Perséfone
Juan Pablo Quintero
El Museo Arqueológico de Heraclión, en la isla de Creta, alberga una majestuosa escultura que representa a una corpulenta Perséfone de impávido semblante, sosteniendo un sistro en su mano derecha y algún artefacto ya desaparecido en la izquierda. El museo la clasifica como Isis-Persephone, apelativo que conmemora el aporte egipcio al rastro del culto a esta diosa, como lo describió Apuleyo. La figura data del siglo II d.C. y fue hallada en un templo en Gortina, a pocos kilómetros de Heraclión, dedicado justamente a las deidades egipcias. Junto a la efigie se hallaron los restos bien conservados de una escultura de Zeus-Seraphis y de Cerbero, el cánido tricéfalo que custodiaba las puertas del inframundo.
Perséfone, o Proserpina en la tradición latina, es conocida por ser la diosa de la muerte; sin embargo sus facultades son poco convencionales para ser la reina del inframundo. La historia, ya tardía en la Grecia clásica, cuenta que Perséfone, hija de Zeus y Deméter, se encontraba un día recogiendo narcisos en la región siciliana de Enna, cuando fue sorprendida por un enamorado Hades, quien la raptó con la aquiescencia de Zeus. Al enterarse Deméter, diosa de la agricultura, entró en cólera y maldijo la tierra a una racha prolongada de sequía. Frente a la crisis, Zeus le pidió a Hermes que intercediera para traer de vuelta a su hija. Sin embargo ésta, durante su estancia en el inframundo, ya había saciado su apetito con una granada ofrecida por Hades, lo que la comprometía a ser su reina. A pesar de esto, Hermes logró llegar a un acuerdo. Durante dos tercios del año Perséfone podría salir al mundo terrenal, al cabo de los cuales debería volver a ocupar el trono de ébano. Y así durante cada año.
Perséfone era entonces, también, la diosa de la primavera. Cuando salía a la superficie, la tierra daba frutos. Su madre, ahora alegre, igualmente favorecía los ciclos de cosecha y recolección. Normalmente se las adoraba juntas, sobre todo en la península Ática en dónde se celebraban grandes fiestas durante esa época del año. Sin embargo, cuando Perséfone volvía a la oscuridad del valle del Estigia, el mundo se convertía en un lugar desolado y triste. Ella misma transformaba su personalidad. Los distintos relatos míticos, e incluso la estatuaria lítica que la representó desde el siglo V a.C. hasta la destrucción de toda evidencia del culto por los godos de Alarico en el siglo IV d.C., la representan severa, dominante, pero también melancólica.
Apenas y se mostró compasiva frente a la lira de Orfeo, quien había bajado a pedirle a Hades la liberación de Eurídice, la driada de los bosques mordida por una serpiente mientras huía de Aristeo. Poco caso le hizo éste que tan siquiera notó su presencia. Orfeo intentó persuadirlo tocando su lira, pero finalmente fue Perséfone la que, seducida por la intensidad de la música, intercedió para que Hades le diera una oportunidad de llevarse a su amada. Y así lo hizo, pero bajo la condición de que Orfeo saliera del reino de los muertos sin mirar atrás para comprobar que Eurídice lo seguía. Falló. Poco antes de llegar a la superficie, desconfiado de no poder regresar en caso de haber sido engañado, volteó la mirada para ver a la driada desvanecerse para siempre de sus manos. La tristeza lo embargó a tal punto que dejó de tocar su lira con la cual favorecía las cosechas. Enfurecidas, las mujeres de Atenas lo sacrificaron.
Perséfone tenía una posición importante en los cultos órficos. La adoraban junto a Dionisio, que aparecía bajo el nombre de Iaccho como su hijo, su hermano o su novio. Por tanto, los templos dedicados a uno u otro, como el de Gortina, bien pudieron haber servido de escenario de rituales místicos en los que se consumían importantes cantidades de bebidas alcohólicas y se celebraban la muerte y la vida desde una perspectiva marginal a los cultos tradicionales griegos. En efecto, los seguidores de los misterios dionisiacos se sometían a grandes periodos de abstinencia antes de beber las ingentes cantidades de vino para llegar a estados alterados de conciencia y lograr la desinhibición del cuerpo. Los rituales eran iniciáticos en los secretos de la inmortalidad. Dionisio, así como Orfeo y como Perséfone, había visitado el inframundo y regresado. Se conocían como misterios, ya que no todos los secretos eran revelados a todos los iniciados. La clave de los misterios estaba en descubrir la fórmula para no beber el agua del Estigia que el barquero Caronte ofrecía a los muertos antes de ayudarlos a cruzar el río.
Un propósito similar perseguían los rituales celebrados en Eleusis, actual Elefsina, en la periferia Ática. Según una de las muchas versiones, una vez raptada Perséfone, Deméter recorrió el mundo en su búsqueda hasta llegar a Eleusis donde quiso descansar. Se disfrazó de anciana para pasar desapercibida y el rey Celeus la acogió en su hogar. Como una forma de gratitud, Deméter cubría con ambrosía el cuerpo del hijo del rey y lo ponía sobre el fuego para darle la inmortalidad. Sin embargo, en una ocasión la madre del pequeño la sorprendió y la acusó de intentar asesinarlo. Deméter, ofendida, reveló su verdadera personalidad y los eleusinos construyeron un templo en su honor para resarcirse.
El santuario de Deméter se remonta al periodo micénico y para el siglo VIII a.C. ya había ganado reputación en la región por los rituales dedicados a Perséfone. Los misterios eleusinos celebraban la llegada de la primavera, cuando la diosa ade la muerte salía a la superficie, y el final del otoño, cuando regresaba al inframundo. En estos, los iniciados ingerían una bebida llamada kykeon, después de un tiempo de ayuno, y algunos privilegiados entraban a Telesterión, el templo en donde el hierofante les enseñaba las reliquias de Deméter, el secreto de la inmortalidad. Los secretos no podían ser revelados a nadie bajo pena de muerte o de exilio.
Las ceremonias de otoño, la Gran Eleusina, representaban el rapto. Perséfone indefensa e impotente. Pasiva hasta cierto punto. La representación del escultor italiano del siglo XVI, Gian Lorenzo Bernini, que se encuentra en los pasillos de la Galería Borghese en Roma, la muestra frágil y desdichada tratando de evitar su ya acordado destino. Su sino dependía de la intervención de Zeus, de la caridad de Hades, de la astucia de Hermes, de la búsqueda implacable de Deméter, a veces del carisma de Dionisio y del fuego infatigable de Hécate, la diosa de la noche y de los espíritus. Era Kore Perséfone, la hermosa virgen de Deméter, Neotera la joven, y Melinda, la consorte de Hades. Pero también era Praxidike, la reina del inframundo y la ejecutora de los castigos impuestos a las almas atormentadas. Y su imagen, angustiada e imponente, es la imagen de la inmortalidad.
Para profundizar:
Burkert, Walter (2005) Cultos mistéricos antiguos. Trotta, Madrid.
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