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La medida de la transición

Manuel Guzmán-Hennessey

Revista Nova et vetera - Logo

@Guzmanhennessey

Las universidades deberían abrir el debate sobre las ideas de la transición hacia una nueva sociedad. Este debate debe ser multidisciplinar, pero sobre todo debe convocar a las disciplinas sociales y económicas. El eje de esta transición es el cambio energético.

¿Cómo debería ser la transición hacia esa nueva sociedad? Para avanzar hacia una sociedad sin carbono, que no dependa de la quema de combustibles fósiles para generar energía, esto es: para producir electricidad y para mover los sistemas de transportes en las ciudades, la transición debería partir de examinar las opciones que la sociedad tiene para sustituir las energías derivadas de los combustibles fósiles, por energías renovables.

De lo anterior se deriva una segunda necesidad colectiva, que también debería estimular el ejercicio académico: controlar los factores asociados al crecimiento desregulado incluyendo el aumento de la población, examinar las tendencias sobre el uso de los suelos y los territorios, teniendo en cuenta que las prácticas agrícolas y ganaderas no deberían alterar los ciclos biogeoquímicos del agua y de los demás componentes de la atmósfera. A lo anterior hay que agregar criterios de valoración, restauración y protección de la biodiversidad; evitar prácticas industriales que generen desertización, y fomentar procesos democráticos que faciliten el acceso de la población al arte, la ciencia y la cultura.

¿Qué se necesita para aspirar a un programa global de transición? Me refiero a toda la sociedad del mundo. ¿Un acuerdo global? ¿Un nuevo protocolo de naciones? ¿Qué se cumpla el Acuerdo de París? Mientras yo redacto esta nota está reunida en Bonn la sociedad del mundo, revisando precisamente los avances del Acuerdo de París. ¿Y a qué conclusión han llegado? A que probablemente las metas que allí propusieron los países, sobre medidas de mitigación de su emisiones, fueron hechas demasiado de prisa, y por enede se impone revisarlas para adecuarlas mejor a las realidades de lo posible.

El presidente de los Estados Unidos había prometido decir en Bonn si finalmente su país ratificaría el Acuero de Paris o lo negaría. Días antes de empezar la cita pospuso tal decisión para después de la reunión del G-7 que será en 2018. Coherente como ha sido por priorizar lo económico sobre la vida, concede mayor importancia a la reunión de los 7 países más poderosos del mundo que a aquella donde confluyen todos, empezando por los más vulnerables.

¿Es posible acelerar la transición global hacia una nueva dependencia energética más limpia sin contar con los Estados Unidos? Nadie lo cree. ¿Qué ocurrirá entonces con la decisión de China, si su “socio natural” no cumple el acuerdo de las naciones firmado en 2015? ¿Cuánto tiempo es necesario para llegar hasta un escenario de confluencia real que refleje la voluntad de todos los pueblos? ¿De qué dimensión temporal debería ser la Gran Transición? Nadie lo sabe. Y la incertidumbre, siempre inherente a los procesos de negociación sobre el clima, es ahora mucho mayor.

El principal obstáculo de esta transición es el modelo mental que domina el viejo paradigma, y la velocidad a la que avanza el cambio climático. Es probable que no tengamos tiempo de hacerla debido a las incertidumbres inherentes a la evolución de la crisis que hoy vivimos, o al recrudecimiento probable de esta crisis entre 2020 y 2050.

No obstante, hay que empezar a trabajar unidos, aún en la incertidumbre, antes de que sea demasiado tarde. Algunos versos del poema Itaca de Constantino Kavafis (1863-1933) algo nos pueden ayudar a entender mejor la encrucijada en que actualmente se encientra la humanidad:

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

Invito a las universidades a cumplir su asignatura pendiente: estimular un debate abierto sobre el carácter antropogénico que tiene el cambio climático, desafío inédito de las ciencias sociales y humanas. Entender que el cambio global es un problema emergente de la cultura humana debería dar lugar a una profunda reflexión sobre la índole de lo que somos, sobre nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza, sobre nuestra conducta colectiva y sobre nuestra capacidad de ofrecer respuestas, también colectivas, frente a las situaciones límite a que nos vemos expuestos.

La aproximación desde la filosofía también resulta inaplazable, o más bien, desde el ejercicio empírico de la especulación filosófica: ¿Somos realmente una especie suicida? ¿Somos la más depredadora de las especies? ¿Nos servirá de algo nuestro neocortex para enfrentar esta crisis? ¿Nos servirá acaso más nuestro cerebro reptil? ¿por qué si conocemos los peligros no cambiamos el rumbo? Si es tan evidente la certeza de la ciencia y está en nuestra razón biológica la conservación de la vida por sobre todas las cosas. ¿Por qué no paramos y rectificamos? ¿Por qué no reconocemos nuestros errores colectivos y fundamos una nueva unidad humana que nos garantice a nosotros mismos la supervivencia de la vida?

Para descifrar la medida de la transición hacia una sociedad verdaderamente sostenible es preciso entender que entre 2020 y 2050 está nuestra última oportunidad de reacción colectiva. Y que debemos empezar esta transición al mismo tiempo que nos adaptamos a las consecuencias del cambio climático.

Por eso conviene saber que el concepto de ‘adaptación al cambio climático’ ha venido evolucionando también, a medida que conocemos los nuevos informes de la ciencia, hasta el punto de que adaptarse al cambio climático hoy ya no sugiere exclusivamente adecuar las infraestructuras físicas de las ciudades para prevenir los riesgos probables, sino empezar a pensar en cómo construir una sociedad resiliente a los cambios que se darán por décadas, y quizá centurias.

Y pensar, mientras nos adaptamos, cómo rectificar el modelo de sociedad que hizo crisis y reemplazarlo por otro que no contenga en su diseño la semilla del cambio climático. La adaptación a la crisis climática —así entendida— demanda hoy un esfuerzo coordinado de todas las sociedades del mundo para enfrentar este doble reto. He ahí el desafío de una educación universitaria a tono con los tiempos que hoy vivimos.