Fantasías sobre la abundancia y sus poseedores
Tomás Molina, Ph.D
La mayoría de la gente quisiera escapar de la relativa precariedad en la que vive. Por eso nos hemos inventado fantasías en las que hay ríos de leche y miel, como en el medieval país de Jauja. En él no había que trabajar, la comida colgaba de los árboles y las necesidades de todos estaban satisfechas. Los modernos también hemos imaginado lugares así, solo que usualmente los hemos proyectado en un futuro indeterminado. Llegará el día, creemos, en que todas las necesidades humanas básicas quedarán satisfechas. Nadie tendrá hambre y nadie vivirá sin lo necesario. Esa fantasía nuestra tiene implicaciones políticas importantes. El proyecto político de la democracia moderna se estructura a partir de ella. Votamos con la esperanza de que algún día se haga realidad. Soñamos despiertos con un mundo así. De hecho, las campañas políticas suelen hacernos pensar que tal cosa está a la vuelta de la esquina. Si tan solo votamos por el candidato correcto, se hará realidad. Un mundo de abundancia para todos, empero, no es lo único con lo que fantaseamos.
Adam Smith vio que mucha gente fantasea con las vidas de los ricos y poderosos. Se preocupa por su destino como si fuera el suyo propio. Hoy día hay gente que lloró a la reina Isabel como a su abuela cuando murió. Lo anterior se debe, según Smith, a que la vida de los ricos parece perfecta y digna de emulación. En la fantasía, esa vida es todo lo que uno quisiera para uno. Esta gente quiere vestirse y vivir como imagina que lo hacen los ricos. Esto lo digo para mostrar algo muy evidente: no solo fantaseamos con un mundo de abundancia ilimitada para todos sino también con uno en el que nosotros somos los ricos y poderosos, con acceso, por supuesto, a la abundancia ilimitada que creemos que los últimos tienen. Smith sabía muy bien que las vidas de los poderosos no son tan maravillosas como las imaginamos. Aún así, al creer que lo son, hacemos un gran esfuerzo en nuestra vida para alcanzarlas. ¿Acabará aquí el repertorio de fantasías sobre la abundancia y las riquezas? Evidentemente no. Pero no tenemos espacio aquí para todas. Mencionemos apenas un aspecto más de la fantasía que Smith explica.
Adam Smith - Dominio público
A Smith le hizo falta algo que Freud sí vio: en el amor también hay odio. Ese odio se puede dirigir a los ricos y poderosos mismos, de manera que el amor-odio recae sobre un mismo objeto, o puede dirigirse a quienes ponen en peligro, al menos en la fantasía, la perfecta vida de los ricos. El primer caso es, por ejemplo, el del esnob rechazado por los nobles. Los ejemplos en la literatura abundan. Tanto en Proust, como en Stendhal, como en Conrad, encontramos personajes que odian secretamente a quien más ardientemente quieren imitar. En “Los duelistas”, novela del último escritor, un húsar francés de apellido Feraud odia con intensidad al aristocrático D’hubert. La razón de este odio, que provoca un duelo tras otro, es el supuesto ridículo que el último le hizo pasar al primero en la casa de una señora aristocrática. Pero entre líneas uno puede ver el esnobismo de Feraud, un hombre que por todos los medios busca tener el brillo de la aristocracia, sin conseguirlo, mientras D’hubert sí lo tiene. En otras palabras, Feraud odia a D’hubert porque el último es lo que el primero querría ser. El resultado es su odio impotente e insaciable.
El segundo caso es el del clásico sirviente (también muy abundante en las artes) que se identifica con su amo hasta el punto de odiar los enemigos de este como si fueran los suyos propios. El mayordomo de Downton Abbey es un buen ejemplo. Defiende a la familia Crawley como si fuera la suya propia. O el de "Django Unchained", quien se identifica con los intereses de su amo hasta el punto de ser más cruel con los esclavos que el mismo amo. En este caso, el amor-odio también están presentes. Solo que al menos a primera vista recaen en distintos objetos. Y esto da lugar a fantasías de que el sirviente es parte de la familia real del amo (en vez de tener un mero contrato laboral con él) y de que hay un enemigo que pone en peligro la abundancia de la familia, o que explica, de hecho, por qué la familia no goza de la abundancia que le correspondería por sus títulos o herencias.
Tenemos, en conclusión, fantasías sobre un mundo de abundancia para todos; fantasías sobre las vidas perfectas de los ricos; fantasías de que odiamos a los ricos, aunque en realidad los amamos; y fantasías de que otros ponen en peligro las riquezas que no son nuestras.