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Religión y Destino Manifiesto en la política exterior de Estados Unidos en el siglo XXI

Gabriel Andrés Jiménez A.

Religión y Destino Manifiesto en la política exterior de Estados Unidos en el siglo XXI

Como elementos históricos, la religión y la política se han venido afianzando a lo largo de la historia como conceptos evolutivos y transitorios que inundan la arena internacional. Por un lado, la influencia que ha representado la religión en la toma de decisiones de carácter político ha penetrado, desde hace siglos, la política exterior de los Estados, aun cumpliendo con el proceso de disestablishment[1]; pero que, en el caso norteamericano, se ha visto fuertemente mitigado por el fenómeno del destino manifiesto. Por otro lado, dentro del sistema internacional, la política exterior de los Estados Unidos se ha visto muy idealizada por pensamientos mesiánicos derivados del destino manifiesto; lo cual le ha permitido generar nuevas alternativas de desarrollo democrático, hasta el límite de tomar el nombre de policía internacional o Estado Mesiánico, e incluso en muchos casos La Policía Internacional. Nada fuera de la realidad, como ya lo veremos.
 
La evidencia se da en las dinámicas internacionales y los diferentes fenómenos que se dan en la arena internacional en relación a la política exterior que varios Estados han venido demostrando desde la Guerra Fría. Asimismo, existen casos similares en el Medio Oriente –donde religión y política se unen, lo que en términos occidentales y pragmáticos suele llamarse fundamentalismo–, donde han tomado gran protagonismo en política internacional Estados como Irán, Sudán, hasta el mismo caso Saudí. Sin embargo, si siguiéramos en el pensamiento más occidental y neoconservador, diríamos que no llegan a representar un caso tan concreto y eficaz como lo ha sido el de los Estados Unidos de América.
 
Ahora bien, la religión siempre ha sido un factor muy importante en la política norteamericana. Desde la llegada de los cuáqueros, en la lucha por la creación e independencia del Estado Americano hasta la implementación de valores religiosos en las dinámicas políticas, siempre se ha visto que el valor divino complementa el carácter comunicativo del hombre. Lo anterior, como referencia a un proceso histórico y evolutivo.

Aun así, cabe resaltar que a pesar de que los cuáqueros eran personas muy religiosas, no propagaban el fundamentalismo implantado entre la unidad religiosa y política. Sería el caso más contradictorio del mismo Estado Americano, que incluso se podría evidenciar, pero no abundaré en dicho caso riesgoso de argumentar. Muy por el contrario, me gustaría decir que, algo muy usual, si hacemos la analogía con el Medio Oriente, donde el fundamentalismo es el principal regimiento de los Estados Islámicos, grosso modo, una religión inmersa en la política, evidenciaríamos que la piedra angular de la proyección de su política exterior, estaría dada bajo la influencia directa del seguimiento islámico (esto vale tanto para el fundamentalismo chiita como sunita). Caso que no pasa en los Estados Unidos: tomar la religión como piedra angular de la proyección del Estado sería el fin último del Estado Moderno y, aún más, de la relación directa de una política exterior inmersa en el protestantismo. Algo descabellado de pensar pero que, inmersos en los procesos de globalización, donde todo se ¡globaliza!, no estaría mal pensar en llegar allá.
 
Sin embargo, y aún no me explico esto, existen momentos donde los Estados Unidos de América, debido a su historia y a su heterogeneidad cultural, representan el llamado melting pot. Por ejemplo, las ideas religiosas de Bush en un discurso político de 2002. “La libertad que apreciamos no es el regalo de los Estados Unidos al mundo. Es el regalo de Dios a la humanidad” (Bush, 2003).
 
Algo muy extraño, sin embargo, hace referencia a esa coexistencia que ha tenido la política y la religión en los Estados Unidos, sin llegar a los extremos, valga la salvedad. Que, a propósito, han sido los pilares en que se funda gran parte de su poder de coerción y accionar en el sistema internacional. Por lo tanto, a la hora de expresar esa política doméstica en política exterior –ambas diferentes– se evidencia la proyección de los valores religiosos y mesiánicos que tiene la sociedad norteamericana. Algo así como lo que llama la profesora Smitmans “cuasi religión de carácter civil”, donde se propaga los valores como: libertad, justicia, igualdad, prosperidad, felicidad, entre otros. Pero que yo en este caso le sumaría el término “global”.
 
Visto de otra manera, la suma de valores religiosos, y tomando el concepto de cuasi religión de carácter civil con alcance global, hace que se mundialice valores y principios que se puedan imponer en la escena internacional a los demás Estados, mediante la política exterior; lo cual ha permitido, de una forma más breve, nombrar qué Estados son amigos o enemigos. Y como resultado de tal hecho, la capacidad de intervención en otros Estados, en nombre de llevar estos valores democráticos que agrupan a todos o benefician a todos.
 
Muy de la mano con la religión, y como resultado de lo que he dicho arriba, el destino manifiesto es la gran herencia de esos valores consumados que se pueden evidenciar en la política exterior. Un elemento legitimador, tanto interior como exterior. Y se nombra a sí mismo, por la capacidad de imponer sus ideales.

El destino manifiesto es el reflejo de la política exterior norteamericana. Es mi intuición acompañada de lo que muy concretamente O’Sullivan decía en 1839: “América está destinada a realizar actos mejores. Es gracias a nuestra gloria sin paralelo que no tenemos reminiscencias de los campos de batalla, pero si en defensa de la humanidad. De los oprimidos de todas las naciones, de los derechos de la conciencia, de los derechos de la emancipación... Somos la nación del progreso humano, y quien puede fijar los límites a nuestra marcha hacia adelante. Nosotros somos la nación del progreso, de la libertad individual, de la emancipación universal (...) (O’Sullivan, 1839).
 
Por lo cual, los Estados Unidos han tomado el papel hereditario e instructivo del destino manifiesto (Manual para Dummies, si así se pudiesen entender mejor) como el eje principal de su política exterior. Encaminado hacía los nuevos retos que trae la complejidad internacional, pero que bien sea de alguna forma la capacidad que tiene este como elemento legitimador y coercitivo a la hora de tomar las riendas de la política internacional  y que, a su vez, siempre va a tener el protagonismo de propagar los valores democráticos. Una vez más, mencionando y sin dejar atrás el papel característico de un Estado mesiánicos o, mejor dicho, el Estado mesiánico más influyente en el Sistema Internacional, que concierne los procesos en los que abunda las Relaciones Internacionales, los Estados Unidos siguen mostrando su política exterior de forma tal que pueda mantener ese sentido derivado del destino manifiesto.
 

Bibliografía

  • Bush, G. (2003). Estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos. Una nueva era en periodico electronico del departamento de Estado de los Estados Unidos, 7(4). Obtenido de State littp://usinfo.state.gov/journals/icps/1202/sl202.htm Discurso sobre el estado de la Union enero 28 de 2003, en Internet: Whitehouse

  • O'Sullivan, J. (1839). Sobre el destino manifiesto. La guerra entre los Estados Unidos y Mexico, http:/ www.pbs.org/kera/usmexiQinwar/resources/manifest_destlny_su11ivan_esp.h…. Obtenido de PBS

  • Smitmans, M. T. (2006-07). Ideales democraticos, religion y el destino manifesto en la politica exterior de los Estados Unidos'. OASIS(12), 143-157.

 


[1] Concepto utilizado para distinguir los procesos derivador de la Guerra de los 30 años, donde la religión ya no puede ser parte de la política; con lo cual pierde el estatus de su influencia en la toma de decisión política en la formación del Estado Moderno.