¡Cómo pasa la vida! En esta misma aula en 1989 me gradué como médica cirujana y recibí mi título de manos de una persona que admiraba profundamente, el Dr. Roberto Arias Pérez, quien había fundado la primera caja de compensación con el objetivo de dignificar la vida de los trabajadores colombianos. Ese día, mis amados padres, María Victoria y Gustavo, me besaron en la frente, me dijeron “buena hija” y me entregaron una copia del anillo de matrimonio de mi mamá con la fecha de finalización del internado como muestra de que adquiría un compromiso de por vida con mi profesión. Mi hermano Gustavo actuó como fotógrafo de la ocasión. Aquí estaban conmigo mis hermanos de profesión, con sus familias, compartiendo la alegría que significa, ayer, hoy y siempre, convertirse en un Rosarista.
¿Quién podía imaginar que 35 años después estaría en este mismo lugar, para posesionarme como la primera rectora de la Universidad del Rosario en sus más de 370 años, con la gracia que representa tener conmigo a mis padres, mi hermano con su esposa y mis sobrinos, mi esposo Germán y mis hijitas? Hoy también están aquí en representación de mis compañeros de generación dos de ellos: la Dra. Angela María Ruiz, Colegial, y el Dr. Marco Aurelio Venegas. Además, me acompañan personas con las que he compartido mi vida profesional y personal.
Quisiera, antes de iniciar mis palabras, agradecer a quienes me han permitido ser la persona que soy.
Dadas mis convicciones religiosas, y respetuosa de la libertad que debe existir en la Universidad respecto a las creencias de cada uno, debo agradecer a Dios y a la Virgen de la Bordadita. A lo largo de mi vida he experimentado su amor, misericordia, consuelo y protección. Ninguna tarea me parece imposible si ellos están conmigo y yo estoy con ellos.
A mis padres, abogados de profesión. Mi mamá, que para poder estar más cerca de mi hermano y de mí en nuestros primeros años, fundó con mi papá una editorial de derecho en la que era correctora de todas las obras. Mi papá, magistrado de la Corte Suprema de Justicia de la Sala Penal, a quien vi siempre anteponer el interés de Colombia por encima de cualquier otro interés y, literalmente, jugarse la vida cada vez que salía a trabajar, siempre con el respaldo amoroso de mi mamá. Mi carácter, mi forma de ver la vida, de pensar, actuar y sentir se los debo. Recibo de ellos el ejemplo de unas vidas sencillas, limpias, buenas y honorables, y el entendimiento de que la fuerza más poderosa del universo es el amor. Que en lo simple y lo cotidiano está la verdadera felicidad, que todo es pasajero, lo bueno y lo malo, que lo que queda al final de nuestros días es lo que hemos podido hacer por otros. Aquí con ellos está Lucy, que hace parte de nuestra familia desde hace más de 50 años y a quien agradezco su lealtad y amor incondicional.
A mi hermano, digno hijo de sus padres, que en el espacio que le corresponde persevera en proteger ideales como la justicia, la libertad y la verdad. Que tiene la infinita sabiduría de entender que esencialmente es un hombre de familia.
A mi esposo, Germán, con quien comparto el amor por la medicina, la bioética y la docencia, quien tuvo el valor de amarme como un adolescente cuando nos conocimos a los 54 y 64 años, respectivamente, que alegra cada día de mi existencia y que me ha permitido ser mamá, gracias a sus hijas María Paula y Laura, que ahora son nuestras. Y, además, que me eligió antes que el Colegio Elector.
A mis amigos, que son los hermanos que la vida me dio. Ellos son el lujo más exótico que tengo, porque no se sabe cuál de ellos es más inteligente, más generoso y más bueno. Espero que me perdonen por no nombrarlos, pero los que ahora estén sintiendo el corazón apretado y lo ojos aguados, esa es la señal inequívoca de que lo son.
A las universidades del Rosario, Pontificia Universidad Javeriana, El Bosque, Deusto y del País Vasco, y a sus maestros, quienes me inculcaron el amor por el conocimiento y el deseo de seguir aprendiendo a lo largo de la vida, muy especialmente al Dr. Carlos María Romeo Casabona, recientemente fallecido, mi director de tesis doctoral en derecho, abogado penalista que, con tres doctorados, en derecho, medicina e historia hechos a pulso, cuando le preguntaban qué profesión tenía, decía: profesor.
A las instituciones y a las personas que confiaron en mí y me dieron la posibilidad de servir a través del trabajo, y que con su vocación por la responsabilidad social marcaron mi vida profesional: Colsubsidio, la Clínica Misael Pastrana Borrero del Seguro Social y, muy especialmente, a la Universidad del Rosario, en la que en este año cumplí 20 años de permanencia, con reconocimiento a mis colegas docentes y funcionarios por quienes solo puedo sentir afecto, admiración y respeto.
A las mujeres Rosaristas que fueron pioneras en sus profesiones, como filósofas, juristas y educadoras, que ingresaron por primera vez en estas aulas y ocuparon cargos como colegiales, consiliarias, vicerrectoras, decanas y rectoras encargadas. Algunas de ellas, entre muchas otras, son las doctoras: Cecilia Hernández Mariño, Carmen de Zulueta y Cebrián, Olga Villa Mejía, Astrid Acevedo Montero, Helena Gutiérrez Romero, Teresita Cardona García, Silvia Forero Pardo, Stella Forero Rincón, Consuelo Sarria Olcos, María del Rosario Guerra, Martha Penen Lastra y María Luisa Mesa Zuleta. Además, quiero recordar con especial admiración a las dos primeras mujeres médicas de la Universidad del Rosario, mis colegas, las doctoras Silvia Casabianca Zuleta e Ivonne Tayeh Diazgranados. Todas estas mujeres inteligentes, con carácter y perseverantes son pioneras, rompieron estereotipos y nos permitieron con sus acciones, que hoy las mujeres del Rosario estemos en todos los lugares, ejerciendo las más desafiantes profesiones y aportando a la sociedad a través de las más diversas actividades humanas. Aquí en el Rosario, en cada una de sus facultades, existe un contingente de mujeres docentes e investigadoras con las más altas calificaciones académicas para servir al país.
Finalmente, a mis estudiantes, que son el centro de mi vida, que representan la esperanza de un futuro mejor. Yo he crecido como persona y como docente de la mano de ellos. Una de las cosas más hermosas de esta elección fue recibir cientos de mensajes de estudiantes y egresados, por todos los medios posibles, de los más increíbles lugares, que me inundaron de amor, de agradecimiento y de reconocimiento. Pude sentir la alegría y el orgullo de mis estudiantes mujeres, de las profesiones de ciencias de la salud, que ven en mi carrera la posibilidad de soñar. Fue increíble corroborar que no me había equivocado al dedicar mi vida a ellos y que precisamente en sus ojos amorosos y llenos de confianza e ilusión, encontraré la fuerza para enfrentar este reto inmenso que significa ser la rectora de la Universidad del Rosario.
Ahora bien, en la posesión del rector, se espera que la persona que asume el liderazgo de la Universidad dé unas palabras que se convierten en la bitácora de lo que sucederá en los próximos años. En este orden de ideas, antes de hacerlo, quiero agradecer desde lo más profundo de mi corazón al Colegio Elector por darme la oportunidad de cuidar de la Universidad y de las personas que la constituyen. Dispondré todo mi ser para no defraudar su confianza.
Para poder contextualizar mi intervención, quiero mostrar nuestra alma mater esbozada a través de unos datos muy básicos. Nuestro Claustro ha sido actor determinante de la historia de nuestro país por más de 370 años:
Cuenta con acreditación institucional de alta calidad por 8 años, tiene 214 programas académicos formales: 41 pregrados (21 con aseguramiento de la calidad y 3 con acreditación internacional), 81 especialidades (7 con acreditación internacional), 32 especialidades médico-quirúrgicas (12 con aseguramiento de la calidad), 50 maestrías y 10 doctorados, 25 programas de posgrado en regiones, con el respaldo de 3 unidades académicas, que representan la diversidad del conocimiento humano y en los que estudian 12 836 estudiantes de pregrado y posgrado.
Contamos con 210 convenios de intercambio y 33 convenios de doble titulación, en 56 países, que en los últimos 5 años han movilizado más de 3769 estudiantes. Somos 2089 profesores, de estos 527 a término indefinido, quienes están altamente cualificados y son apoyados por 846 funcionarios. Tenemos 67 448 egresados, de los cuales 24 919 son de pregrado, con una tasa de empleabilidad de más del 85 %.
En la investigación contamos con 5 centros, 57 grupos de investigación, 26 de ellos en categoría A1 y 3 de categoría A, con 153 semilleros y con productos de investigación de la más alta calidad y pertinencia social. La Universidad ocupa un lugar destacado en distintos rankings, que reflejan su calidad académica, la solidez investigativa, la formación de sus egresados, la relevancia de sus programas y su aporte al logro de los objetivos de desarrollo sostenible y sostenibilidad ambiental. Estamos dentro de las tres mejores universidades de Colombia y ocupamos la sexta posición del ranking dentro del sector de educación-universidades.
Somos esto y mucho más, por eso siento que hoy recibo el más maravilloso de los tesoros y me siento infinitamente agradecida y orgullosa de ser Rosarista, pero también es la causa de que cuando las personas me preguntan qué siento por ser la primera mujer que ocupa esta posición, el sentimiento que realmente me abruma es el de la inmensa responsabilidad que tengo con todas las personas de nuestra comunidad y sus familias, con todas las mujeres a las que les abriré o cerraré puertas producto del resultados de mis acciones y con el legado que debo preservar, que, deben entender, no es solo el de la Universidad, sino el de mi propia familia. No obstante, tengo la firme creencia de que el éxito de la misión que hoy emprendo no depende de mí, sino de cada uno los miembros de nuestra comunidad, de todas sus voces vivas.
Esta es la razón por la que le pedí a cada uno de los estudiantes, profesores, directivos, administrativos y egresados, dos palabras que pudieran decirme al oído, una que representara su dolor más profundo en relación con la Universidad y otra su deseo más bondadoso para asegurar que esta perdure en el tiempo. La primera palabra, la del dolor, representa el lugar temporal donde estamos ahora, lo que debemos sanar, reparar y cambiar, y la segunda, la de la esperanza, a dónde deseamos llegar y qué debemos hacer para lograrlo.
Estas palabras que salieron del corazón y la mente de tantas personas fueron consolidadas con el apoyo de tecnología e inteligencia artificial, pero volvieron a pasar a través de mi corazón y de mi mente, para poder escribir esta reflexión, que, aunque no lo crean, es de ustedes y mía, fruto del trabajo colaborativo, participativo, multidisciplinar y diverso, que debe caracterizar a una universidad en todas las dimensiones de su quehacer.
Las palabras que más frecuentemente aparecieron asociadas a lo que denominamos los dolores son: miedo, desconfianza, prevención, tristeza, incertidumbre e incluso rabia. Nos lamentamos sobre la falta de transparencia, la opacidad en la comunicación y por la forma como se han manejado los recursos, lo que precipitó una crisis. Todo esto se materializa en el sentimiento de pérdida del sentido de pertenencia, en el cuestionamiento sobre las dinámicas de poder, la forma en que tomamos decisiones, la calidad y nuestra reputación. Nos duele ver nuestra Universidad dividida.
Las palabras que se asocian a los buenos deseos para la perdurabilidad son: el trabajo centrado en la excelencia y la calidad de los procesos misionales de docencia, investigación y extensión, así como en aquellos que implican la gestión de nuestros recursos desde una perspectiva disruptiva de innovación. Desean un liderazgo que fomente la participación, basado en la ética, centrado en el humanismo, que actúe con trasparencia y que nos reconstituya como comunidad. Estas voces nos dicen que necesitamos recordar quiénes somos, la historia que nos precede, la herencia que recibimos, lo que significa ser un Rosarista. Creen que si cada miembro de la comunidad se une en el propósito de preservar nuestra alma mater, si logramos recuperar nuestro sentido de pertenencia y desarrollar una genuina vocación hacia la trasformación orientada a las necesidades sociales, lograremos preservarla para las futuras generaciones.
Este ejercicio representa que, de aquí en adelante durante el tiempo que ocupe la posición de la Rectoría, espero que ustedes y yo constituyamos una unidad, que a pesar de que a veces pensemos distinto o no estemos de acuerdo, tendremos siempre un único propósito que nos une: el mejor interés de nuestra amada Universidad. Es por esto que, si logramos mantener un diálogo participativo para la acción, que sea respetuoso, generoso, sistemático y lejano a cualquier interés particular, podremos transformarnos para ser sostenibles y perdurar.
Sé que lograremos reconstruir el tejido de nuestras relaciones y volver a confiar los unos en los otros si nuestras decisiones y acciones como individuos e institución están orientadas por principios y valores propios de una ética de máximos y no del mero cumplimiento de la norma o de la ley. Debemos pensar y actuar no solo en clave de derechos, sino de responsabilidades, trascender nuestra autonomía individual a una conectada a las necesidades del colectivo y enmarcada en el autocontrol.
Lo que viene es un maravilloso reto a nivel individual e institucional, sin embargo, no será fácil. Exigirá de cada uno de nosotros la excelencia personal y profesional, que seamos creativos para superar la incertidumbre del entorno actual y las restricciones que enfrentaremos. Nos exigirá salir de nuestro espacio de confort, alejarnos de intereses particulares y dejar de vernos como extraños morales, superando polarizaciones y buscando consensos.
Es necesario transformar nuestra cultura organizacional y favorecer un ecosistema que sea seguro para cada uno de nosotros, en donde, producto de la diversificación e innovación dentro de nuestras funciones misionales y el uso racional y equitativo de nuestros recursos, podamos contar con los medios que se requieren para desarrollar los proyectos vitales de cada una de las personas que integran la Universidad alineados con un proyecto de humanidad.
La Universidad que hoy recibo y la que debo entregar a quien me suceda no puede ser la misma. Si bien debe conservar su identidad y preservar todo aquello que nos distingue de otros, que es maravilloso y único, también necesita transformarse.
Esta afirmación tiene su justificación en argumentos como que lo que no cambia o no se adapta muere, o que incluso aquello que es bueno es perfectible. Sin embargo, creo que, en este momento, uno de los más poderosos argumentos para el cambio nace de lo ocurrido en nuestra historia reciente, que nos afectó profundamente y que involucró aspectos de institucionalidad, cultura organizacional, cuidado de nuestro capital humano y administración de recursos financieros y físicos.
Si bien los tiempos que hemos vivido no van a determinar nuestra historia y nuestro futuro, han sido muy difíciles y evidencian la fragilidad y vulnerabilidad que tiene todo ser vivo (y créanme, las universidades también lo son).
Se requirió para la protección de esta casa de estudios de la intervención de distintos actores internos y externos, liderados por el rector encargado, Dr. Gustavo Quintero Hernández, y la vicerrectora encargada, Dra. Laura Victoria García Matamoros. Sin ellos, este momento no sería posible, por eso, agradecemos a todos ellos su trabajo que la historia recordará gratamente. También debo reconocer a todas fuerzas vivas de la Universidad que visibilizaron las problemáticas existentes, a los docentes y funcionarios que redoblaron sus esfuerzos de trabajo para dar continuidad a la docencia, la investigación y la extensión con excelencia. Todos compartieron un genuino interés por preservar la Universidad. Si bien hoy nos encontramos en una situación completamente distinta, este camino aún no ha terminado.
Como la comunidad madura que somos, debemos ahora ser capaces dentro de la institucionalidad de mirar el pasado, reflexionar y aprender para transformarnos. Las crisis a veces son la clave de la perdurabilidad, de la construcción de ethos más trasparentes, equitativos, solidarios, diversos, sostenibles y justos.
Y permítanme utilizar una analogía del campo de la medicina: cuando tenemos en la práctica clínica un evento adverso, que a veces incluso es la muerte de una persona, lo que se hace es analizar qué acciones inseguras ocurrieron y cuáles fueron los factores contributivos en distintas dimensiones para cambiar las estructuras, los procesos, las tecnologías y los sistemas, para evitar que en el futuro otra persona pueda ser dañada. No podemos seguir adelante, no podemos pasar esta página de nuestra historia, si no somos capaces de analizar qué ocurrió, de forma imparcial, sin apasionamientos, sin prejuicios, para determinar con certeza qué mejoras debemos implementar en nuestro modelo de gobernanza, de control interno, de pesos y contrapesos, de rendición de cuentas, de tal forma que hacer las cosas bien sea fácil y sea difícil equivocarse o desviarse de lo correcto. Con sabiduría, debemos superar y transmutar nuestros dolores, y convertirlos en todos los buenos deseos que tenemos para nuestra Universidad.
A pesar de que todo lo que he descrito hasta el momento, es necesario lo verdaderamente imprescindible, que son las trasformaciones que deben darse en nuestras funciones sustantivas de docencia, investigación e impacto social. Sin embargo, esto no me preocupa, porque tengo en cada una de las escuelas y facultades docentes, investigadores, estudiantes y directivas que lo posibilitarán desde su excelencia profesional y personal.
Los desafíos para la docencia son inmensos. Debemos reformar nuestros currículos de tal forma que respondan, entre otros aspectos, a las problemáticas emergentes, complejas e inciertas propias de este siglo. Algunos de los retos se relacionan con el uso de nuevas tecnologías, el envejecimiento poblacional, las grandes desigualdades sociales, la protección de las libertades humanas, la sostenibilidad, el desarrollo de energías renovables, la estabilidad política, la seguridad internacional, la lucha contra la corrupción, la revolución digital, el acceso a la educación y a la salud, entre otros.
También deberemos responder a las formas como los estudiantes de hoy imaginan sus vidas y sus procesos de educativos, con una clara inclinación a ciclos cortos de formación, a la suma de credenciales o incluso al aprendizaje independiente. La educación universitaria, tal como la conocemos, está destinada a desaparecer si no entendemos qué es lo que hace la universidad que para otros es imposible de realizar, y esto cruza, sin lugar a dudas, la formación sociohumanística y ética de ciudadanos conscientes y responsables, que va más allá de la adquisición de competencias técnico-científicas.
Debemos crear trayectorias individualizadas que permitan a cada estudiante descubrir y desarrollar sus dones e intereses individuales, mediante el acceso a la oferta de todas las facultades y escuelas en el marco de estrategias de flexibilización curricular. En este siglo, algunas profesiones permanecerán, pero distintas a como las conocemos, otras desaparecerán y otras nuevas aparecerán, y en todos estos escenarios debemos estar. Dado el rápido recambio del conocimiento y las nuevas tecnologías, debemos preparar a nuestros egresados para lo impensable, ellos deberán contar con competencias desde la educación formal y no formal, que les permitan adaptarse rápidamente a las necesidades laborales cambiantes y reinventarse permanentemente. Debemos cautivar el interés de nuestros estudiantes con proyectos, retos y problemas del mundo real que les permitan entender el valor de la interdisciplinariedad, el trabajo en equipo, la comunicación, la ética, la gestión de sus emociones y el cuidado de su salud mental.
En este orden de ideas, la investigación, a mi juicio, es el elemento que mayor incidencia tiene en la trayectoria profesional de un estudiante. El contacto con un grupo de investigación sólido, insertado en redes de conocimiento, y la participación en semilleros liderados por mentores que enseñan lo que investigan y cuyas investigaciones responden a las necesidades reales de la sociedad hacen que los estudiantes desarrollen un pensamiento crítico, un rigor intelectual, un uso efectivo de recursos y una sensibilidad social, tan necesarios para el desarrollo de nuestra sociedad.
Por esta razón, debemos continuar y fortalecer la construcción de un ecosistema de apoyo y fomento, en el que profesores e investigadores encuentren formación, estímulos, ayudas, acompañamiento y el nicho adecuado para el desarrollo de sus pesquisas, para la construcción de redes de cooperación de carácter nacional e internacional y para la divulgación y transferencia de sus resultados.
Este es el momento para que la Universidad contribuya a la construcción de una Colombia que sea una sociedad del conocimiento, apostando por la colaboración interdisciplinar, en el contexto de la integridad científica, fomentando la investigación formativa en el pregrado, que desarrolle habilidades inquisitivas, la curiosidad, la creatividad, el comportamiento autónomo, la capacidad de aprender a aprender y actualizarse para estar siempre en el estado del arte de sus respectivos campos, y para que aquellos que opten por una vida de investigación, tengan los más altos estándares de calidad y las mejores aptitudes para servir a la sociedad. Para lograrlo, se debe reconocer la diversidad investigativa. Cada disciplina es un mundo en sí misma, con sus tiempos y con sus métodos. Lograr la unidad, la cooperación entre las distintas áreas del conocimiento que se reconocen y valoran, es una tarea que lograremos con un trabajo mancomunado.
Finalizo con una exhortación a todos los miembros de la comunidad para darnos la oportunidad de recordar el gran valor que significa ser un Rosarista, que afiancemos nuestro sentido de pertenencia y devolvamos a nuestra alma mater lo que nos ha dado, permitiéndonos llegar a donde estamos, especialmente con el acercamiento de nuestros egresados a sus distintas facultades y escuelas. Los invito a que seamos los guardianes de nuestro legado. Muchas gracias.
Conozca también: https://urosario.edu.co/periodico-nova-et-vetera/nuestra-u/Ana-Isabel-Gomez-Cordoba-se-posesiona-como-rectora-de-la-Universidad-del-Rosario