Luis Enrique Nieto, flores a su tumba
Paulo Córdoba
Traer a la memoria el recuerdo de alguien como el Dr. Luis Enrique Nieto es mucho más difícil que aceptar su partida definitiva. Acaso porque ese recuerdo muestra que uno de los efectos más propios de la muerte es el gran vacío que ella deja en la vida de quienes pierden a un ser querido.
Lao Tzu escribió alguna vez que
Decir pocas palabras es lo natural.
De ese modo, el torbellino
que agita las cosas como si fueran insectos
no dura una mañana entera.
La tormenta repentina tampoco dura un día entero
(Tao Te Ching, I, 23)
Entre los indígenas mirañas de la Amazonía colombiana, se cree que nombrar a quien ha muerto atrae a su espectro (ná:ßénè) de vuelta con la preocupación de saber por qué ha sido nombrado entre los vivos (Karadimas, 1999, p. 392). Por eso, cada vez que alguien dice el nombre de una persona fallecida, en una conversación grupal, lo normal es que sus interlocutores mirañas lo intenten acallar para así dejar descansar al difunto en paz.
Sin embargo, en Occidente la costumbre señala que son precisamente las palabras el mejor medio para honrar a alguien, sin importar cuán difícil sea invocar su recuerdo a través de ellas. En consecuencia, no me contendré de expresar algunas cosas que considero más que relevantes para homenajear al Dr. Nieto, quien llegó a ser uno de los pocos Maestros que tuve durante mi paso por la Universidad del Rosario.
Precisamente por estas fechas se cumplieron siete años desde que conocí al Dr. Nieto, gracias a otro de mis más grandes Maestros: Álvaro Pablo Ortiz. En ese entonces apenas había tomado la decisión definitiva de convertirme en historiador, por lo que haber cruzado palabras una mañana con ambos, en la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico Rosarista, era sin duda alguna un hecho que me motivaba aún más a emprender mi nuevo camino.
Pero, dado que esa reunión no había sido planeada, yo me encontraba en las condiciones propias de un día de clases corriente: desgarbado, mal vestido y con una vieja mochila al hombro. Lo que me impresionó fue que al Dr. Nieto, al mismísimo Director de la Unidad de Patrimonio, eso lo tuviera sin cuidado.
Ese tipo de cosas aparentemente simples o baladíes dan cuenta del tipo de persona que él era: era ante todo un caballero, un hombre sencillo con una actitud ampliamente des-complicada, alguien que no posaba de importante a pesar de que sin duda alguna lo fuera. Por tal razón, no me resultó para nada difícil aceptar entrar a su grupo de investigación de la Unidad de Patrimonio. Una vez allí, mi respeto y admiración por sus ideas y su personalidad solamente creció más y más con el paso del tiempo.
Con el Dr. Nieto tuve la oportunidad de emprender varios proyectos que muy probablemente no hubieran podido tener cabida en otros contextos académicos. Tanto él como Álvaro Pablo Ortiz siempre tuvieron una gran visión para identificar necesidades historiográficas y educativas, por lo que no fue muy difícil materializar algunos esfuerzos investigativos que ahora ya son parte de la posteridad.
En un primer momento, contra todo pronóstico, contribuimos a la publicación del libro Esquema para una historia de las ideas políticas en Colombia durante el siglo XIX, y otros textos, donde reposa -entre otros documentos- la tesis de pregrado del reconocido historiador colombiano Germán Colmenares (2015). Esta hazaña, más allá de ser un homenaje a un destacado historiador de nuestro contexto, tuvo la intención de poner a circular una parte de su obra que permanecía inédita, olvidada en algún lugar del depósito de libros de la Biblioteca del Rosario.
Después de eso, el Dr. Nieto empezó una campaña constante para que nosotros, los miembros de su grupo de investigación, empezáramos a escribir y a publicar en esta misma revista institucional. No estoy seguro de que hayamos escrito y publicado tantas cosas como él hubiera querido; pero lo cierto es que algo salió a la luz pública por este medio, cosa que siempre lo puso muy feliz. Quizá porque así se materializaban todavía más sus enseñanzas.
Al poco tiempo de que esa campaña en pro de las publicaciones institucionales comenzara a surtir algunos efectos positivos, la Universidad del Rosario impulsaba un novedoso e interesante proyecto: el surgimiento de la emisora virtual URosario Radio, donde tuvimos la oportunidad de presentar una propuesta de programa radial que fue acogida con gran amabilidad y entusiasmo por Sebastián Ríos, Director de la emisora y un gran aliado de la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico Rosarista, a quien el Dr. Nieto siempre le guardó un cariño especial por todo lo que hizo para visibilizar a nuestro grupo de trabajo.
Todas estas cosas las hicimos en un lapso de siete años. Durante ese tiempo muchas otras cosas sucedían paralelamente: varios estudiantes del grupo de investigación de la Unidad de Patrimonio nos graduábamos, Álvaro Pablo Ortiz publicaba algunas obras de su autoría en importantes espacios de divulgación masiva, y el propio Dr. Nieto culminaba algunos proyectos tanto personales como institucionales en los que nuestro grupo de trabajo, de hecho, no se concentraba ni aportaba mayor cosa.
No obstante, todos estos sucesos paralelos siempre estaban conectados de alguna manera, pues semanalmente nos reuníamos todos los miembros de la Unidad de Patrimonio en la oficina del Dr. Nieto para hablar no solo acerca de nuestros proyectos compartidos, sino también de nuestras vidas particulares.
Recuerdo que el día en que recibí el título de Historiador el Dr. Nieto se acercó a mi familia para decirles que, de alguna manera, ellos se las habían ingeniado para “educar a una verdadera promesa del pensamiento”. Mis padres, quienes nunca vivieron conmigo durante mi proceso de formación universitaria, se sorprendieron al escuchar estas palabras que venían de -él sí- un verdadero intelectual. Acaso porque esa frase desbordaba sinceridad, no era una broma de mal gusto o un sarcasmo, y también porque representaba más que una simple felicitación para ellos. Al cabo de un año él les repetiría esa misma, mientras yo recibía el título de Magíster en Filosofía.
El Dr. Nieto constantemente me decía que el Rosario era mi casa no solo porque estudié en sus instalaciones, sino también porque intenté devolverle a la Universidad, con investigaciones académicas y lealtad, el honor de haber recibido durante toda mi carrera una de sus últimas becas de exención de matrícula, destinadas a ayudar económicamente a los diez mejores promedios ICFES de cada región del país.
Justo unos meses después de graduarme de la maestría, cuando fui a contarle al Dr. Nieto que la Universidad Nacional me había abierto las puertas de su Doctorado en Estudios Amazónicos, él nuevamente me repitió que no olvidara nunca que el Rosario era mi casa. No importa cuán lejos me fuera, siempre que regresaba a visitarlo a su oficina, él me daba la bienvenida y me reiteraba lo mismo. Creo que, al final, lo que ni él ni yo previmos jamás era que una gran parte de esa casa -de verdad una parte muy grande- se derrumbaría el día de su partida.
Una vez el propio Dr. Nieto me contó que él fue quien escribió las palabras que aparecen en la placa de color negro que reposa justo antes de llegar al Archivo Histórico del Rosario, en el segundo piso del Claustro, donde dice: “Luis A. Robles. 1849-1899. Colegial. Doctor en Jurisprudencia, Catedrático y Servidor de la República. Su vida y obra ejemplares enseñan que la sangre afrocolombiana nutre las raíces de la patria”. Yo le dije que esa placa me gustaba bastante, que me inspiró y me animó muchas veces a seguir adelante durante toda mi época de estudiante.
Lo que nunca le dije fue que esa misma placa me hizo empezar a desear que mi vida y mi obra, algún día, llegasen a demostrar que la sangre amazónica también nutre las raíces de la patria. Pero ese deseo nunca expresado sino hasta ahora ya es parte de la gran paradoja que envuelve mucho del dolor que me genera la muerte de un ser tan apreciado, como lo fue el Dr. Luis Enrique Nieto: el hecho de saber que nunca le pude expresar suficientes cosas mientras estuvo vivo.
Por tanto, en un momento tan triste como el actual solo me queda desearle flores a su tumba, una expresión que tomo prestada de Alejandro Sánchez Lopera (2018), otro de mis grandes Maestros, quien me enseñó que la mejor manera de honrar la memoria de alguien importante es a través de un reconocimiento tanto de su obra como de su personalidad.
Adiós, Dr. Nieto. Su legado ya es parte de la historia de todos aquellos que lo conocimos.
Referencias
Colmenares, Germán. (2015). Esquema para una historia de las ideas políticas en Colombia durante el siglo XIX, y otros textos. Bogotá: Universidad del Rosario.
Karadimas, Dimitri. (1999). “L'impossible quête d'un Kalos Thanatos chez les Miraña de l'Amazonie colombienne”. Journal de la Société des Américanistes (85): 387-398.
Lao Tzu. (2012). Tao Te Ching. Trad. William Scott Wilson. Madrid: Dojo.
Restrepo, Carlos; Sánchez Lopera, Alejandro & Hernández, Ernesto (Comps.) (2018). Gilles Deleuze, flores a su tumba. Bogotá: Gustavo Ibañez Editores.