Los tiempos perfectos
Por:Juan Manuel Sarasua
Foto:Alberto Sierra, Milagro Castro, Ximena Serrano, Juan Ramírez
Ambiente
Por:Juan Manuel Sarasua
Foto:Alberto Sierra, Milagro Castro, Ximena Serrano, Juan Ramírez
Cuando el río se comunica con la ciénaga, se mete bastante cantidad de peces. Y cuando no se comunica, estamos empobrecidos porque no le entra nada.
Quien habla es Édgar Meza, un pescador del corregimiento el Venero, de la Ciénaga de La Rinconada, al sur del departamento del Magdalena. Él hace parte de la comunidad de la ciénaga que ha participado en el proyecto Retos de la conservación con gente: modos de vida sostenibles y gobernanza del agua local coordinado por Diana Bocarejo, profesora de la Escuela de Ciencias Humanas e integrante del Grupo Mutis de la Vicerrectoría de la Universidad del Rosario, un grupo de investigadores de diferentes escuelas y facultades que analiza de modo transversal “las dinámicas y procesos de transformación socio ambiental”.
A pesar de la situación de abandono de muchas de estas zonas por parte del Estado, los habitantes de estas tierras se sostienen gracias a la complementariedad entre el cultivo en tierras compartidas de yuca, maíz y, a veces, frijol, y la pesca. “El uso de la tierra y del agua en esta región ha permitido el desarrollo de formas diferentes e innovadoras de gestión del sustento”, declara Mateo Vázquez, investigador del proyecto.
En este proyecto, que se viene desarrollando desde 2016 en conjunto con la Universidad Javeriana y la Universidad de Antioquia, se analizaron las estrategias de gestión comunitaria de diez poblaciones de la ciénaga. Uno de sus productos de comunicación es el especial multimedia Las vidas enmarañadas de La Rinconada, Magdalena, que presenta las historias de Édgar y otros habitantes de la zona en el contexto de tradiciones locales como las artes de pesca, las costumbres de siembra y recolección de alimentos, de los métodos de gestión comunitaria y la colaboración con investigadores universitarios, entre ellos varios del Rosario.
Con el Grupo Mutis, y de la mano de la Fundación Iguaraya, se adelantó un proceso de formación y reflexión conjunta con los pobladores locales sobre la importancia de propagar y sembrar árboles nativos, tales como el campano, el cedro amarillo o iguamarillo, el mangle (Symmeria paniculata), entre otros, para fomentar el bienestar social y ambiental. Así, se crearon viveros para producir entre 10.000 y 20.000 plántulas al año que servirán para dar sombra, proteger el hábitat de buena parte de la fauna que los habitantes consumen y preservar un grueso del terreno de entrada del ganado.
En la ciénaga, el agua y la temperatura condicionan cuatro tipos de ciclos estacionales: verano, inviernillo, veranillo e invierno. Estos ciclos son conocidos y muy bien aprovechados por los habitantes y con ello han podido asegurar el sustento a muchas generaciones.
Los investigadores advirtieron un uso recurrente de la expresión “los tiempos perfectos” para referirse a los años previos al inicio del siglo XXI cuando el clima se comportaba de manera regular y las lluvias llegaban “cuando debían llegar”
Pero la estabilidad de los movimientos de agua, las intervenciones humanas y las cada vez más duras condiciones de temperatura ocasionadas por el cambio climático han afectado drásticamente este equilibrio. “La ciénaga es la madre que nos da el pan a todos y el agua no entra más desde que el caño se ha taponado impidiendo que los peces que vienen del río entren a la ciénaga”, continúa Édgar.
Muy cerca de allí, en la Sierra Nevada de Santa Marta, Bocarejo participa en otro proyecto sobre el uso del agua para ayudar al fortalecimiento del Fondo de Agua de Santa Marta y Ciénaga (FASNM). Con los profesores Adriana Sánchez del programa de Biología de la URosario, Andrés Guhl de la Universidad de los Andes, y Jorge Escobar, de la Universidad Javeriana, el proyecto ha permitido el trabajo de jóvenes investigadoras, como Natalia Giraldo y Fernanda Preciado, quienes estudian las valoraciones sociales de la naturaleza y las estrategias comunitarias para la gobernanza ambiental.
Y lo que cuenta Manuel Corredor, un campesino cafetero habitante de la Sierra, acerca de los cambios que se han sufrido, demuestra la incertidumbre y los desafíos que nos pone el cambio climático: “Hoy en día las cosas no se dan igual. Ha habido unos cambios, la temperatura, la atmósfera. Ya los tiempos no se prestan para ciertos cultivos, porque miremos que ahora resulta que se han dañado muchas cosas en los sistemas atmosféricos. Hoy en día, en los meses que son de verano resulta lloviendo; en los meses que son de lluvia resulta que hace verano, entonces sí ha habido unos cambios en las temperaturas. Ahora no se cuenta mucho con los climas, como cuando trabajaba mi papá, como se laboraba en aquellos tiempos en las fincas, porque todo ha sufrido cambios. Entonces pa´ decir que una finca a uno va a volverle a producir esas 400 cargas de café que se cogían allá ya no es posible”.
“A la compleja realidad de nuestro país, en la que viven millones de personas a diario, hay que sumar las consecuencias que está trayendo, y que traerá, el cambio climático. La solución no está en pensar en lo social o ambiental por separado, sino en definir estrategias que sean justas y exploren todas las posibilidades de vivir mejor con los ríos, los bosques o las ciénagas, y comienza por reconocer los muchos esfuerzos locales de gestión”, puntualiza Bocarejo. “Solo en la cuenca del río Magdalena se pueden ver problemas enormes como los cambios y la pérdida de biodiversidad, los procesos de sedimentación y de erosión que vienen de las pérdidas de cobertura de las cuencas, el impacto generado por las hidroeléctricas en la parte alta, la contaminación por el petróleo (como ocurrió en 2018 en el caño Lizama, Santander), y también la contaminación de las grandes ciudades que vierten todos sus desechos al río. Los problemas ocasionados por el cambio climático son exacerbados por todas estas acciones”.