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Álvaro Pablo, el oyente

Kevin Hartmann y Daniel Deaza

portada

Sentarse a hablar con Álvaro Pablo era un bello desafío cotidiano. Implicaba tener afiladas lecturas, conceptos y palabras. Recordarlo implica volver a la Estrella, al café, a las mañanas que se pasaban con olor a cigarrillo y conversaciones sobre lo divino y lo humano. También es volver a la oficina de Luis Enrique Nieto (q.e.p.d.) en donde el tiempo no era protagonista, ni siquiera existía, y las conversaciones, que tenían direcciones laberínticas en algunos momentos, hacían que las charlas fueran tanto interesantes como muy valiosas. No solo porque su erudición podía ser intimidante, sino porque tenía una característica cada día menos común: sabía escuchar. Y lo hacía con atención y delicadeza. Sentando tomando café, o de pie en la plazoleta del Rosario, Álvaro Pablo sacaba su cajetilla de Marlboro roja, encendía un cigarrillo y miraba al suelo. Parecía un gesto corriente, pero era su manera de prestar atención; de atender a quien lo buscaba.

Algunos sociólogos han defendido que el símbolo de la ‘hípermodernidad’ es el exceso de individualismo que estimula el narcisismo. Nuestras relaciones contemporáneas parecen estar signadas por ese rasgo. Su manifestación más evidente se produce a la hora de hablar. Hoy en día todos nos hablamos sin escucharnos. Es un ritual extraño. Dos, o más personas se encuentran y proceden a presentarse mutuamente un monólogo. Se dicen cosas, lo que sea, poco importa el contenido. Lo importante es hablar: verbalizar y exteriorizar; aparentar gracia y pontificar. Pero Álvaro Pablo no era un símbolo de esta época. Él se resistía a ese absurdo: incluso, lo combatía. Él estaba lleno de una generosidad cada vez más escasa: la de quien está dispuesto a escuchar. Quizás era su manera una manera de enfrentar la celeridad del mundo, de resistirse a sus cambios abruptos. Ese mismo mundo que, al final, parecía incapaz de descifrarlo y de respetar su espacio. Tal vez esa generosidad, esa capacidad de escucha, fue el secreto que le permitió generar un verdadero ejército intergeneracional de discípulos que lo admiraban y lo seguían: para hablarle, para escuchar su consejo, para encontrar la referencia bibliográfica o la palabra que no sabían que necesitaban hasta que Álvaro Pablo la mencionaba.

De hecho, Álvaro Pablo se tomaba en serio las palabras. Las cuidaba, las cultivaba. Eso lo puede notar cualquiera que lo haya leído. Por eso lo buscamos tantos para prologar nuestros libros. Porque su pluma los embellecía, los enaltecía. Es más, a veces esos prólogos resultaban siendo mejor que los libros mismos. También cuando hablaba hacía gala de su perfecta maestría de la lengua. Y no solo en el salón de clases, en donde, mezclado con un histrionismo proverbial, hacía resucitar a Gaitán, a Lleras Camargo o a Laureano Gómez cuando se preparaba para hablar de la Violencia liberal conservadora del siglo pasado. Su voz embrujaba al auditorio y sabía, como un exquisito director de orquesta, regular los efectos de su embrujo para transmitir su mensaje, su argumento, su enseñanza del día.

Álvaro Pablo sabía encontrar en el laberinto de la sintaxis la palabra adecuada hasta en las conversaciones más frívolas de la cotidianidad. Era un hombre de frases largas, pero perfectamente construidas. Escribiendo, por el contrario, buscó evitar párrafos innecesarios y apuntarle a frases precisas y contundentes. Afortunadamente aún tenemos el registro de su voz en el programa de la emisora de Universidad del Rosario “Hoy, ayer y mañana” que cofundó junto a su amigo Luis Enrique Nieto Arango (q.e.p.d.) y varios condiscípulos, entre ellos Daniel Deaza, coautor de este artículo. Entre otras cosas, ellos tres tenían una rutina muy conmovedora: planear una lectura mensual de algún libro que quisieran leer, comúnmente era de Historia o literatura. Al pasar el mes, se encontraban y no paraban de hablar del libro. Con Kevin Hartmann, por ejemplo, tenían una tradición similar los viernes para hablar de la historia del Claustro. Esa tradición fue el origen del libro que escribimos en homenaje a la memoria prodigiosa del doctor Nieto.[1] Sus conversaciones son de las cosas que más atesoramos en nuestro paso por el claustro. El tiempo fue cómplice para que las horas duraran más y las ideas, los chistes, los comentarios y las preguntas nos embriagaran hasta entrada la noche.

Así no lo pareciera, Álvaro Pablo era un hombre de proyectos. Ya mencionamos el programa de radio. Pero también estaba el semillero de investigación de los lunes a las 5 pm junto a Luis Enrique Nieto, que en realidad era un hervidero de ideas, lecturas y memoria institucional. Las conversaciones largas sobre Antonio Nariño, el MRL y Germán Colmenares derivaron en artículos publicables en la revista del Rosario y en Cuadernos para la historia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.[2]

Con Álvaro Pablo, además, entendimos que hay cosas que no se aprenden dentro del aula y que los cafés matutinos son un método de enseñanza muy eficaz. Uno podía encontrarlo en las mañanas, muy a las 6 en punto, y antes de que cada uno se encaminara a sus deberes universitarios, era necesario tomarse un café. Una simple pregunta era antesala de las mejores conversaciones: ¿qué anda leyendo? ¿qué libro ha comprado? ¿qué tema está viendo en clase? ¿qué lectura le ha llamado la atención?

Se pueden destacar muchas otras características de Álvaro Pablo. Podríamos enumerar, entre otras, su memoria prodigiosa, llena de lecturas, de libros, de citas, de anécdotas. De igual manera, su generosidad con el conocimiento. O mejor, su amor al por compartir su saber. Nunca le dolió regalar libros. Más bien parecía disfrutarlo, porque podía quedarse horas comentándolo con el feliz destinatario de su generosidad. Pero su virtud de la lectura no se limitaba a leer textos, sino también personas. En el saludo él podía distinguir emociones. ¿Qué le preocupa? ¿Necesita hablarlo? ¿Está nervioso? ¿Qué le alegra tanto? Álvaro Pablo invitaba a desahogarse por medio del diálogo aparente en donde uno podía verse enfrascado en un monólogo de catarsis y él era un fiel oyente. Por eso insistimos, sobre todo, en que Álvaro Pablo debe ser recordado por su vocación de escuchar y de saber cuándo y qué decir. Era un hombre que prestaba atención y que estaba preparado para intervenir en el momento oportuno. Hablar con él fue prácticamente un método de catarsis para todos sus cercanos. Pocas cosas más terapéuticas que la complicidad y la empatía.

Álvaro Pablo, el oyente. Así decidimos ponerle al presente perfil ya que la capacidad de escuchar con la paciencia que refleja sabiduría es un algo que es cada vez más difícil de encontrar, y Álvaro Pablo lo conservaba y lo promovía. Él era un excelente receptor de ideas y dejaba vivir las charlas. Nunca buscaba ser el centro de atención, sabía que las mejores conversaciones son las que viven solas, esas que parecen caóticas pero que son hermosas dentro del caos, como el cosmos, una serie de estrellas que carecen de orden pero que son bellas dentro del caos mismo; así eran las charlas con Álvaro Pablo. Ahora bien, este rol de oyente se complementaba a la perfección con su rol activo del diálogo, el oyente y el conversador, una perfecta combinación. Cuando recordamos a Álvaro Pablo, podemos ver la imagen de un senderista, alguien que disfruta el andar, disfruta el recorrido. Álvaro Pablo sabía bien que compartir ideas era un estilo de vida.

Hasta ahora podemos dimensionar la magnitud de lo que hemos perdido en lo personal y en lo institucional con su partida. Se fue ese ser mítico que habitaba la estrella y que a todos los estudiantes les generaba curiosidad; se ha ido un ser que escuchaba a todos con una mirada al horizonte, que era paciente en la escucha y prudente al hablar; se fue quien encontraba lo mejor de cada uno por medio del diálogo, se va un rosarista que amaba el Rosario y que era consciente de que el diálogo y el café son de las mejores maneras de enseñar y compartir. Gracias querido profesor Álvaro Pablo porque al final del día dejó un legado que debemos compartir y proteger: el diálogo y la escucha como ejercicio de pedagogía.

 

 

[1] Hartmann, K (2021) Luis Enrique Nieto Arango: Reminiscencias de un rosarista. Editorial de la Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia.

[2] Deaza, D (2015) La interpretación de la defensa de Antonio Nariño. Revista Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, Volumen 1 Número 3. https://repository.urosario.edu.co/items/e5de3456-96b3-4134-8ca8-011dd3aff63f

Grupo de Investigación de la unidad de patrimonio Cultural e Histórico, (2015) El MRL, esa es la cuestión.  Revista Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, Volumen 1 Número 8. https://repository.urosario.edu.co/items/bac6a2dd-734c-42c0-ab7c-5693bfceda73

Esquema para una historia de las ideas políticas en Colombia durante el siglo XIX y otros textos / Germán Colmenares; estudio introductorio Germán Colmenares y su aporte a la historiografía nacional por Álvaro Pablo Ortiz Cuadernos para la historia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (2015).