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Ignorancia: Un Cáncer Que No Queremos Curar

Tomás Cepeda Morales

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Es cierto, somos una sociedad tercermundista y tristemente, la ignorancia nos caracteriza. Es como una marca nacimiento, ni el mejor cirujano nos ha podido quitar esta cualidad tan característica de nosotros los colombianos y, muchas veces, el mismo cirujano es aquel que hace un mal trabajo apelando a que sigamos pagando la cuenta de la consulta de todos los martes.

 

Los políticos de nuestro país nos hacen caer en una retorica mentirosa pero dulce al oído del colombiano común. Esto, les gana a ellos un voto de confianza para su agenda, y nosotros aquí, seguimos pagando los platos rotos. ¿Por qué Colombia, hoy, es calificado como uno de los países más ignorantes del mundo? ¿Es culpa nuestra? ¿Es culpa de aquellos que nos llenan los oídos de mentiras o malos argumentos bien contados? ¿De todo un poco? Con este texto no espero generar un impacto social que mueva masas, solo espero mostrar que somos tan culpables como ellos, los de arriba, que, si no logran dar con la cura, suelen ser parte de la enfermedad, ¿no?
 
En dos mil quince, la firma Ipsos Mori realizó un estudio que se basó en una prueba de actualidad, los ciudadanos solo debían dar su opinión y contexto acerca de noticias que fueran materia en ese momento. Simple. Los resultados arrojaron que Colombia, es el sexto país más ignorante dentro de los treinta y tres encuestados. El estudio, titulado “Perils of Perception” (peligros de la percepción), no solo arrojó que los colombianos no sabían nada acerca de los temas en discusión, sino que muchas veces acudían a un recurso tan viejo como la historia misma, la mentira y la desinformación.

Aquellos “afortunados” que dieron la cara por el país en este estudio tenían versiones de los hechos totalmente falsas, tergiversadas o parciales de lo que de verdad pasaba. Porque claro, para tener nuestro momento de “brillo” frente a una cámara, reportero o quién sea, somos los primeros en fila. Como si regalaran mercado en plaza. Pero cuando debemos saber qué está pasando en nuestra propia casa, somos los más creativos en decir de todo, menos lo que era. Cinco minutos de fama, y nos volvemos u hazme reír.
 
¿A qué podemos atribuir esto? ¿A qué “fulanito me dijo” que era así? En parte. Hay que reconocer que sí, muchas veces, aquellas personas que son foco de atención, políticos la mayoría de las veces, apelan a la ignorancia del público y trabajan sobre ella, como una escalera que llega a la cima de la montaña. Veamos nada más el caso de la campaña del “No” en el Plebiscito que se realizó en 2016. Liderada por el expresidente Álvaro Uribe, y su partido, el Centro Democrático, la campaña logró que la mitad de los electores votarán “no” la implementación de los “Acuerdos de La Habana” entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Tan cerca estuvimos de, como pueblo soberano, escoger acabar con un conflicto de más de cincuenta años. ¿Cómo? Fácil. En su mayoría, mentiras fueron difundidas a lo largo del territorio y estas, dieron en el clavo.

Revista Semana recogió, en un artículo publicado el diecinueve de diciembre de dos mil diez y seis en su portal virtual, que el Consejo de Estado admitió y falló una demanda contra la campaña del “no” en la cuál califica muchas de las declaraciones expuestas por ellos como “mentiras expuestas de forma masiva y sistemática” (Semana, Las mentiras de la campaña del No según Consejo de Estado, 2016).
Las pruebas van desde fotos de carteles publicitarios de la campaña, hasta declaraciones de un pastor evangélico en Barranquilla (afiliado a la campaña) que aseguró que los Acuerdos de Paz fueron fruto de un rito satánico. Y todos, lastimosamente, sabemos el resultado de estas mentiras. 50,23% del electorado le dio un “no” rotundo (El Tiempo, Polarización del país, reflejada en resultados del escrutinio, 2016).
 
Claro está que aquí, en nuestra amada Colombia, si tienes reconocimiento como político, cualquiera te come cuento. Pero, para jugar este juego, se necesitan dos jugadores. Cualquier mentira, bien o mal contada, necesita alguien que la diga y alguien que la escuche y crea para que esta la mentira funcione. Tomando el ejemplo de la Campaña del No en dos mil diez y seis, no podemos echarle toda la culpa a aquellos que mintieron, cuando fuimos nosotros los que les creímos. Desde comienzos de las negociaciones, el Gobierno fue haciendo públicos cada uno de los artículos del Acuerdo de Paz mediante se iba llegando a consenso entre las partes. Así, cualquier ciudadano con un poquito de voluntad, podía leer y conocer cuál era el contenido verídico del acuerdo. Lo cierto es, que una física pereza y poco interés de leer las doscientas noventa y siete páginas del acuerdo original, pudieron lo suficiente como para que aceptáramos, como popularmente se dice, que nos metieran los dedos a la boca y nos seguimos dejando.
 
El veintiséis de agosto del presente año, los colombianos volvimos a las urnas para votar, esta vez, por la denominada Consulta Anticorrupción. Esta, de nuevo, se nos vendió llena de desinformación, apelando nuevamente, a que al colombiano promedio no le interesa saber de verdad, solo le digan algo que quiere escuchar. Siendo la corrupción el tema de moda en nuestro territorio, promotores de esta consulta la vendieron al pueblo como la manera en la que, como país, acabaríamos con la corrupción. Nada más falso. Revista Semana, un artículo publicado el veinte de agosto del presente año, esclareció varios de los puntos de la consulta. Esto, no solo mostraba la inviabilidad de ellos debido a su contrariedad con otras leyes, puesto que existencia dentro de otras o su irreal planeación. Por ejemplo, un análisis hecho por el Instituto Internacional de Estudios Anticorrupción, determino que tres de las medidas propuestas por la consulta (medidas sustitutivas a la prisión, terminación unilateral de contratos y prohibición de contratar con el Estado por actos de corrupción) ya son mecanismos incluidos en leyes vigentes en el territorio colombiano.
 
Además, el mismo artículo cita una intervención de Javier Hoyos, experto en gestión legislativa, donde explica que para bajar el salario de los congresistas (primera pregunta de la consulta) se requiere una reforma constitucional. Esto se debe a que el salario de dichos funcionarios está regulado por una Ley Estatutaria la cuál no puede ser modificada por una consulta popular, dejando la propuesta de consulta, en calidad de inconstitucional y sin que pueda surtir efecto jurídico.
 
Aquí no hay que decir mentiras. El Sol no se tapa con un dedo. Pero un mínimo esfuerzo si hace la diferencia. Volvamos a la Consulta y analicemos el punto que propone dar un tope de tres periodos como máximo para ocupar un cargo en el Congreso de la República. Esta es uno de los puntos más populares y que erizó la piel de esa clase política que ya echó raíces en la curul que ocupan desde que sus electores, y ellos mismos, tienen memoria. ¿Qué busca este punto? ¿Renovación? Poco atractivo a mi parecer. No, la misión es un poco más poética y profunda; muy cercana al corazón de nosotros los colombianos. Es un grito desesperado, casi trágico; un pedido de rodillas por una bocanada de aíre, que lo único que quiere, es escuchar algo diferente. No es renovación, es cambio de trama.
 
Por fin, luego de doscientos ocho años de declararnos independientes y ciento noventa y nueve años de ser reconocidos como tal, nos cansamos de eso tan bueno, de lo que no hemos recibido nada.
 
Queremos proponer, queremos inventar, queremos ser dueños de nuestro propio territorio y que este no sea solo un objeto en la agenda personal de las doscientas sesenta y ocho personas que se sientan en el recinto del Poder Legislativo y otros interesados. “Sapos” de la manera más vulgar, pero tal vez más exacta, forma que hay para llamarlos.

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Tanto fue el esfuerzo, que Claudia Lopez, “Timochenko” y el abanderado de la Oposición, Gustavo Petro, fueron invitados por el predilecto del uribismo, el Presidente Iván Duque, a dialogar sobre la Consulta y qué se puede hacer para parar la corrupción. ¿Alguien sigue creyendo que la Consulta no sirvió de nada? Venga, déjenos hacer bulla como país y esforzarnos por salir de esta ceguedad auto inducida y diagnosticada por usted, oh todo poderoso señor de saco, corbata y retórica rebuscada que ni usted entiende. Casi casi, un grito callado por la bulla de aquellos que quieren que sigamos siendo una manada de ignorantes, a los que les dicen “vaya a la izquierda” y solo conocemos ese camino por el que nos mandaron. Porque claro, hoy día la Corrupción es el “trending topic” en nuestro medio, pero no porque sea un tema naciente; que acaba de comenzar. No. Es que se acabó la pantalla.
 
Sí, nadie puede ser tan iluso y decir que este país no vivió en guerra durante cincuenta y pico de años, pero eso fue lo único que conocimos durante ese tiempo. Hay unos, pocos, pero los hay, que lograron beneficiarse de la guerra en Colombia de todas las maneras que uno pueda imaginarse. Mientras el país se desangraba y todos los medios de comunicación del país, cubrían la noticia de manera desinteresada (¿no?), volando bajo, nacientes y ya establecidos políticos, adinerados y personas o clanes de influencia en el país, aprovechaban, y escalaban a la cima de la manera rápida.  
 
Pregúntese usted, ¿por qué solo cuando en Colombia “ya no hay guerra”, nos esteramos que una constructora brasileña, Odebrecht, ha pagado cerca de once millones de dólares a diferentes figuras públicas para obtener una concesión que hoy conocemos como La Ruta del Sol? Y no, que ya no son once millones, sino que los números están más cerca de ser cien millones que de ser once millones. Todo esto, fue adelantado por el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez en una conferencia de prensa que tuvo lugar el martes veinticinco de julio del año pasado. Ojo, según las investigaciones, son pagos hechos entre el dos mil nueve y dos mil catorce. Y nos venimos a enterar ¿cuándo? ¿Dos años después? Recuerden, uno solo sabe lo que le dicen. Si no nos quieren decir, nosotros ni enterados.
 
Pero claro, múltiples intereses hay detrás de que nos enteráramos del caso Oderbrecht. Una vez firmado el Acuerdo de Paz entre el Gobierno Santos y las FARC nos encontramos ahora con un país en paz. Eso dicen. Y para que este país en paz funcione, ya la noticia no puede ser acerca de enfrentamientos, muertos, heridos y secuestrados. Hay que dar algo más fresco, más decoroso. Y coincidentemente, alguien por ahí se dio cuenta que estaba fluyendo una “platica” entre congresistas y que había una constructora extranjera haciéndose con un mega contrato sin mucho esfuerzo. Unió uno con uno. Y tenemos una noticia. Colombia ya no es el país de la guerra, es el de la corrupción. Tres hurras por nosotros.
 
 
Alguien por ahí, se dio cuenta que a la gente le generaba un fervor casi morboso esto de la corrupción. Despertaba sus más profundas pasiones y lo hacía movilizarse como no se veía hace años. Alguien por ahí, volvió a beneficiarse de esto. Primero nos enteramos que el jefe de campaña del Presidente Santos (su segunda carrera presidencia por allá en dos mil trece y dos mil catorce) recibió plata de Odebrecht, luego que por allá el Fiscal Anticorrupción es de lo más corrupto que hay y llevaba tiempo vendiendo fallos junto con unos magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Hasta nombres les hemos puesto para que sea más jocosa la vaina, todos juntos, son “El Cartel de la Toga”. El nombre vende la noticia, la noticia entretiene y nosotros, seguimos igual.
 
Afrontamos una cruel realidad, vivimos en país que ignora su realidad. Desde la realidad más compleja, hasta la más simple. ¿Porqué nos miente? Sí. ¿Por física pereza y poco interés en aprender? En definitiva. Debemos empezar a querer saber. Estamos tan concentrados en echarle la culpa a políticos mentirosos y corruptos que no nos damos cuenta de que el problema comienza con nosotros. Ignoramos tantas cosas de nuestra realidad, que para aquellos mentirosos de saco y corbata les queda muy sencillo decir cualquier cosa y nosotros repetimos casi al pie de la letra. Un disfuncional coro. Tanto es así, que el expresidente Santos tuvo que firmar un decreto en 2017 para que las clases de Historia vuelvan a ser obligatorias dentro del plan de estudios de todos los colegios a nivel nacional.
 

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Así es, si no nos obligan, no aprendemos. A veces ni si quiera así. En Colombia, ¿qué queremos? ¿Queremos paz? Nos dejamos alejar de ella a punta de mentiras y no querer saber de verdad. ¿Queremos acabar con la corrupción? Votamos por algo que no puede tener efecto por más que los treinta y seis millones de colombianos habilitados para votar hubiésemos votado a favor. Debemos educarnos acerca de nuestra realidad, pasada, presente y futura. Tanto es lo que ha generado esta ignorancia sistemática en nuestro país, que uno podría decir que somos nosotros el cáncer de Colombia. Sí, nosotros; todos nosotros.
 
Debemos crear hábitos de investigación; desarrollar un pensamiento crítico con el cuál ya no seamos el medio por el cuál terceros manejen nuestro país. Si nos preguntáramos más “¿qué está pasando?”, dejaríamos de preguntarnos “¿qué pasó?”. Por lo general una de las cualidades del colombiano es ser el más erudito en una materia; no somos los más cultos ni tampoco destacamos en todo aquellos relacionado con los campos del saber. A tal grado, que ni siquiera cumplimos con los estándares básicos de la OCDE. Pero tenemos mucho por lo cuál se nos reconoce y característica en la frontera y más allá.
 
Somos un país alegre, lleno de gente amble que recibe al extranjero como si estuviera en su propia casa. Tenemos paisajes maravillosos por visitar. Somos trabajadores, uno “berracos” a la hora de llevar el pan a la mesa, cuéstenos los que cueste. Venga, compatriota, hermano colombiano, no hay que estar solo orgullosos de lo que logra Nairo Quintana subido en dos ruedas, o lo alto que Falcao, James y compañía nos pueden llevar con un balón a sus pies. No, Ibargüen no nos va a llevar de un salto triple hasta donde tenemos que estar.
 
Ya lo dije al comienzo, lo vuelvo a decir, yo no quiero que nadie lea esto y se movilice. No quiero que el pueblo junto se alce y marche hasta la Casa de Nariño, a pies de nuestro libertador para que podamos plasmar en nuestra historia un “acto de patriotismo” más. No, yo lo que quiero es que te des cuenta, que las cosas que te pasan, no te pasan porque el congresista por el que votaste no te cumplió, ni porque no suben el sueldo mínimo. Quiero que te des cuenta, que lo que te prometió no es tan viable y lindo como suena saliendo de su boca, y que subir el sueldo mínimo no es tan fácil como levantarse con el pie derecho un día y decidir subirlo. Quiero que recuperes tu autonomía, que no vuelvas a hacer el “oso” cuando te pregunten en la calle sobre la noticia que salió en el noticiero de las siete de la tarde anterior. Eso quiero para ti, que te ayudes a progresar y no te dejes arrebatar la oportunidad de ser el mejor tú que puedas ser. Vamos Colombia, yo sé que tu puedes. Yo sé que podemos.
 
Bibliografía: