, dentro de estos, emergieron los homínidos, que hace unos 6 millones de años (según los cálculos genéticos) acabaron de diferenciar evolutivamente a orangutanes, gorilas y chimpancés de nuestros ancestros más ‘humanoides’. Hace apenas 4,2 millones de años aparecen en el registro fósil nuestros predecesores distintos de otros simios más antiguos, los ‘australopitecos’. De tal modo que los ‘humanoides’ somos apenas el 0,7% del tiempo en el que ha habido vida compleja sobre la Tierra.

Apenas hace unos 2 millones de años hubo ‘homo erectus’, que empezaron a migrar y ‘colonizar’, incluso civilizar , todo el mundo, y apenas hace unos 200.000 años, de entre ellos, surgieron evolutivamente, en África, los primeros humanos u ‘homo sapiens’, que también se han dedicado a conquistar la Tierra y sus alrededores. Calculamos que apenas en los últimos 12.000 años (el 6% del tiempo que llevamos los seres humanos) pasamos de una edad de piedra rudimentaria (el paleolítico) a sociedades sedentarias y complejas (el neolítico), con usos complejos de la piedra y otros materiales, como la arquitectura. Estos vestigios de los últimos miles de años son lo que tenemos para contarnos nuestra propia historia, por lo que es justo decir que ignoramos la mayor parte de la historia de la humanidad.

Somos pequeñas fracciones de fracciones. 200.000 de humanidad es el 0,004% del tiempo que lleva la Tierra existiendo, y el 0,03% del tiempo que ha habido vida compleja en el planeta. Comparando entre animales, es solo un 0,1% del tiempo que duró la era de los dinosaurios, el Mesozoico, que durante 185.000.000 años vio el auge y caída de un sinnúmero de especies de todo tipo. Para dar una idea, en este periodo surgió el terópodo (un tipo de dinosaurio) más famoso de la actualidad, el tiranosaurio rex, y tuvo tiempo de convertirse en los descendientes evolutivos de los terópodos: las aves.

Todo esto da una idea de la magnitud de ires y venires evolutivos que han ocurrido antes de que los humanos empezáramos a marcar nuestras huellas sobre el lodo de la Tierra. A su vez, da una idea de lo rápido que hemos construido tanto, en tan poco tiempo, como humanidad y como civilización.

En realidad, de la larga historia de la Tierra sabemos lo mucho que la paleontología ha sido capaz de deducir sobre lo poco que ha quedado en el registro fósil. Una gran cantidad de nuestra historia natural simplemente está olvidada. De nosotros mismos, en esta gran escala del tiempo, sabemos lo que la arqueología logra encontrar e interpretar a pesar de lo mucho de nosotros mismos que, rápidamente, se destruye con el tiempo.

De tal modo que somos un pestañeo dentro de cientos de millones de años de vida de seres que, con todo ese tiempo, han alcanzado altísimos niveles de evolución y complejidad, y luego han desaparecido, sin que sepamos qué tanto rastro quedó de ellos. Hay especies que han tenido más tiempo para evolucionar hasta niveles altísimos de complejidad de lo que hemos tenido los seres humanos. Desde esta perspectiva cronológica, que llama a la humildad como humanidad, vale la pena plantearse la pregunta de si nuestras sociedades, construidas sobre el ingenio de nuestros cerebros y nuestra capacidad para moldear nuestros entornos, son tan únicas como creemos. Vale cuestionarnos si realmente surfeamos en la cresta de la ola de la historia. O si, por el contrario, sociedades como la humana pueden ser algo relativamente común y habitual a lo largo de esta extensa historia de la Tierra, solo que aún no hemos encontrado la evidencia de ello.

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Venus de Willendorf - De MatthiasKabel - Trabajo propio, CC BY 2.5

Si alguien encontrara fósiles humanos en un millón de años

Así como pocas personas piensan en la magnitud del tiempo que ha pasado, pocas tampoco hacen la reflexión de lo que será de este mundo y de nuestra pobre humanidad, tan agobiada y doliente, dentro de un millón de años. De nuevo, un millón de años no es nada en el tiempo de la Tierra (es el 0,2% del tiempo que ha existido la vida compleja, o el 0,02% del tiempo que lleva este planeta). Hace un millón de años no había humanos, había otro tipo de homínidos menos evolucionados. Y si por alguna razón desapareciésemos, como acabó de desaparecer la mayoría de los dinosaurios hace 66 millones de años, o si nos fuésemos de acá por alguna razón ¿qué registro quedaría de nosotros?
Antes de degradarse por completo, los restos animales pueden durar unos 10.000 años (sus restos óseos o calcáreos). Luego de esto, la preservación depende de si se da la fosilización, y esta suele ser azarosa. Los restos deben quedar conservados en un medio (normalmente lodoso o arcilloso) que mantenga la forma de los despojos durante mucho tiempo, pero que a la vez permita la filtración de cierta cantidad de agua, de tal forma que se cree un molde en el que poco a poco el agua filtrada deposite minerales que llenen ese molde. Con el paso de mucho tiempo, con este proceso se forman rocas con la forma de los restos del animal que murió allí. Esto quiere decir que es supremamente improbable que un animal quede fosilizado. Como ya se dijo, el registro fósil, con el que trabajan los paleontólogos, es un vestigio mínimo de los seres vivos que han vivido y que, en su inmensa mayoría, han desaparecido sin que podamos apreciar un rastro claro de ellos.

Pues bien, si alguien en uno o algunos millones de años encontrara los fósiles de un ser humano, probablemente lo clasificaría en el anaquel junto con el de los demás primates similares y lo caracterizaría como una especie más liviana y débil, de cabeza (y por ende cerebro) más pequeño que el de otras especies de su época como ciertos delfines, ballenas y elefantes. Con suerte, habrá suficientes fósiles humanos para pensar que, como los trilobites en la era Paleozoica, se convirtieron en una plaga y poblaron el planeta entero. ¿Qué tanto vestigio de nuestra civilización quedaría en los registros fósiles del futuro? ¿De nuestros artefactos plásticos, metálicos, de madera; de nuestros edificios de vidrio, concreto y acero?

No es fácil decirlo, pero conforme pasan los millones de años, el nivel de transformación que sufre naturalmente la Tierra no dejará en pie nuestras efímeras estructuras. Si la humanidad dejara de existir hoy, no podemos aspirar a que las ruinas de nuestros edificios y las marcas de nuestras ciudades en el piso se mantengan como testigos mucho tiempo. En tan solo unos siglos, por ejemplo, las selvas se tragaron por completo las huellas de civilizaciones complejas como los Mayas antiguos. Sin humanos más modernos para desenterrarlos y conservarlos, los restos de nuestro paso por la Tierra, seguramente, sucumbirían en pocos siglos a la colonización de plantas y hongos, y posteriormente, en pocos milenios, a las vibraciones tectónicas que todo lo cambian todo el tiempo en este planeta.

Nuestra época geológica, llamada por algunos el Antropoceno, seguramente indicará algún suceso catastrófico derivado de una gran diversidad de químicos comprimidos en una capa de roca. Obviamente el suceso catastrófico somos nosotros, que en muy poco tiempo hemos alterado profundamente la química de los suelos, el aire y los océanos. Pero con el paso de tanto tiempo, todo lo que hoy hay sobre la superficie se habrá comprimido a tal punto que hará muy difícil deducir el tipo de mundo que tenemos hoy.

Muchos de los materiales que usamos, y con los que contaminamos y ahogamos actualmente el planeta entero, se degradarían ‘rápidamente’ en la gran escala del tiempo. Nuestras herramientas de plástico y metal tardarían varios siglos en descomponerse, y lo más duradero que producimos, el vidrio, se desharía en unos cuatro milenios. De nuevo, en un millón de años, dependeríamos de lo que la fosilización logre salvar. Seguramente algo de nuestra basura actual tenga posibilidades de fosilizarse, así que eventualmente se empezarían a encontrar vestigios de una sociedad que logró hacer extrañas herramientas y artefactos, eventualmente conservados en los naturales moldes de piedra.
De tal modo que en un millón o más de años, tras la extinción de la humanidad, el registro fósil alcanzaría a dejar alguna memoria de que nos expandimos por todos lados y del nivel de avance que logramos. El hecho de que hasta ahora no hayamos encontrado hachas, ni cucharas ni celulares fosilizados permite pensar que sí somos las sociedades más complejas (al menos para fabricar cosas) que han existido sobre la Tierra.

Posiblemente no han existido antes civilizaciones animales que hayan llegado a nuestro actual nivel de complejidad. Pero puede que hayan estado cerca. Al fin y al cabo, hace apenas unos siete milenios empezamos a producir metales, y hace menos de dos siglos hacemos plásticos a gran escala. Volviendo a las proporciones, siete mil años son una pequeña fracción (el 3,5%) del tiempo que han existido los seres humanos. Semejante portento evolutivo ha vivido la mayoría de su tiempo haciendo utensilios de piedra, madera o hueso. Incluso la cerámica parece solo tener un par de decenas de miles de años de antigüedad.

¿Es posible que, en los 600 millones de años de evolución de la vida compleja, hayan existido otros animales capaces de llegar hasta estadios similares a nuestra antigua Edad de Piedra?

El eterno retorno evolutivo

La paleontología demuestra que la evolución puede ser repetitiva. Incluso, ciertas características han demostrado ser ‘convergentes’, es decir, con el tiempo la evolución tiende a caer en lugares comunes.

Por ejemplo, el rascón de Aldabra es un ave que no puede volar y que vive en el atolón del mismo nombre en las Seychelles, en el Océano Índico. Evolucionó a partir de rascones de cuello blanco, o de Cuíver, que es otra especie que sí vuela y que vive en otras islas de la región. Fósiles del rascón de Aldabra se han encontrado con 136.000 años de antigüedad. Pero la paleogeografía comprueba que de ese tiempo para acá el atolón de Aldabra quedó sumergido bajo el mar por mucho tiempo, por lo que el rascón del Pleistoceno (el de hace más de cien mil años), al no poder volar, se tuvo que haber extinguido. Luego, en tiempos más recientes, otros rascones de Cuíver volvieron a volar al atolón y volvieron a evolucionar en el rascón no volador de Aldabra. Una misma especie surgió en dos momentos distintos de la historia.
Otro ejemplo son los armadillos americanos y los pangolines de África y Asia, que parecieran parientes, pues ambos son pequeños mamíferos con armaduras. Sin embargo, la ciencia genética y la taxonomía han demostrado que los armadillos son parientes más cercanos de otras especies americanas como los osos de anteojos o los perezosos, que de los pangolines. Estos, por su parte, están evolutivamente más relacionados con los felinos, los osos y los cánidos, que con los armadillos. Sin embargo, la evolución llevó simultáneamente a dos especies distintas a desarrollar la misma característica: en este caso, armaduras. Muchos otros ejemplos se encuentran en el pasado lejano, en el registro fósil. Por ejemplo, en el Triásico tardío, hace unos 200 millones de años y más, existieron los fitosaurios, casi idénticos a los cocodrilos actuales. No obstante, estos últimos están evolutivamente más relacionados con las aves, que con aquellos fitosaurios.

Otro ejemplo, tal vez aún más impactante, son las caligramátidas. Estos insectos fueron idénticos a las mariposas en sus formas, diseños y colores, según muestra el registro fósil. Lo sorprendente es que las caligramátidas existieron durante 45 millones de años entre los periodos Jurásico y Cretácico, pero se extinguieron 15 millones de años antes de que surgieran evolutivamente las mariposas, a finales de este último periodo. Las unas y las otras no están directamente relacionadas; las primeras eran una derivación de las actuales crisopas. Pero las condiciones del entorno hicieron que insectos distintos, en momentos diferentes, evolucionaran en prácticamente la misma especie, al menos vista desde el exterior.

Todos estos son ejemplos de cómo en condiciones similares la evolución tiende a ser repetitiva. Parece que bajo los mismos factores la evolución lleva a un mismo resultado. O sea que el proceso evolutivo de los seres vivos no es una escala ascendente, en un constante “avance”, sino más bien un camino que va y viene, con recovecos y atajos prácticos que se suelen tomar más de una vez. ¿No podría entonces haber aparecido, mucho antes que nosotros, algún animal con una inteligencia relativamente equiparable? Familias animales tan tremendamente lejanas y distintas de los humanos, como los córvidos (la familia a la que pertenecen los cuervos), tienen especies con una inteligencia comparable a la de un humano de 7 años. Así lo muestran estudios en los que han puesto a cuervos de Nueva Caledonia, por ejemplo, a resolver problemas. Estas aves incluso construyen y usan herramientas. Usan palitos, no solo para hacer nidos como la mayoría de las aves, sino que los modifican e incluso ensamblan para alcanzar comida. También se les ha visto jugar con lobos, incluso se ha observado que crean vínculos afectivos con ellos.}

Si este tipo de cosas le pasa a un ave en nuestro propio tiempo, no es impensable que en el largo trasegar del tiempo y la evolución, hayan surgido animales capaces de desarrollar inteligencias y comportamientos avanzados, incluso formas de sociedad complejas, similares a las nuestras. Es posible que hayan existido ‘civilizaciones de dinosaurios’, con niveles de complejidad en algo cercanos a los nuestros en la antigua Edad de Piedra, pero de los cuales no tenemos, porque no quedó registrada o porque no la hemos encontrado aún, alguna evidencia.
Si niveles de inteligencia comparables a los de los humanos fueran algo habitual en un periodo de tiempo como el que ha pasado la vida compleja en la Tierra, entonces incluso tendrían que ser algo habitual en el Universo. Después de todo, 600.000 millones de años son apenas 4% del tiempo que lleva existiendo el Universo. En ese tiempo, y con el espacio y material que hay por el Universo, ha habido recursos suficientes para que surjan mundos, no solo capaces de albergar la vida, en términos físicos y químicos, sino propensos al desarrollo de vida inteligente (en nuestra escala de entender la inteligencia).

La humanidad y su civilización es un estallido, un despliegue inmenso de complejidad que sucede en un tiempo cortísimo, para las escalas del Universo y de la misma Tierra, y cuyo vestigio tal vez será mínimo, conforme siga el paso natural de los millones de años. En la vasta dimensión de esta historia, ha habido tiempo suficiente para muchos otros estallidos.