Pasar al contenido principal

Lo que nos deja el año de 2019

Manuel Guzmán Hennessey

Portada

El año de 2019 pasará a la historia como aquel en que la especie humana conoció, con certeza científica, la magnitud de la amenaza contra la vida.

Entre octubre y diciembre de ese año se declararon estados de emergencia climática en muchos países, y recién empezado el 2020, la Unión Europea ha anunciado su objetivo de convertirse en una economía carbono neutral antes de 2050. Habían pasado, tan sólo, diez años desde 2009, y la manera como había evolucionado la problemática daba cuenta, quizá, de un acortamiento inusual de los periodos en que suelen producirse los grandes cambios en las sociedades. En 2009 archivamos la que se consideró la esperanza de reacción global: la cumbre climática de Copenhague.
 
En efecto, los entendidos en estas materias, como Rondo Cameron (1925-2001), sostienen que el periodo entre los grandes cambios se ha venido acortando a medida que avanzó la sociedad tecnológica avanzada y derivó en una serie de crisis sucesivas, ascendentes y complejas, que, en realidad, más parecen las múltiples manifestaciones de una única crisis: la del pensamiento humano relacionado con la idea del progreso[1].

Al advertir la velocidad con la que avanza la crisis global algunos se han preguntado si los próximos diez años nos serán suficientes para reaccionar, o si es un periodo demasiado corto, en virtud de la magnitud de los cambios que habría que emprender. Otros han especulado en que ese cortísimo periodo (diez años) podrá ser en adelante la nueva medida de los periodos de los grandes cambios en las sociedades.

Lo cierto es que sí es un periodo demasiado corto para realizar cambios que requieren de un tiempo de planeación por lo menos igual (o más largo), pero no tenemos más alternativa que emprenderlo, apoyados quizá en la más o menos insulsa reflexión de que si fuimos capaces de desestabilizar el clima del mundo en tan solo una generación (¿1950-2018?) podremos resolver el problema en la siguiente (¿2020-2050?).
 
El año de 2019 nos deja la certeza de que entró en su etapa terminal la idea de progreso que guio la civilización occidental durante el siglo XX. 
 
Ahora bien, ¿Evolucionaremos hacia una nueva forma de sociedad o persistiremos en mantener las bases de la sociedad de la crisis y con ello, profundizar las raíces del antropoceno? Los pensadores que creen que lo correcto es mantener las bases de la actual sociedad, debido a que el progreso alcanzado nos augura desarrollos mayores e, incluso, soluciones ‘mágicas o de mercado’, generalmente ignoran (o minimizan) los datos de la crisis; por el contrario quienes piensan (quienes pensamos) que podemos y debemos dar un salto cualitativo hacia una nueva forma de sociedad, evidentemente reconocemos la crisis, aunque las ideas sobre una nueva economía (o sobre una nueva forma de sociedad) suelen resultar inasibles y desconcertantes (aún) para la mayor parte de la sociedad. Estas debido no ofrecen (no lo podrían hacer) evidencia empírica de su validez, y sus alcances suelen trascender los límites actuales del conocimiento.

col1im3der
 

El libro de Daniel Bell “The Coming of Post Industrial Society: A Venture in Social Forecasting” es un buen ejemplo de ello. Nos informa que la sociedad post industrial tocará a su fin, pero no se aventura a decir cómo será la nueva sociedad. Entre los pensadores que apostaron por una nueva sociedad se destaca Taichi Sakaiya, quien advirtió que “está por nacer una sociedad auténticamente nueva”[2]. Lo notable de este pensador es su audacia para salirse de los modelos de análisis tradicionales y argumentar que para imaginarse esa nueva sociedad no resultaban válidos los métodos de análisis y las estadísticas utilizados en la era industrial.

Sakaiya tampoco aceptó como universales los supuestos intelectuales de nuestra época, escribió que había que trascender los enfoques de la era industrial y adoptar una perspectiva basada en la observación y el análisis de las civilizaciones humanas en el largo plazo. ¡Bingo! Sakaiya, en el apogeo de la civilización industrial y en pleno vigor de todos sus paradigmas dominantes, pudo entrever que el eje de esa nueva sociedad no serían ya los ‘valores de cambio’ de la sociedad del antropoceno sino los valores del conocimiento basados en el soporte humano (lo llamó el humanware).
 
Cameron planteó cierta forma de ‘curva logística’ en el desarrollo de las grandes olas de cambio en el mundo. La primera de ellas empezó a ascender a mediados del siglo V, alcanzó su apogeo en el XII y luego descendió hasta mediados del XV. Una segunda ola comenzó a mediados del siglo XV, alcanzó su cenit a fines del XVI y descendió hasta apagarse a mediados del XVIII. Una tercera ola (como también lo señala Alvin Toffler) empezó en los estertores del siglo de las luces (ya lo he dicho: el racionalismo, el positivismo, y después el industrialismo y la conformación del pensamiento único) y declinó a mediados del siglo XX (hacia 1945 o 1950).

La historia de los veinte años que siguieron a 1973, afirma Eric Hobsbwam, es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. También fue alrededor de 1970 cuando empezó a producirse una crisis similar, desapercibida al principio, que comenzó a minar el ‘mundo de las economías de planificación centralizada’[3]. Si esto es así, y si atendemos los datos del antropoceno, quiere decir que estamos entrando en un periodo decisivo de la historia de la vida. Entramos en él muy lentamente, desde estas crisis de finales del siglo XX, un periodo de caos, es cierto, pero que, no obstante, nos ofrece su posibilidad bifronte: o avanzamos hacia un nuevo tipo de sociedad (caso nuevo orden) o sucumbimos en la hecatombe de la crisis global.
 
En materia de crisis climática, 2019 superó todos los records. Fue el año más caluroso de la historia moderna. Julio de este año fue el mes más caluroso en el mundo desde que se miden las temperaturas, justo por encima del registrado en el mismo mes en 2016, según datos del servicio europeo Copernicus sobre el cambio climático. Así lo registra un despacho a AFP para TVN-2 Mundo Verde clima de París[4].  

col1im3der
 

Según Copernicus, julio de 2019 fue un 0,04 ºC más caluroso que julio de 2016, año del récord precedente, marcado por la influencia del fenómeno climático de El Niño.“Julio es generalmente el mes más caliente del año en el mundo, pero según nuestros datos el de este año fue el más caluroso desde que se hacen las mediciones”, declaró en un comunicado el jefe del servicio, Jean-Noël Thépaut. Europa sufrió dos olas de calor en menos de un mes, una primera excepcionalmente precoz a fines de junio y una segunda muy intensa en julio, donde varios países como Alemania, Bélgica, Holanda y Francia batieron récords.

Según Copernicus, las temperaturas estuvieron por encima de las normales en Alaska, Groenlandia y partes de Siberia, así como en Asia central y en algunas regiones de la Antártida.
 
En 2019 se celebró la Cumbre del Clima (COP25) en Madrid. Y fue, como casi siempre ha ocurrido en este tipo de reuniones, otro fracaso diplomático más. Pero Global Carbon Proyect, que elabora desde 2006 informes anuales sobre las emisiones de CO2, reveló allí un informe de la Organización Meteorológica Mundial, según el cual las emisiones crecieron a un ritmo más lento en 2019 por varios motivos: la Unión Europea y Estados Unidos redujeron las emisiones procedentes de la combustión de carbón. Y en China y la India, donde las emisiones siguen creciendo, lo hicieron más lentamente que otros años por la ralentización del crecimiento económico.
 
Volvemos al principio: la crisis no es ecológica sino de la idea del progreso asociada con el crecimiento ilimitado de las economías y las sociedades.

 


[1] La idea del progreso es un concepto sociológico y filosófico, no obstante, algunas aproximaciones literarias, como las del Manifiesto ‘Dark Mountain’ de Hine y Kingsnorth, pueden brindarnos nuevas perspectivas sobre el cambio de paradigma. Escriben: “lo que queda después del derrumbre de las civilizaciones que se extinguen es una mezcla de escombros culturales, personas confundidas y furiosas, cuyas certidumbres las han traicionado y esas fuerzas que siempre estuvieron ahí, más profundas que los cimientos de las murallas: el deseo de sobrevivir y el deseo de encontrar sentido”. Hine y Kingsnoth se apartan del iluminismo prometeico del racionalismo (que hoy puede leerse en clave de ‘capitalismo desregulado o neoliberalismo’) cuando rechazan la fe en que las crisis convergentes de nuestro tiempo pueden reducirse a una lista de problemas ‘necesitados’ de soluciones tecnológicas o políticas. Afirman que las raíces de la crisis residen en la historia que nos hemos venido contando sobre la idea del progreso (el mito), sobre el mito de la centralidad humana y el mito de nuestra separación de la naturaleza. Algunos atribuyen al pensamiento de Occidente de la era post industrial la construcción de la idea del progreso como un factor lineal: el pasado como narrativa del progreso, por lo cual el futuro es una sucesión ineludible del pasado. Hegel y Compte postularon la idea de que la historia tenía una forma propia y evolucionaba de acuerdo a ella. A Jacob Burckhardt se le debe quizá la primera clasificación lineal de la historia: antigüedad, edad media, modernismo. H.G. Wellspublicó en 1920 su “Esquema de la historia Universal”, donde plantea, tal vez por primera vez, la idea de que el progreso social debe conducir, siempre, hacia la felicidad colectiva. Sin duda alguna, la idea más audaz de ‘progreso’ es la de Yuval Harari planteada en Homo Deus: la inteligencia artificial superpoderosa es la etapa superior y última del progreso humano, después de la cual, todo lo que antes se consideraba ‘humano’ quedará obsoleto.

[2] Taichi Sakaiya, Historia del futuro, editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1994

[3] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Crítica, 2007

[4] https://www.tvn-2.com/mundo-verde/clima-y-tiempo/cambio_climatico/ano-acumula-records-temperatura-mundo_0_5366463345.html