Música, cultura y tradición: el esplendoroso folclor del Valledupar
Alex Ricardo Cotes Cantillo
Alex Ricardo Cotes Cantillo
Adentrarse en la cultura, música y tradiciones del Valle de Upar, significa rememorar la imagen de esas tierras fértiles, exuberantes en riquezas naturales y con un capital humano de incalculable valor y gallardía.
Se me vienen a la mente los recuerdos de ese vasto y fecundo territorio, apremiado por la esperanza de quien quiere regresar, sintiendo el corazón colmado de profunda emoción cuando me encuentro en sus entrañas; en ese Valle de Upar, portentosa nación Chimila, surgida de valerosos y enhiestos pobladores que habitaron esas tierras desde el río Magdalena hasta las inmediaciones de Barrancas, en la Guajira; incluso, señalan los historiadores, se considera que el Valle de Upar se extiende desde el río Magdalena hasta bien cerca a Riohacha.
La nación del Cacique Upar, forjadora de una irredimible estirpe lírica, cuyo sello indeleble se nos refleja actualmente a través de su medio cultural, es una evidencia irrefutable de la simbiosis étnica que marca todo el territorio del llamado Nuevo Mundo: allí vinieron a confluir a plenitud las culturas de América, África y Europa; en ese Valle de Upar, indios y negros sintieron la necesidad de hermanar sus causas en señal de resistencia contra la opresión y dominación de los invasores europeos; en ese Valle, vivificado por montañas y ríos, tuvo lugar esa gesta heroica de sus aborígenes pobladores que se alzaron con enjundia frente a los embates de los conquistadores y colonizadores de toda laya; frente a esa aculturación impuesta forzosamente, quedaron vestigios del legado y origen cultural aportado por negros e indios en sus lenguas, costumbres, tradiciones y formas de vida. La realidad histórica indica que producto de esa trietnicidad, de esa inusitada variedad de vertientes, se forjó el hombre Vallenato: indio, negro y blanco en toda su extensión.
Quizás de ahí, del mestizaje étnico, fluye en todo este territorio, ese prototipo de persona sincera, alegre, espontánea y, ante todo, musical. Basta visitar las extensas tierras desde el sur del Cesar en Aguachica, pasando por Chimichagua, Chiriguaná, Tamalameque, El Banco, El Paso, Becerril, Codazzi, San Diego, La Paz, Villanueva, Urumita, El Molino, San Juan del Cesar, Fonseca y, por supuesto, las capitales de los actuales departamentos del Cesar y la Guajira, Valledupar y Riohacha, para constatar de primera mano, la enorme e inquebrantable vocación musical que allí se vive.
Así pues, a toda esa amputación cultural y cercenamiento espiritual a la que se vieron sometidos nuestros aborígenes, a esa fusión y aculturación, le sobrevive hoy en día, como muestra de restablecimiento de nuestro mundo cultural, el folclor Vallenato, nuestra música vallenata, como bandera ondeante en señal de libertad, como tributo a esos hombres guerreros y como aspiración legítima hacia la felicidad de los seres humanos.
Así se evidencia en aquellos citados pueblos, en donde el corazón se torna fecundo, ahíto de sentimientos al escuchar las melodías dispuestas en el acordeón, acompañadas de la caja y guacharaca; el espíritu humano se engrandece con ese folclor, la sabiduría popular por antonomasia; el folclor es algo que se designa con estimación porque hace parte de nosotros mismos, de lo que somos, de la realidad de nuestro presente y lo insondable de nuestro futuro.
El folclor es, sin lugar a dudas, una reafirmación de nuestra propia identidad cultural, que se transmite de generación en generación, de la espontánea transferencia de conocimientos; igualmente, ha tenido lugar merced al lenguaje, como expresión de sentimientos y valoración de la propia conducta humana. Asimismo, el lenguaje se materializa como la forma original de cada cultura, y es lo que ha posibilitado la irrupción de mitos y leyendas de inconmensurable valor literario y cultural, entre ellas, la leyenda Vallenata, el lago Navova, la Sirena de Hurtado, la leyenda de Francisco el Hombre, la leyenda de Andrés Montufar; así como, los mitos de la lagartija tamborera, el doroy, la guatapana y la flor del higuerón, entre otros.
Y como no hacer alusión a esas leyendas y mitos brotados de la más vigorosa capacidad creadora del espíritu humano. Desde entonces, valga ilustrarlo, el lago Navova, situado en la Sierra Nevada, arriba de Nabusimake, es frecuentemente visitado por las parejas arhuacas que se prometen amor puro e imperecedero. A raíz de la leyenda que pregona que Navova era un gran diosa de los arhuacos, hombre y mujer al mismo tiempo, que prevalida de su condición de mujer bellísima y deseada por los hombres, los casados ponían en riesgo sus matrimonios porque enceguecían de amor por ella; razón por la cual, reunidos todos los mamos de la nación arhuaca, convinieron en convertirla en un lago, con el fin de que un mamo que vive cerca de la laguna, dispense la bendición a aquellas parejas arhuacas que anhelan un amor perdurable.
De igual manera, la famosa leyenda de la Sirena Hurtado, según la cual una niña muy hermosa, pidió permiso a su mamá en una Semana Santa para ir a bañarse a las gélidas aguas del pozo Hurtado; la madre de la niña, en vista de que era Jueves Santo, le negó el permiso, aunque la niña, desacatando la prohibición, se marchó, llegó a las aguas, se lanzó desde las alturas y quedó convertida en sirena. Y otras muchas leyendas y mitos que sirven de prueba incontrovertible para reafirmar el incalculable acervo cultural yacente en el Valle de Upar.
Todo lo anterior, debe servir como impulso para comprometernos firmemente con la promoción y salvaguardia de nuestro folclor vallenato. Y no es para menos, porque el folclor es la prueba fidedigna de lo que somos, de nuestra propia condición humana vertida en el canto exuberante, en la guacharaca que evoca la melodía de las aves silvestres, en la caja afrochimila cuya repercusión hace vibrar hondamente el corazón, y en las notas melodiosas del acordeón traído por los europeos para que desde aquí lo adaptáramos y reinventáramos en beneficio de la riqueza musical encontrada en cada lugar.
Es un compromiso que fluye como un acto de justicia, dignidad y amor por aquellos personajes que ofrendaron sus vidas en provecho del folclor, los que generosamente nos dejaron un legado insustituible que servirá de marco de referencia para las presentes y futuras generaciones. Como no recordar en esta instancia al legendario acordeonero, compositor y cantador Francisco Moscote Guerra (Francisco el Hombre) que, según narra la leyenda, se batió a duelo con el mismo diablo; o recordar a portentos como Sebastián Guerra, para muchos desconocido, de quien se dice es el verdadero autor de “El higuerón”; o hacer remembranza de Fortunato Peñaranda (Fruto), de quien se afirma fue mejor acordeonero y compositor que Francisco el Hombre; o de Luis Pitre, o Rosendo Romero Villarreal, forjador de la imponderable dinastía de los Romero; o de Andrés Montúfar, artífice de otra fantástica leyenda que indica que Montúfar perdió la vida frente al mismo diablo convertido en mujer, por denigrar con uno de sus cantos a las mujeres de la localidad de los Venados, en presencia de la bruja Dolores Escalona; o de tantos otros acordeoneros de todas las generaciones, como Francisco Sarmiento Peralta (Chico Sarmiento), Octavio Mendoza, Eusebio Ayala Durán, Francisco Bolaños Marshall (Chico Bolaños), Emiliano Zuleta Baquero, Germán Serna Daza, Francisco Rada Batista (Pacho
Rada), Juan Polo “Valencia” (Juancho Polo), Lorenzo Morales Herrera (Moralito), el gran Alejandro Durán, quizás el más grande y representativo orgullo de la cultura popular, y tantos otros exponentes, que se haría innumerable su mención en estas breves líneas.
De la misma manera, mención especial ameritan los cantantes, compositores y acordeoneros de la generación contemporánea del vallenato, que vinieron a recoger los frutos de esa pléyade insigne de antecesores que les trazaron el derrotero del éxito comercial. Surgen nombres como los de Poncho Zuleta, Rafael Orozco, Diomedes Díaz, Jorge Oñate, Beto Zabaleta, Silvio Brito, que con sus voces han marcado una tendencia particular dentro del canto vallenato; asimismo, irrumpieron con una fuerza inusitada compositores de la talla de Tobías Enrique Pumarejo, Leandro Díaz y Rafael Escalona; y no podían quedarse a la zaga acordeoneros de tanta fama y renombre como Emiliano Zuleta Díaz, Israel Romero, Nafer Durán, Alfredo Gutiérrez, Luis Enrique Martínez, Colacho Mendoza, Miguel López, Orángel Maestre, entre otros, encargados de perpetuar y ennoblecer el folclor y conservar su impronta raizal y autóctona.
Bien es sabido que desde el año 1968 se institucionalizó lo que hoy conocemos como el Festival de la Leyenda Vallenata o Festival Vallenato, bajo el impulso decidido de personajes ilustres como Alfonso López Michelsen, Consuelo Araújo Noguera “La Cacica”, Andrés Becerra Morón y Myriam Pupo de Lacouture. A partir del 27 de abril de ese año, todos los años se celebra dicho festival, como instrumentos para perpetuar y consolidar el folclor vallenato, teniendo entre sus concursos el de la canción inédita, la categoría aficionada, la categoría infantil, el concurso de piquerías y la categoría profesional para acordeoneros. Esta fiesta revitaliza la tradición y costumbres del pueblo vallenato, y sirve como mecanismo contra el olvido y desnaturalización de nuestras más hondas raíces. Es, sin duda, un evento de tal magnitud e importancia para avivar la emotividad colectiva y refrendar el espíritu fraterno y solidario como elemento característico de los habitantes de esta gran región.
De igual manera, recientemente se ha promulgado por parte del Ministerio de Cultura la Resolución 1321 de 16 de mayo de 2014. En dicho instrumento normativo se encuentra vertida la designación de “la música vallenata tradicional del Caribe Colombiano” en la lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial del ámbito nacional y se aprueba su Plan Especial de Salvaguardia (PES), lo que se constituye en un loable esfuerzo por preservar, promocionar y divulgar las tradiciones y valores autóctonos representados en la música vallenata como expresión artística y cultural.
Vale la pena destacar los puntos más relevantes de la Resolución 1321, entre ellos, la alusión a una serie de factores que han puesto en riesgo o amenazan los valores característicos del vallenato tradicional, verbigracia, la influencia del narcotráfico, el conflicto interno, las hibridaciones del vallenato, el nuevo vallenato, la payola, la decadencia de la piquería, la pérdida de la intención testimonial de la música vallenata tradicional, la pérdida del espacio de validación de las composiciones en la parranda, el auge de la comercialización y la masificación a escala nacional, la influencia de las disqueras en la producción de los autores, la falta de criterios comunes en la organización y el manejo de los festivales, el riesgo de desaparición de la memoria histórica de la música vallenata tradicional, la falta de opciones para que los niños y jóvenes conozcan la música vallenata tradicional, los problemas relacionados con la difusión y circulación de la música vallenata tradicional, la excesiva identificación del vallenato como espectáculo mercantil y la carencia de espacios importantes de difusión, entre otros.
También se encuentran referencias esperanzadoras dentro de la Resolución 1321 como instrumento de gestión y participación, especialmente los proyectos y actividades que desarrollará el Plan Especial de Salvaguardia, con unas líneas estratégicas, proyectos, acciones y objetivos claramente definidos y delimitados. Como proyectos o acciones vale la pena resaltar el de la coordinación de festivales vallenatos, la creación del observatorio de la música y cultura vallenata tradicional, la formulación del proyecto de la Cátedra Vallenata, el fortalecimiento del conocimiento sobre la música vallenata tradicional en las escuelas de música vallenata, el programa de investigación y memoria del vallenato tradicional, el fomento de la difusión del vallenato tradicional en el espectro electromagnético de la nación, la formación en gestión, producción y marco legal para emprendimientos y turismo cultural, la formulación del plan de desarrollo turístico de la música vallenata tradicional y vallenato al parque, entre otros.
Todo lo anterior debe conducirnos a repensar los valores y tradiciones como manera de perpetuar nuestro legado histórico y afianzar nuestra identidad cultural. Pienso particularmente que, la música vallenata hoy en día se encuentra sumida en una inadmisible comercialización a ultranza, que no hace más que menoscabar y deteriorar las verdaderas raíces anecdóticas, líricas, poéticas, paisajísticas y costumbristas del vallenato tradicional. Por tal motivo, todo esfuerzo sincero que se haga por rescatar la impronta cultural innata que caracteriza la tierra del Cacique Upar, se constituye en un verdadero estímulo para los portadores y cultores de esta noble tradición, que sirve como bálsamo espiritual y referente cultural de las pasadas, nuevas y futuras generaciones.
BIBLIOGRAFÍA:
BERMÚDEZ, EGBERTO. ¿Qué es el vallenato? Una aproximación musicológica. Ensayos, Historia y Teoría del Arte, vol. IX, No. 9, 21 gráficas. Bogotá D.C., 2004, Universidad Nacional de Colombia, pags.. 9-62
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MARTÍN BARBERO, JESÚS. De la telenovela al vallenato: Memoria popular e imaginario de masa en Colombia. En: A Contratiempo. No. 10 (1998).
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