La India Catalina y el síntoma americano
Hernán Urbina Joiro
El ocultamiento de la india Catalina, además como protagonista de primer orden en la conquista de América, no sólo por incuria premeditada, sino también —cuando no era posible negar más su existencia— por deformación de su biografía, se dio por motivaciones ideológicas pero también por miedo neurótico, por resentimiento, por envidia, por todo aquello que denominaremos Síntoma Americano, expresado desde el siglo XVI en la América Mestiza —incluso la que habita el sector anglosajón—, Síntoma que también expresó la india Catalina, mujer mestiza después de su secuestro, tal como describe Levi-Strauss que opera el mestizaje por la cultura.
Fueron diversos los mecanismos de la Conquista, pero todos confluyeron en la dominación de los territorios americanos y la ubicación de los pueblos originarios, como a la mayoría de sus descendientes mestizos, en situación de inferioridad, incluida a la propia india Catalina, aunque ella fuera el factor determinante de la conquista de América en los territorios de Cartagena de Indias. La palabra Síntoma deriva del griego sýmptōma, que significa caer juntamente, y la desventaja que cayó sobre los pueblos originarios americanos y sobre sus descendientes cayó juntamente con el principio de la Conquista española en el siglo XVI y aún perdura.
Hasta el año 2006 se ignoraron más de un centenar de documentos sobre la existencia de la india Catalina y no se puede omitir que quien oculta suele tener miedo o resentimiento o, como señalaba Octavio Paz, envidia, que, más que una complacencia narcisista, es la comunicación de una gran pérdida que se niega. Negar sistemáticamente un hecho es a menudo señal de que bajo ese afán yace algo más poderoso que lo que en apariencia se intenta traspapelar. Veremos que la india Catalina resultó un buen vehículo para expresar el Síntoma Americano: negación, ocultación, envidia, resentimiento, en un intento repetitivo y fallido de volver al principio para avanzar, pero siempre quedando atrapados en el dolor del rapto de La Conquista y la soledad de la Independencia.
¿Qué sentido tendría escudriñar en los personajes de la Historia si ello no nos ayuda a entendernos? Freud llamó neurosis a esa vivencia de amenaza que tiñe de peligro a objetos y personas, paralizando a individuos, y, de acuerdo a Lacan, también a sociedades. Pero por tratarse de vivencias aprendidas, también existe la posibilidad de poder desaprender esa vivencia desfavorable. Las consideraciones sobre El Síntoma Americano se hacen para todo un colectivo en desventaja desde La Conquista, en donde no es difícil advertir mestizos siempre con miedo a volver a ser lastimados, a fallar siempre en la protección de una herida personal que ahora atribuye a sus mismos coterráneos, u ocultando todo lo que le recuerda su “inferioridad”.
¿Qué otra cosa, sino el miedo a la perdición de su pueblo “pecador” —y de ella misma—, empujó a la cristianizada india Catalina a evangelizar a su propia etnia? ¿No fue el miedo —y otra vivencia muy relacionada, el resentimiento— lo que después la llevó a denunciar a Pedro de Heredia —que, como probamos, era su amante— por robar el oro de la Corona española? Fue el miedo —aún más trágico— que la llevaría a vivir con un pariente de Heredia para terminar también abandonada cuando don Pedro fue absuelto en el primer juicio de residencia en Cartagena. La historia de la india Catalina es la historia de una derrota personal y colectiva, afín a la derrota de los pueblos originarios de América, enterrados por siglos bajo posturas excluyentes y degradantes.
Quienes aún maldicen —todos sin revisar con seriedad lo mínimo respecto al tema— que la india Catalina no pasó de ser una puta que se acostó con Pedro de Heredia, ni siquiera saben que tienen algo de razón: la palabra puta deriva —al igual que el antiguo término italiano putto o putta— del latín vulgar puttus, que significa niño o niña , que describe a alguien que no ha crecido lo suficiente, de edad inferior, como la América Mestiza rezagada, como la india Catalina, que quedó a medio camino de ser una venerable india sobrina de caciques principales, como lo era en su infancia, o una respetable india españolizada y cristianizada, como las hubo en el siglo XVI. Puta es expresión vinculada con el latín putida, que significa hedionda, podrida, de mal olor, como la América corrompida y corruptora que principió en el siglo XVI, como la india Catalina, de todas formas, viciada violentamente desde su infancia por la ideología conquistadora.
La América Mestiza no es de definirse por la vida de alguno de sus mestizos notables, sino como colectivo, como la define la CEPAL: “El coeficiente de Gini —que mide la desigualdad— aumentó en la mayoría de países latinoamericanos donde los niveles de desigualdad eran inicialmente y siguen siendo— de los más altos del mundo [...] En situación de pobreza están 168 millones de personas en Latinoamérica [...] la tendencia a la baja de la pobreza se ha desacelerado y las estimaciones para 2015 muestran que aumentó en casi un punto porcentual. La misma dinámica se observa para la pobreza extrema y se prevé un incremento en 2015.
O puede definirse como el territorio americano donde se suceden indolentes, desde el siglo XVI, élites gobernantes y caudillajes de derecha o de izquierda, que dictan en repúblicas fingidas con constituciones transitorias o por la fuerza arbitraria de los poderes: la región americana que aún busca su serenidad, como la india Catalina, perturbada tras su secuestro siendo niña, la mujer gobernada sucesivamente por sus padres, Diego Nicuesa, la iglesia católica, Pedro de Heredia, Alonso Montes y que cae finalmente desengañada de quién lideraba “su proyecto salvífico”. La América Mestiza es aquella que, tras expulsar a los últimos soldados españoles en el siglo XIX, debió luchar entre americanos para impedir —siempre fallando— la vuelta al absolutismo, con presidentes duraderos que escogen a su sucesor; la América de satisfacciones parapetadas por una ocultación que falla, porque le recuerda siempre que se siente “inferior”.
Mucho se oculta todavía en la vida de la América Mestiza: la injusticia, la impunidad, todo aquello que no afirma su verdad. Las rémoras de la América del siglo XVI, del tiempo de la india Catalina, siguen siendo en esencia las mismas en la América Mestiza, donde no se sabe con certeza qué hacer con la Independencia ni se prevé cuándo salir de los intentos fallidos de derrotar la duda envejecida desde el siglo XVI. La india Catalina tuvo la entereza de denunciar a Heredia por robar oro; entereza que hoy falta en la América Mestiza corrompida. La india Catalina no se limitó a remachar en dialectos aborígenes las frases de Heredia. Ella hizo el empalme entre dos mundos antitéticos y, siempre que pudo hablar, pudo disuadió la guerra. Fue el enlace definitivo entre España y Cartagena de Indias, motivada por su convencimiento ideológico cristiano, como en el mestizaje mismo.
Desde 2006, con Entre las huellas de la india Catalina, ya no es válido explicar la Historia de América en el siglo XVI sin enfrentarse con la vida de la india Catalina, como tampoco lo sería si se prescinde de La Malinche mexicana. Es posible que alguien lo intente, pero torcería a su capricho nuestra historiografía. Catalina y Malinche —con motivaciones muy diferentes— sufrieron el Síntoma y sin saberlo ni quererlo, ayudaron a transmitirlo a los descendientes mestizos: encarnan el origen de esta América todavía potencial, aún por levantarse y recuperar su serenidad. En esta edición 2017 de Entre las huellas de la india Catalina se restaura, aún más, una historiografía corroída por quienes le temen a Catalina o sufren invidĭa, que significa corroer, vivencia regular en la América Mestiza de enorme canibalismo parricida que ha derribado a muy diversas republicas y líderes desde el siglo XVI.
El Síntoma será, en últimas, un asunto de conciencia moral, de una conciencia que no logra estar a gusto, por más que lo simule, que teme, que resiente, que envidia y oculta enfermizamente. Pulsión de muerte, llamó Freud a la actitud de neurótico que no se quiere curar y que en la América Mestiza residiría en el terco intento de ocultar o distorsionar lo propio y lo de los demás. Freud indicó que, de todas maneras, donde reside la pulsión de muerte, residen también las mejores posibilidades de curar la neurosis, por lo que escrudiñar ese sentido trágico de ser mestizos americanos ―como trágica fue desde su infancia la india Catalina― podría llevarnos a llevar un mejor curso, aun cuando cambien los vientos buenos. No en vano la palabra sýmptōma está muy relacionada con la expresión sintonizar.
La india Catalina no vistió prendas indígenas siendo adulta, como la muestra su estatuilla y su monumento en Cartagena de Indias. ¿Por qué nos fascina su apariencia nativa en la estatuilla y el monumento? Tal vez porque esa sea la forma con que la añoramos secretamente; tal vez porque la india Catalina de la estatuilla y el monumento se resiste a morir y a volver a vestirse de española.
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