La Democracia y el Rosario
Luis Enrique Nieto Arango
El día de 1909 en que se inauguró la estatua de Fray Cristóbal de Torres, en el centro del Claustro Rosarista, el Colegial, Catedrático y antiguo Rector Nicolás Esguerra, en su discurso, señaló la influencia de las Constituciones originales del Rosario en la adopción del modelo republicano de gobierno en nuestro país.
La historia nos muestra como fue de difícil, además de sangrienta, la transición del Régimen Colonial a las formas de gobierno independientes en los países derivados de la América Española.
Como sabemos México intentó constituir un imperio, por lo menos en dos ocasiones, luego de su independencia: el primero en 1822 en cabeza de Agustín Iturbide y el segundo en 1864 bajo Maximiliano de Habsburgo-Lorena.
José de San Martín propuso para el Perú el establecimiento de una monarquía constitucional, e incluso intentó conseguir un príncipe de la Casa Sajonia-Coburgo-Gotha para que la dirigiera, lo que fue rechazado tanto en el Perú como en Chile y la Argentina.
El libertador Simón Bolívar, en 1826, redactó para la recién creada República de Bolivia una Constitución que establecía una presidencia vitalicia y hereditaria que despertó igualmente una enorme oposición.
En la Nueva Granada, luego del 20 de julio de 1810, se creó el Estado Libre e Independiente de Cundinamarca que eligió como primer Presidente al rosarista Jorge Tadeo Lozano.
Por esos hechos históricos se ha pensado que esa democracia doméstica, propia tal vez de los conventos del Medioevo, practicada desde tempranas horas al interior del Colegio del Rosario, facilitó la aceptación generalizada de la forma republicana de gobierno en todo el territorio granadino, sin tropezar con grandes obstáculos.
Las gentes ilustradas de la Nueva Granada era bien pocas, es cierto, pero en su gran mayoría se habían formado en Santafé de Bogotá en los dos Colegios Mayores: el Colegio de San Bartolomé y el Rosario.
Estos Claustros reunían entre sus cuatro paredes, en las aulas, en los dormitorios, en el refectorio, en el patio central y durante más de siete largos años a los jóvenes estudiosos, provenientes de las tan apartadas regiones que conformaban este aislado Nuevo Reino de Granada, bastante fragmentado, no solo por la geografía sino por la propia cultura y aún por la economía que no propiciaba precisamente los intercambios regionales.
De no ser por la necesidad de adquirir los conocimientos en Artes, Teología, Jurisprudencia Civil y Canónica y Medicina, que conformaban el saber de la época, no hubiera sido ni siquiera imaginable que todas estas gentes, de zonas tan apartadas, se hubieran podido conocer, conviviendo largos años y llegando a concebir que sus diferentes idiosincrasias alguna vez se unirían para emprender el camino a la conformación de una nación soberana.
Por eso, esa diversidad que llegó a confluir, durante una época definitiva de la vida, en un sistema sui géneris de gobierno estudiantil, pudo tener una influencia en la organización político-administrativa de lo que es hoy Colombia y, por lo mismo, no debe parecer pretencioso ni ingenuo calificar al Claustro Rosarista de Cuna de la República, como lo proclama alguna de las placas que adornan sus paredes.
Esta realidad debe estar muy presente en las reflexiones que deben hacerse en estos tiempos en los cuales, por una parte, se conmemora el Bicentenario de la Independencia pero, de otra parte, se avizoran escenarios difíciles para la democracia que, en su concepción moderna, no puede ser simplemente el gobierno de las mayorías, sino muy especialmente el del respeto por las minorías y, por lo tanto, el derecho a la oposición que exige igualmente la aceptación plena de las diferencias y de la diversidad.
Todo lo anterior fundamentado en una ética civil incluyente, que permita el libre desarrollo de la personalidad y haga realidad el ideal, consagrado en nuestra Constitución Política, de un estado social de derecho en paz, organizado en forma de República unitaria, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.
La realización total de esta República Ilustrada, con la que sin duda soñó Cristóbal de Torres, es seguramente aún una utopía, pero esta Alma Máter no puede desfallecer, desde su tarea educativa, en su búsqueda, sin cuyo logro quedaría trunco el ideal fundacional, expresado hace ya 365 años.